Lecciones, temores y esperanzas del Foro de Bangui

Por En Clave De África

(JCR)
“Los centroafricanos no se podrán nunca de acuerdo entre ellos”, “a esta gente parece que sólo les gusta la guerra”, “este diálogo nacional no sirve para nada”. Me duele escuchar este tipo de comentarios, pronunciados por occidentales que trabajan en la República Centroafricana y-lo que es más grave- en organizaciones supuestamente implicadas en resolver la crisis. Como contrapunto, me llena de esperanza ver cómo los centroafricanos de a pie siguen con un enorme interés –radio en mano, en tertulias en los barrios, cerveza en mano- el Foro de Reconciliación que se celebra en Bangui del 4 al 11 de este mes y que ha entrado en su recta final.

Claro que el diálogo es difícil. No le vamos a pedir imposibles a personas que hasta hace muy pocos meses no podían dormir en sus casas, muchas de las cuales han visto matar a sus familiares más cercanos. Pero pienso que tiene un enorme mérito que 650 personas venidas de todos los rincones de su país –y también de los campos de refugiados en países vecinos- tengan el valor de sentarse, mirarse a los ojos, decir lo que piensan y buscar un futuro digno para su país. Los occidentales deberíamos refrescar nuestra historia reciente y reconocer que no tenemos referencias de reconciliación: al final de nuestra Guerra Civil en España nadie organizó una concertación nacional en la que personas que militaron en ambos bandos se sentaran para reconciliarse, ni tampoco al final de la Segunda Guerra Mundial, por poner dos ejemplos cercanos. En ambos casos se impuso la paz de los vencidos.

En África sí hay innumerables casos de conferencias de reconciliación nacional o de procesos de paz en los que un conflicto grave acabó sin vencedores ni vencidos: desde el final de la guerra de Biafra, en 1969, hasta otros casos como Sudáfrica –con su comisión de Verdad y Reconciliación- Benín, Costa de Marfil, Mozambique… En el Norte de Uganda, donde viví 18 años, vi cómo a los guerrilleros del LRA que dejaban las armas se les recibía en sus pueblos con rituales de purificación, no con juicios sumarísimos. Durante los tres últimos días, durante las sesiones del grupo de trabajo sobre la desmovilización y el desarme de combatientes en el Foro de Bangui, no me podía creer ver en la misma sala a milicianos de la Seleka y de sus archirrivales los anti-balaka dialogando juntos y buscando un consenso para terminar con las hostilidades. Durante el descanso salían, seguían discutiendo, tomaban café juntos y después volvían a la reunión. No me imagino eso, por ejemplo, en el País Vasco, donde la ausencia de violencia de los últimos años no ha sido aprovechada para realizar una verdadera reconciliación, salvo casos puntuales y muy honrosos.

En las discusiones de la plenaria, que han comenzado hoy (sábado 9 de mayo) hay momentos tensos. Hay gente que interrumpe a otros, grita, gesticula, y otros que le jalean o incluso que amenazan. Seamos justos. Aún están muy recientes las heridas del daño que la gente se ha hecho mutuamente, y aún quedan medio millón de personas desplazadas internas y otro medio millón de refugiados en el extranjero. Un millón de seres humanos que han huido de sus hogares, para un país de cuatro millones y medio es una cantidad intolerable. Y los actos de violencia y de abusos siguen en muchos lugares del país: hoy mismo el obispo misionero de Bangassou, monseñor Juan José Aguirre, me contaba con tristeza cómo los rebeldes anti-balaka han echado a los musulmanes de sus puestos del mercado que tenían enfrente de la catedral. Y quizás tampoco podamos pedir maneras exquisitas y respeto a la pluralidad a un país donde la mitad de los niños no están escolarizados. En Centroáfrica, durante varias décadas, sólo algunas organizaciones humanitarias y algunos religiosos dieron la voz de alarma sobre la tragedia que se estaba gestando. El resto del mundo miró para otro lado y las pocas intervenciones internacionales fueron parches mal puestos que no quisieron llegar al fondo de la crisis. Mientras tanto, Centroáfrica se convirtió en un centro de atracción para toda clase de negociantes turbios que acudieron al olor de los diamantes, el oro y otras inmensas riquezas que expoliaron a precio de risa y que sólo sirvieron para satisfacer la avaricia de unos pocos. Centroáfrica no es Botswana, donde sus diamantes –gestionados por dirigentes honrados- han servido para que sus habitantes tengan educación y sanidad gratuitas. Durante años ha estado entre los tres o cuatro países más pobres del mundo, y la pobreza extrema es caldo de cultivo donde crecen los fanatismos y la brutalidad.

Yo sí creo que este diálogo servirá para que los centroafricanos salgan adelante. Siendo realistas, es muy posible que tengan aún recaídas en la violencia y que el país tarde en estabilizarse. Pero el esfuerzo que están realizando por dialogar y reconciliarse no caerá en saco roto. Hará falta que la comunidad internacional se implique y financie, por ejemplo, el proceso de desarme y reintegración sin demoras, y que se invierta de forma masiva en infraestructuras, sanidad y educación, algo que demandará también que el país tenga dirigentes que se alejen de la corrupción que ha dominado su vida política durante décadas.

Termino con una felicitación a tres grandes medios de comunicación franceses que están dando buena información sobre el Foro de Bangui a diario: France Press, Radio France International y la televisión France 24. Por mucho que digan, Francia sí conoce África bien y tiene medios periodísticos que informan bien y con regularidad de lo que se cuece aquí. Es de justicia que si se informa de África cuando hay desastres o guerras, también se haga cuando hay informaciones positivas, como el ejemplo que dan los centroafricanos al resto del mundo de cómo construir la paz y perdonarse.