El día 24 de Julio de 2013 un tren Alvia que viajaba desde Madrid descarriló unos pocos kilómetros antes de llegar a la estación de Santiago de Compostela. El tren iba ocupado por 240 pasajeros; murieron 79 y varias decenas resultaron heridos de diversa consideración.
Las autoridades han atribuido la responsabilidad de este siniestro al maquinista, puesto que la curva donde se accidentó tiene limitada la velocidad a 80 Km/h, pero el tren entró en ella a 190 Km/h. Y es verdad: en última instancia dependía del maquinista que el tren entrase a la velocidad correcta en aquella curva. Lo que las autoridades no quieren entrar a discutir abiertamente es si es lógico que un punto tan crítico como esa curva dependa del factor humano, sobre todo si se tiene en cuenta que los trenes modernos son sistemas muy controlados, con multitud de sistemas de señalización y de emergencia que pueden parar un tren si no circula a la velocidad adecuada, y máxime cuando se trata de un trayecto pensado para que los trenes circulen en algunas secciones a velocidad alta (antes de la curva había una recta de 20 Km en la que el tren tiene que circular a 220 Km/h, y después viene un túnel justo antes de la fatídica curva).
De hecho lo lógico es que en un punto tan complicado los sistemas de balizado de la vía hubieran disparado los frenos del tren si no se entraba en cada tramo a la velocidad correcta; incluso, que hubiese una cierta gradualidad en la transición, en vez de haber un enlace directo de la vía de gran velocidad (que no AVE) a la curva, que debe ser transitada mucho más lentamente y que usa otro sistema de señalización.
Quienes tienen conocimientos técnicos sobre lo que ha pasado me han comentado que, aparte de la vía, el propio tren no llevaba activados los sistemas adecuados para poder aprovechar los sistemas seguridad más capaces. Pero, al margen de la discusión técnica de qué es exactamente lo que ha pasado, hay algo que es evidente: es absurdo dejar todo al factor humano si las consecuencias de un error son tan fatales y si una sencilla actuación de seguridad completamente estándar (instalar algunas balizas más, hacer una preseñalización de la curva) hubieran evitado el desastre.
Se ha insistido mucho en que este maquinista en particular (un hombre con 30 años de experiencia en la compañía y 10 como maquinista, y cuyo nombre no voy a reproducir aquí por un respeto que los medios no han sido capaces de tener) había pasado muchas veces por el mismo punto, así que su error no era excusable. Pero es que justamente es al contrario. A pesar de lo absurdo de hacer una bajada de velocidad tan salvaje en tan breve lapso, seguramente este maquinista se aprendió que este punto era el complicado, el que "tenía truco" de todo el trayecto. Yo me imagino a ese maquinista el primer día que tuvo que hacer aquel trayecto. Pasó una vez sin problemas, la adrenalina a tope porque sabía que ése era el punto conflictivo, y tuvo éxito y llegó sin novedad. Al día siguiente volvió a pasar y ya sabía que si lo hacía bien no pasaría nada, en tensión pero un poco más relajado. Y luego pasó otra vez, y luego otra, y así a lo largo de meses.
Pero el ser humano se habitúa, se confía y un día, por confiarse demasiado, por creer que la situación está más controlada de lo que está, sobreviene el desastre. Piénsenlo. El maquinista tenía que entrar a 80 Km/h viniendo de una recta en la que va a 220 Km/h. Tiene unos cuatro kilómetros, con un túnel antes de la curva, para adaptar la velocidad. Seguramente usaba el túnel o alguna otra referencia (un puente, se comenta) como referencia: cuando lo vea comienzo a frenar (puesto que ese punto no está automatizado: todo dependía de él). Otro día vio que podía apurar un poco más y esperar a que el túnel o el puente se vean un poco más grandes. Piensen esto: a 220 Km/h se necesitan sólo 30 segundos para recorrer dos kilómetros y posiblemente se necesitan otro par de kilómetros, otros 30 segundos, para reducir la velocidad; son básicamente 30 segundos para reaccionar. El maquinista se despista. Está pensando quizá en sus problemas de cada día; quizá mira el panel porque hay quizá alguna luz roja, algún sistema que no acaba de ir bien pero que no es crítico; está pensando en la boda de un hijo o en el bautizo de un nieto; o simplemente piensa que está en otro tramo de la vía, porque no encuentra sus referencias paisajísticas en ese momento (aquí encontrarán una descripción del accidente bastante diferente a la de los medios de comunicación).
No importa demasiado qué exactamente fue lo que le pasó al maquinista: tiene un cerebro humano que opera con tiempos humanos, con ritmos de proceso humanos; por más entrenado que esté, no es una máquina. Pensaba que aún faltaba más para llegar al túnel o al puente y para cuando se quiere dar cuenta ya está allí. Acciona los frenos, pero aún así entra a 190 Km/h en la curva, y el tren descarrila. ¿Creen Vds. que es lógico cargar toda la culpa en él? Obviamente el maquinista falló, pero este fallo pudo ser posible porque todo un sistema que cuesta miles de millones de euros dependía en ese punto de una única persona y de 30 segundos.
Durante los próximos meses veremos como RENFE anuncia mejoras en la vía y en los sistemas de seguridad; se insistirá en que es un fallo humano, un hecho aislado, pero al tiempo para tranquilizar a la opinión pública se "reforzarán los sistemas de seguridad".
Son muchos los implicados en las deficiencias que han hecho posible esta desgracia, en todos los estamentos que tienen que ver con el mundo ferroviario, y por ello todo el mundo prefiere mirar para otro lado y acusar al cabeza de turco, el chivo que expíe todas las culpas colectivas. Sí, fue un error humano, pero un error que por pura estadística se tiene que producir de tanto en tanto. La clave, aquello de lo que jamás se hablará, es que es una obligación de los poderes públicos anticipar los problema y tomar las medidas correctoras correspondientes, especialmente cuando no son relativamente muy costosas. Es la obligación de los poderes públicos prevenir, y no simplemente lamentar la desgracia cuando pasa. ¿Cómo se ha llegado aquí?
En el caso de RENFE y de ADIF, hay varias razones: malas praxis asentadas durante años (como lo es cargar tamaña responsabilidad sobre los hombros de los maquinistas), cierto nivel de corrupción, falta de inversión en mantenimiento/actualización de las vías y sistemas, dejadez, falta de costumbre en la depuración seria de responsabilidades (España es un país sólo epidérmicamente democrático), etc. Nada ha sido anticipado, y muy poco corregido. Hay una dejación de obligaciones en aquellos que debían supervisar y vigilar.
Salvando las distancias (porque aquí no morirá nadie, al menos no directamente) similar problema de escasa o nula capacidad de anticipación la estamos viviendo los que trabajamos para el CSIC. Como explicaba hace unos días, estamos viviendo el colapso de la institución por la rápida disminución de la parte de presupuesto que le viene del Estado, que no pueden ser compensadas por los ingresos de otras fuentes. No ha habido un plan de reestructuración del CSIC que se haya comunicado desde los Ministerios que han decidido su progresiva asfixia económica; solamente una aportación decreciente y un "apáñatelas como puedas". Desde los equipos rectores del CSIC que han tenido que capear con estos problemas en estos cuatro años de recortes no se ha planteado, tampoco, ningún plan de reconversión o reestructuración; simplemente, el CSIC ha vivido de los ahorros que tenía mientras éstos han durado, esperando un cambio de tendencia que no sólo no ha llegado sino que ha ido a peor. Así, nuestros ahorros se acabaron en Noviembre de 2012 y desde entonces el CSIC ha ido intentando hacer cuadrar la imposible ecuación de cumplir con los compromisos adquiridos (y abonados) y al tiempo pagar los gastos corrientes. En el momento actual la actividad investigadora está al ralentí - como por desgracia estoy viviendo en mi propio centro - y así estará hasta el 30 de Septiembre, momento para el cual el Gobierno nos debería rescatar con 75 millones para que la actividad pueda volver a la normalidad. No va a pasar tal cosa: el Gobierno nos dará 50 millones, con los que seguiremos al ralentí hasta el 31 de Diciembre. Yo he hecho algunas previsiones simples de cuál va a ser la situación financiera del año que viene y, con los pocos datos de los que dispongo, el escenario que veo más probable es que pasemos de los 100 millones de déficit estructural de este año a un déficit cercano ya a los 250 millones el año que viene, que veo inevitable si no hay un -poco probable- cambio de rumbo del Ministerio y no nos amplían el presupuesto significativamente (al menos 100 millones). Piensen que el CSIC tiene un presupuesto anual de de 600 millones aproximadamente, de los cuales 150 millones vinieron de contratos con empresas y proyectos en el año en curso, así que el déficit que podríamos llegar a tener ya el año que viene nos situaría en una situación de "quiebra", es decir, en la incapacidad de cumplir nuestros compromisos. Todo esto es previsible y en realidad simple de prever. Delante de esta dura y complicada realidad, las medidas que se toman tanto desde el Ministerio como desde la Presidencia del CSIC son simples parches, una huida hacia adelante mientras nos acercamos a nuestro destino final (liquidación de activos, despidos y prejubilaciones masivas, incumplimientos de compromisos, cierre de centros y venta de inmuebles y material de laboratorio, y finalmente suspensión total de la actividad y excedencia forzosa del personal funcionario).
Hace un año anticipábamos en este blog muchos de los problemas que luego se han ido presentando; hace seis meses explicábamos que íbamos a una situación de déficit estructural de al menos 100 millones al año, con una deuda acumulada rápidamente creciente y una inviabilidad de funcionamiento a medio plazo; y hace dos semanas explicaba las medidas de choque que se han tenido que tomar simplemente para aguantar hasta Septiembre. A este paso en Diciembre haré un nuevo post explicando la penuria con la que acabamos este año y antes del verano de 2014 les comunicaré que mi centro y otros muchos habrán tenido que cerrar por no poder hacer frente a sus costes de funcionamiento. Todo esto es previsible; una sencilla prospección sobre las cifras te lo muestra claramente, si lo quieres mirar. Delante de esto, ¿qué medidas proactivas están tomando las administraciones al mando? Ninguna. Se elude cualquier responsabilidad y se deja pudrir la situación, de manera similar que se está haciendo con tantas otras áreas públicas afectadas por los recortes (las más visibles Sanidad y Educación, pero en realidad lo son todas). En suma, antes hay improvisación que previsión, en parte porque es la cultura de este país (España) pero en parte porque nuestro diseño de sistema está basado en el crecimiento y nadie quiere tomar planes de contingencia para un decrecimiento continuo (y de hecho permanente).
Otro ejemplo muy español de la falta de previsión o, más bien, de la falta de implementación de medidas correctoras conocida la previsión, es el caos que se está viviendo en el margo regulatorio del sistema eléctrico español, que hace una semana lo comentamos con cierto nivel de detalle.
Dejando al margen los agravios comparativos, los ataques a ciertos sistemas de generación y la tendencia gubernamental a favorecer a las grandes empresas del sector lo cierto y verdad es que este sector, tan crítico económica y socialmente que por ello mismo no es libre y está sometido a regulación específica, sufre de una continua improvisación legislativa. No se hacen un diseño a largo plazo, un planteamiento fundamental consensuado con todo el parlamento para darle la necesaria estabilidad a este sector fundamental; en su lugar, se improvisa decreto tras decreto en función de las deficiencias y las ocurrencias de cada momento y se van dando bandazos: lo que un día se pone en exceso al día siguiente se puede dejar en defecto. En este caso, la falta de capacidad de prever tiene consecuencias que cuestan literalmente miles de millones de euros.
Los ejemplos de esta falta de capacidad de previsión son legión: se permite edificar en zonas inundables, se conceden ayudas fiscales al alquiler o a la compra de vivienda que favorecen abusos y burbujas, se desregula o abandona la supervisión del sector financiero, y así un largo etcétera.
Son varios los factores que explican por qué los poderes públicos toman una actitud más reactiva (reaccionando a los problemas) que proactiva (anticipando los problemas y desactivándolos antes que exploten). Uno de ellos es la visibilidad: un trabajo de anticipación bien hecho no se ve, porque simplemente los problemas no suceden; desde un punto de vista político tiene mejor rendimiento reaccionar enérgicamente una vez que se producen los problemas. Está también el problema de la corrupción: a veces interesa más dejarse llevar por el viento favorable, no oponiéndose a ciertos lobbies y recibiendo beneficios económicos por ello, y dentro de esto cuando éramos ricos (o creímos serlo) era más rentable crear problemas y luego cobrar por corregirlos. Está, también, la cuestión del anumerismo, de la cual ya hablamos en su momento: si uno carece de un mínimo conocimiento técnico, si no se es capaz de entender los órdenes de magnitud implicados es imposible dar una respuesta coherente a los problemas y mucho menos posible es anticiparlos. Y por supuesto, está la cuestión de que nadie quiere ser un aguafiestas y decir que quizá ha llegado el momento de apagar la luz justo en el momento de apogeo de la fiesta.
El Peak Oil también entra dentro de la categoría de problemas que necesitan ser anticipados, que requieren de introspección y análisis antes de poder dar una respuesta coherente y capaz, y posiblemente es de los problemas más graves a los que tiene que hacer frente esta sociedad. ¿Y qué es lo que hacemos para anticiparlo, para adaptarnos? Pues de acuerdo con algunos medios nos congratulamos de que cierre The Oil Drum, página de referencia en información sobre el Peak Oil, como si el hundimiento de este proyecto sin ánimo de lucro demostrase que no existe el Peak Oil y así seguir promocionando la última burbuja financiera mientras se intenta tapar las noticias que claramente muestran que lo es: resulta curioso ver cómo el fracaso de la explotación del shale gas en Polonia pasa completamente con sordina en los medios españoles, a pesar de que varias compañías americanas han abandonado los proyectos en ese país por falta de rentabilidad, o cómo se bloquea toda la información sobre la progresiva quiebra e inviabilidad económica de los pozos en EE.UU., paraíso del fracking, a pesar de la extensiva documentación que sitios como shalebubble.org han compilado y se sigue planteando el problema del fracking como una oposición entre una industria rentable y los recelos ambientales cuando en realidad sabemos que el fracking no es rentable.
Ser previsor, anticipar y corregir proactivamente los problemas, no está bien visto en esta sociedad del beneficio rápido y del consumo ilimitado. La persona previsora es vista como el empollón, el aguafiestas, el amargado; resumido en una palabra que define más a la sociedad que la formula que a la persona que la recibe: el perdedor. Una sociedad que en pocas generaciones ha abandonado los que fueron sus valores fundamentales durante siglos. Hace no tanto, y así lo refleja nuestra literatura, el hombre previsor era el héroe de la narrativa colectiva, en tanto que el disoluto y manirroto era la vergüenza y el oprobioso. Ya en el Nuevo Testamento se habla de aprovechar los talentos, o se pone el ejemplo del hijo pródigo como el de mala gestión. Sin irnos a textos bíblicos tenemos la vieja fábula de la cigarra y la hormiga, escrita por Esopo y revisitada muchos siglos más tarde, que es uno de los relatos de referencia que incluso hoy se usa para modelar nuestra narrativa, cuando justamente hoy se desdeña la voz de la sabiduría y de la experiencia cuando sus consejos no van en la dirección de una cierta concepción de lo que es el progreso, una visión del progreso que se cree invencible pero que no es más que un mito.
Fuente: The Oil Crash.
C. Marco