Leche, por Marina Perezagua

Publicado el 04 agosto 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Editorial Los libros del lince. 181 páginas. 1ª edición de 2013. Prólogo de Ray Lóriga.
La semana pasada hablé de Criaturas abisales (2011) el primer libro de relatos de Marina Perezagua (Sevilla, 1978), y en esa entrada me preguntaba cómo se enfrentaría esta autora a un relato más realista. La respuesta se puede encontrar en este segundo libro que le vuelve a publicar la editorial Los libros del lince, Leche, y que como ya conté su editor, Enrique Murillo, me envió a casa.
Leche, al igual que Criaturas abisales, está formado por catorce relatos; pero mientras que los de Criaturas abisales tenían una extensión más pareja (de unas doce páginas, más o menos), lo de Leche van desde las casi cuarenta del primero, titulado Little Boy -prácticamente una novela corta-, hasta las escasas dos páginas del titulado Blanquita.
Little Boy cambia más de uno de los parámetros bajo los que está escrito Criaturas abisales: los escenarios de esta novela corta -así como las épocas evocadas- sí que son reconocibles dentro de un contexto puramente realista; con frases como: “Estábamos en el 2008 y ella me había dicho que en 1945 tenía trece años.” (pág. 14). En realidad, el relato es puramente realista y narra el viaje de una joven que comparte piso en Nueva York con su pareja japonesa al país de él, y la relación que allí establece con una vecina anciana, H., que es una superviviente de las bombas atómicas sobre Japón en 1945. Perezagua ha investigado sobre algunos aspectos del Japón de 1945 y nos habla de las consecuencias de los lanzamientos atómicos sobre la población, con algunas imágenes que parecen sacadas de libros testimoniales como el de Tamiki Hara y sus Flores de verano. Más de una de las imágenes evocadas (personas a las que se les desprende la piel como si fuese un calcetín, por ejemplo) son muy poderosas, son imágenes incontestables. Pero siempre he pensado que para saber qué pasó en Auschwitz lo mejor será leer el testimonio de primera mano de los que estuvieron allí, como Primo Levi, Paul Steinberg o Tadeus Borowsky; y para saber qué pasó en Hiroshima lo mejor será leer a Tamiki Hara. Me provoca cierto recelo leer a autores que no estuvieron allí, que han leído los mismos libros testimoniales que tú y luego te los cuentan, autores que parten del conocimiento que dan los libros para evocar una realidad no vivida; cuando creo que es al revés, que el escritor, después de haber aprendido a expresarse a través de lo leído en los libros, después de haber aprendido a tener una visión literaria sobre la realidad, debe mostrar su mundo –o su época- a otros. En todo caso he de decir que, pese a estos pequeños reparos, la novela corta que es Little Boy funciona, porque Perezagua sabe darle a la historia su toque personal, sabe transferir a los personajes su extrañeza ante los límites del cuerpo: H. sufrió una transformación física gracias a la bomba que tiene que ver con su condición sexual, una transformación que se mueve entre los límites del realismo y los del expresionismo. El lenguaje de esta novela corta me ha parecido más seco, más preciso, que el empleado en Criaturas abisales.
El alga, segundo relato del conjunto, donde se habla de una mujer que finge su propia muerte, conteniendo la respiración, me ha recordado al de Fredo y la máquina del libro anterior, con esos personajes que perciben el mundo desde su postración, metáfora de la imposibilidad de actuar sobre él. Más cerca del realismo de nuevo.
Él, el tercero, nos vuelve a mostrar un escenario histórico realista: la Segunda Guerra Mundial en Europa, y en este cuento Perezagua vuelve a inquietarnos con su obsesión sobre las deformidades del cuerpo. De intenciones similares a Little Boy, pero de mucho menor alcance.
La tempestad –el cuarto- me puso sobre aviso de una posible nueva influencia sobre la obra de Perezagua, la de Julio Cortázar: en La tempestad la acción se sitúa a finales del siglo XIX, en una finca de California, y la extrañeza que provoca la actuación de una actriz polaca en una cena me ha recordado a esa extrañeza cuando lo inesperado irrumpe en un escenario realista de Cortázar.
En el quinto, Aniversario, volvemos al realismo, ligeramente expresionista con sabor a Kafka, donde se muestra el odio de una hija hacia un padre que le leía a su hija La metamorfosis antes de dormirse.
Esta incursión en el mundo del realismo falla (desde mi punto de vista) sobre todo en el cuento Trasplante, donde se narra la atracción de un profesor de matemáticas por una alumna ingresada en el hospital. Un cuento demasiado convencional para lo que nos esperamos de esta autora. En cambio, da grandes frutos en dos de los mejores cuentos del libro: Las islas, de estirpe cortazariana, donde se habla de la felicidad de un hombre que se mueve por la costa en una isla hinchable, y en El piloto, donde se habla de un camionero que recorre la misma ruta cada día, cinco horas de ida y cinco de vuelta, pero que no puede recordar ninguna imagen del trayecto de ida.
En el cuento titulado Leche, Perezagua vuelve a elegir un escenario histórico muy concreto, la invasión japonesa de China en la década de 1930 para narrar una historia realista con un componente de extrañeza sexual; y este tipo de relatos, por su atrevimiento para elegir una época lejana y personajes ajenos al autor, y narrar una historia con una resolución extraña y potente, me ha recordado a algunos de los cuentos de Roberto Bolaño.
Aurática es destacable por el extraño mundo creado, un mundo distópico de nieve y carruajes tirados por caballos.
Un solo hombre solo, el penúltimo, donde se habla de un condenado a muerte y se repasa toda su estirpe genética me ha parecido uno de los más flojos, fruto de una pura ocurrencia.
Me dejo el mejor cuento para el final: MioTauro, el segundo más largo, donde se habla de la obsesión sexual de una mujer por el ganado y por los minotauros, que existen en el mundo primitivo creado. El lenguaje con el que está escrito y las imágenes creadas son realmente sugerentes; y de nuevo nos volvemos a encontrar aquí con uno de los grandes temas de la autora: el del sexo anti convencional.
Leche (el libro, no el relato) me ha parecido, con algún pequeño altibajo, un conjunto de relatos poderoso, con un abanico temático mayor que el presentado por la autora en Criaturas abisales. Unos cuentos imaginativos, arriesgados, que abren continuamente nuevas puertas ante el lector, que no se arredran ante lo fantástico sin desdeñar enfoques realistas.
Si escribí la semana pasada que Criaturas abisales suponía un notable debut, Leche es la obra sólida, de una autora joven con mucha madurez narrativa, arriesgada y con un gran potencial aún de crecimiento futuro.