Lecturas encadenadas. Julio

Publicado el 01 agosto 2018 por Molinos @molinos1282

Cliffhanger. Karin Jurick

«Querida Verónica:
Si
no
pensamos
en
el
principio
nunca
habrá
final.
                                       A».
Tengo que recoger a dos niñas que llegan en tren, ir a rehabilitación para tratar de no quedarme
manca, preparar una lasaña (sin gluten) para comer y sacar tiempo para darme un baño en la piscina así que vamos al lío de los encadenados sin detenernos en reflexiones sesudas.
Empecé julio con un novelón.  Posesión de A.S Byatt , llegó a mis manos vía Iberlibro tras tres recomendaciones de gente de la que me fió muchísimo: mi amiga Di, la librera Silvia Broome y Elena Rius.
Posesión es todo un novelón. Novelón es un concepto que, para mí, significa muchas páginas, una gran historia y algo de amor. Si además transcurre en Inglaterra, toman té y hay niebla y lluvia la combinación es perfecta. Si, además, todos son educadísimos, muy cultos, intercambian conversaciones inteligentes y hay personajes que recuerdan a la mejor tradición inglesa como el malvado americano trepa, la pobrecilla secretaria a la que nadie hace caso, el conde empobrecido pero muy malhumorado y ancianas con gatos, no se puede pedir más.
En Posesión, Byatt, escribe dos historias. Una casi detectivesca, con buenos y malos, que buscan la verdad pasada y desconocida sobre un par de escritores decimonónicos y, otra , sobre esos dos escritores. Las dos historias corren paralelas, intercalándose una con otra. Por un lado encuentras las intrigas universitarias, el ansia de ser el primero en saber, en conocer, en poseer la verdad para ser la máxima autoridad, los recelos investigadores, la prisa por publicar y por otro lado encuentras el ritmo pausado y calmo de las relaciones que se establecían por carta, cuando entre una pregunta y su respuesta podían pasar días. La historia de amor por carta que se descubre muchos años después y la trepidante necesidad de conocer esa relación, se intercalan. Además, es una novela sobre escribir, sobre buscar la inspiración, encontrarla y desesperarte, una vez hallada, intentando plasmarla tal y como suena en tu cabeza. Y habla también del amor a los libros, a tenerlos, leerlos y descubrirlos.  Es una novela estupenda que, advierto, intercala larguísimos poemas épicos que los dos escritores decimonónicos escriben y que se pueden saltar sin perderse nada de la trama.
«De vez en cuando hay lecturas que ponen de punta los pelos del cuello, la pelleja inexistente, y los hacen temblar, cuando cada palabra arde y reluce dura y dura, infinita y exacta, como piedras de fuego, como puntos de estrellas en la oscuridad: lecturas en las que el conocimiento de que vamos a conocer lo escrito de otra manera, o mejor, o satisfactoriamente, se adelanta a toda capacidad de decir qué conocemos ni cómo. En esas lecturas, la sensación de que el texto ha aparecido para ser enteramente nuevo, única antes de ser visto, va seguida, casi de inmediato, por la sensación de que estuvo ahí siembre, de que nosotros los lectores sabíamos que estaba ahí, y que siempre hemos sabido que era como era, aunque reconozcamos por primera vez, tomemos plena conciencia de, nuestro conocimiento».
Instrumental. Memorias de música, medicina y locura, de James Rhodes  no me ha gustado. Sé que es una opinión poco popular pero no me ha gustado. James Rhodes me cae bien, me parece admirable que haya sobrevivido a cinco años de abusos sexuales por parte de un profesor, a una adolescencia terrible y a una juventud de autodestrucción y depresión. Aplaudo con entusiasmo su capacidad para transformar toda la ira, la furia y la rabia en ganas de vivir, en entusiasmo, en optimismo, en una actitud de "voy a disfrutar de la vida" en vez de convertirse en un amargado, cosa a la que por otro lado tendría todo el derecho del mundo. Con todo, el libro es flojísimo. Lo mejor, para mí, es lo que cuenta al principio de cada capítulo sobre una pieza musical y que es lo mismo que cuenta en sus varias listas de Spotify que os recomiendo encarecidamente si, como yo, no sabéis nada de música clásica.
Sé que, a lo mejor, no soy la persona indicada para criticar este libro porque yo también he escrito un libro, de escasa valor literario,  contando una experiencia personal que probablemente a mucha gente le parezca peor que el de Rhodes pero, como lectora, mi opinión es que el libro es flojo. Valiente pero flojo. Aún así hay algunos pasajes que sí me han gustado, con reflexiones interesantes, como éste:
«Se trata de una adicción que resulta más destructiva y peligrosa que cualquier droga, que casi nunca se reconoce, de la que se habla aún menos. Algo insidioso, generalizado, que ha alcanzado niveles de epidemia. Es la principal causa de esa actitud de creerse con derecho a todo, de la pereza y la depresión en la que estamos inmersos. Es todo un arte, una identidad, un estilo que te brinda una infinita e inagotable capacidad de sufrimiento.
Es el Victimismo».
Además, Rhodes me ha descubierto la primera pieza de música clásica a la que me he hecho adicta.
El orden en que los libros aparecen en tus manos, en que encuentran su momento, a veces, juega en su contra y eso le ha pasado también a Rhodes. Nada más acabar sus memorias, me enfrasqué en El club de los mentirosos, de Mary Karr, un libro que me recomendó Lara Hermoso. Karr, como Rhodes, cuenta su vida, su historia, su infancia, la vida de sus padres. Cuenta, también, varias historias de abusos, una de ellas terrorífica, que implica a un adulto que la cuidaba cuando tenía ocho años. Sus padres, además, a los que ella adoraba eran alcohólicos y su madre sufría graves brotes de cosas "de los nervios" que escondían una historia que Mary Karr no descubrió hasta muchos años después.
Karr escribe tan bien que se te quitan las ganas de intentar escribir nada. «Mary maneja el lenguaje con la soltura de una poeta, precisamente porque lo es: suelta palabras que tradicionalmente no deberían aparecer y crea para ellas usos novedosísimos» dice Lena Dunham en el epílogo. Maneja el ritmo de la historia y también los tiempos, hace digresiones sin perderse, sin resultar superficial, ni repetitiva y sin dar lecciones morales. El tono me ha recordado muchísimo al de El bar de las grandes esperanzas, obviamente su autor le debe mucho a este libro. Leyendo estas memorias también he pensado que sobre una base real, Karr ficción porque es imposible que una niña de cinco, seis, siete años recuerde los hechos con esa capacidad de detalle. Los hechos, sin duda, son ciertos pero la manera de contarlos es ficción porque no podría ser de otra manera, porque así trabaja nuestra memoria, reescribiendo nuestros recuerdos.
Karr tiene otros dos volúmenes de memorias que aún no se han publicado en castellano y a los que seguiré la pista. Lo recomiendo muchísimo.
«He llegado a creer que el silencio puede engrandecer a una persona. Y el dolor, también. La emanación de un silencio pesado y triste puede investir a alguien de una dignidad absoluta».
Conjunto vacío de Verónica Gerber Bicacci fue una de las recomendaciones de los Tipos Infames en la Feria del Libro junto con Temporada de huracanes de Fernanda Melchor que ya recomendé el mes pasado. Me ha gustado mucho pero no es un libro para todo el mundo. Verónica cuenta su vida o la de alguien que se parece mucho a ella, en primera persona, a base de diagramas de Venn. Mi vida en diagramas de Venn la definiría bien. Es la historia de la protagonista (Yo) y la de la ausencia de su madre, y la de Alonso, y la de su hermano, y la de su abuela y de los diagramas de Venn que cada uno de sus personajes genera y que a veces interceptan, "conjunto intersección" y otras no. Empieza así: «Mi expediente amoroso es una colección de principios» y, pensándolo tras haber llegado al final, la novela es mejor al principio que al final, pero la apuesta arriesgada de Verónica merece muchísimo la pena. Es una novela de desamor que se monta y se desmonta como un puzzle, está escrita y dibujada, las cosas que pasan se representan para ordenarlas, para aclararlas, para darles sentido o tratar de dárselo. Es original. Agria y tierna y visualmente sorprendente.
«Empezar muchas veces el mismo texto es, al menos, una insistencia por contar y entender la misma historia.
De otra forma uno fracasa una y otra vez empezando relatos distintos que siempre terminan igual.
De otra forma uno fracasa una y otra vez intentando desordenar el tiempo».
Y con esto y diez días más de vacaciones por delante en los que espero leer muchísimo, hasta los encadenados de agosto.
PS: acabo este post siete horas después de haberlo empezado, con las niñas recogidas, la rehabilitación hecha y una lasaña condecorada como una de las tres mejores que he preparado en mi vida. Me falta el baño.