Nuevamente con retraso, pero aquí vienen mis lecturas de abril de 2019.
Mi primera lectura de abril de 2019 fue este interesante thriller policíaco que tiene lugar en la ciudad de Madrid y alrededores con un par de personajes protagonistas más que llamativos (en especial ella): un inspector homosexual un poco gordito y dependiente de su madre, con quien vive; y una mujer joven con unas capacidades intelectuales que van más allá de lo casi comprensible y roza la ciencia ficción. En Reina roja, Gómez Jurado plantea una situación de entrada un tanto desasosegante: el secuestro y asesinato de los herederos de dos grandes fortunas españolas cuyas familias, por cierto, parecen poco colaboradoras a la hora de cooperar con la investigación.
El caso pasa a manos de una organización que parece estar más allá (mucho más allá) del alcance y conocimiento de los cuerpos de seguridad del Estado. Una organización secreta que actúa a espaldas de la policía echando mano de ese poli vasco, gordito y homosexual, cuya placa peligra por un turbio asunto en el que se vio implicado, y esa extraña mujer con capacidades extraordinarias y un pasado que la atormenta. Interesante novela, esta Reina roja, para la que el propio autor dice que habrá continuación. Sólo por volver a acompañar a Antonia Scott en una nueva aventura merece la pena esperar.
Este libro llegó a mis manos gracias a Mónica Gutiérrez Artero no sólo con el objetivo de que disfrutara la lectura, sino con el de conocer el Nueva York de los años 50 y 60, inmediatamente anteriores a la época en la que se desarrollan las novelas de la señora Starling.
Crónicas de Nueva York, es un librito no muy extenso, compuesto de breves artículos en los que Maeve Brenan va desgranando pequeñas pero agudas pinceladas de la vida neoyorquina de esos años, el libro se lee con gusto, no sólo por la curiosidad de conocer un Nueva York parecido y, sin embargo, tan distinto al de hoy sino porque Brenan nos conduce por sus calles, sus parques, sus restaurantes y avenidas con una entretenida maestría que hace de la lectura que supera el simple agrado para sumergirse en el deleite.
Otra de mis lecturas de abril de 2019 es un clásico a cargo de Thomas Hardy y que ha resultado probablemente en la novela de este autor que más me ha defraudado hasta ahora. No quiero decir con ello que sea mala. Simplemente no es tan buena como sus otras obras. Empezando por los propios personajes protagonistas, que no una vez o dos, sino continuamente, parecen desempeñar ante el lector el inapropiado papel de unos ingenuos adolescentes. Y digo inapropiado porque es penosa la personalidad y naturaleza que Hardy les otorgó. En ningún momento llegaron a parecerme verosímiles y más daba la impresión de que estaban actuando sobre un escenario, a la vista de un público poco exigente, que ejerciendo de protagonistas de una novela seria.
Es una pena porque Dos en una torre tenía todos los ingredientes para haberse convertido en una de mis novelas preferidas de este autor. Me llevo un recuerdo agridulce de ella, pero mantengo intacta mi confianza en Hardy, un autor que volveré a leer.
De Edith Wharton, si no me falla la memoria, hasta ahora sólo había leído Ethan Frome, una novela publicada en 1911 y que le valió a la autora el premio Pulitzer. Tengo un bonito recuerdo de esa novela, algo que no ha ocurrido con La solterona y no porque sea una mala historia o esté mal escrita (algo impensable en la bibliografía de Wharton), sino porque no ha llegado a conquistarme el corazón. Se trata, pues, de una opinión más que subjetiva. Quizá a ti sí logre embelesarte.
En La solterona, Wharton trata un tema (no voy a contártelo porque te destrozaría la novela) que hoy en día está más que superado, pero que en el momento en el que se escribió la historia podía malograr no sólo un matrimonio, sino la propia vida de una mujer (seguro que ya sabes de qué estoy hablando). Lo más llamativo (o al menos lo que más me ha llegado a mí) es la relación (debería decir relaciones) materno-filial que se establece en la novela. Eso sí me ha llegado. Pero es que no puedo explayarme más sin dinamitar la historia. Me temo que tendré que ser así de misteriosa y dejarte con el sabor de la intriga inundándote los labios.
Tenía este libro (heredado de la biblioteca de mi madre) pendiente desde hacía años y no llegaba a decidirme nunca por su lectura, y eso que Uris me encanta. Ante mi próximo traslado (lo de próximo es un decir, porque aún no tengo claro cuándo será), estoy intentando poner un poco de orden en mi biblioteca (dividida en dos partes muy claras: los libros que ya he leído y los que aún faltan por leer), así que decidí ponerme con Éxodo para desatascar un poco la parte de libros pendientes. Y aunque digo que Uris me encanta, confesaré que tomé Éxodo con algo más que cierta apatía. No sé por qué, tenía la impresión de que iba a ser uno de esos libros pastosos que se leen casi por obligación. ¡Qué equivocada estaba!
Me ha gustado muchísimo y lo he disfrutado casi, casi en su totalidad (el casi es porque hay alguna parte -poca, muy poca- que se me ha hecho un pelín pesada). En Éxodo, Leon Uris narra el vagabundeo del pueblo judío por el planeta y su búsqueda de una patria. En la novela se aprende de qué polvos vienen los lodos que hoy todos conocemos que inundan Palestina e Israel, y si el lector es de mente abierta y está dispuesto a darle una oportunidad a los judíos para comprenderlos (sacudiéndose la corrección política actual de medio planeta, cuya inclinación pro palestina satura los telediarios y azuza la inquina antijudía) se dará cuenta de qué poca razón tienen los palestinos, de cómo se lo han currado los judíos para tener un país próspero al que llamar propio y de qué cerdos (perdón por la palabra, pero no hay otra que mejor los defina) fueron los ingleses con ellos.
Este año estoy leyendo muy pocos libros en inglés, cosa rara en mí. No ha sido hasta este mes de abril que me he zampado uno, y ha sido este Peak: Secrets from the New Science of Expertise, en el que Anders Ericsson hace un recorrido y un estudio exhaustivo sobre qué se necesita para convertirse en un experto (sea cual sea el campo en el que busques destacar).
Me ha gustado el libro, cuenta un montón de cosas interesantes y desmonta el mito de las 10.000 horas. Ese que dice que si dedicas esa cantidad de tiempo a una actividad te convertirá en un experto. No es así, dice Ericsson, no si esas 10.000 horas que empleas (en lo que sea: tocar el violín, pintar, escribir...) no son de práctica deliberada. Es decir, práctica en la que pones máxima atención. 10.000 horas más máxima atención, sí; 10.000 por sí mismas, pues va a ser que no.
Voy a hacer una confesión: no me he enterado de la mitad de esta novela. No es que esté mal escrita (pero tampoco podría asegurar que sí lo esté) o que el misterio no sea interesante (aunque no me atreva a confirmar que lo sea). Sinceramente, durante su lectura mi mente ha estado viajando por los espacios siderales de su propia cosecha. La conclusión que saco de ello es que la novela no me ha atrapado lo suficiente para mantener mi cerebro atado a la historia.
Espiritismo, música que parece venir del más allá y dos asesinatos que se resuelven de forma un tanto chapucera a mi entender es lo que vas a encontrar en El misterio del asesino del más allá. E, insisto, digo "a mi entender" porque hay que tener en cuenta que no puedo fiarme de mi propia opinión porque, como ya dije ahí arriba, mi mente se encontraba en otro lugar (quizá más lejano que el propio más allá) durante la lectura de la novela.
Este libro me lo prestó un amigo y ahí va otra confesión: nunca había leído a Truman Capote (o al menos no lo recuerdo). La experiencia ha sido satisfactoria. En Música para camaleones tenemos unos cuantos relatos, muy del estilo del autor (que conozco a pesar de no haberle leído, pero sí estudiado) de los que poco más puedo decir. Es un librito que me dediqué a disfrutar, sin más, y como ya he devuelto el ejemplar a mi amigo, ni siquiera lo tengo a mano para poder contaros cuál de las historias me gustó más. Como estoy escribiendo este post sobre las lecturas de abril en junio, mi memoria hace tiempo que perdió por el camino los títulos de los relatos y, sin ellos, es incapaz de evocar siquiera una ligera sensación de las variadas que me produjo su lectura.
En el futuro (ya lo tenía previsto antes de leer este Música para camaleones) repetiré con el autor, porque le tengo muchas ganas a algunas de sus obras.
Pues esto fue lo que dio de sí el mes de abril. No uno de mis meses más lectores, pero bien servido de títulos atractivos.
Si quieres ver qué leí los meses anteriores sigue estos enlaces:
En mis lecturas de enero.
Mis lecturas de febrero.
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