Lecturas encadenadas. Mayo y junio

Publicado el 05 julio 2023 por Molinos @molinos1282
Antes de nada: una lectora me dejó un comentario diciendo que echaba de menos mis lecturas encadenadas. En primer lugar: gracias, me hizo mucha ilusión. En segundo lugar: la explicación. En mayo no hice lecturas encadenadas porque solo leí un libro,Los silencios de la libertad, de Guillermo Altares, y dediqué un post entero, Testigos silenciosos, a las reflexiones que me había provocado. Pensé entonces: no hago lecturas encadenadas y, como seguro que en junio recupero ritmo, uno los dos meses. Para sorpresa de nadie, en junio he recuperado poco porque no sé qué me está pasando, pero no me cunde el tiempo de lectura y voy más despacio. No pasa nada, no hay prisa, disfruto lo que leo; pero no tiene sentido hacer un post de lecturas encadenadas si no hay nada que encadenar. ¿Cambiará esto en el verano? No lo sé, veremos. 

El post del que hablaba antes, Testigos silenciosos, lo escribí el 28 de mayo, el día antes de las elecciones. En tres semanas tenemos otras en las que nos jugamos muchos derechos y muchos logros conquistados que los fascistas quieren eliminar. «Eso no va a pasar», a lo mejor piensa alguien. Si ese alguien está leyendo esto, que se levante y se dé contra la pared, por idiota y crédulo, y que luego coja Los silencios de la libertad y lo lea con atención, porque ahí están todos los peligros, que no es que los enfrentamos sino que ya están aquí, ahí, llamando a nuestra puerta y queriendo tirarla abajo. 

«Muchas decisiones nos superan, a veces es imposible elegir, otras no se puede encontrar el valor suficiente. Pero la lucha por la democracia se compone de millones de pequeños actos individuales. Somos cada uno de nosotros los que podemos romper los silencios de la libertad».

Lee a Guillermo y no votes a fascistas ni a gente que vota con fascistas. Haz el favor.

Después de una lectura tan política pretendía leer algo más ligero, pero los caminos de las lecturas encadenadas son inescrutables y desde la estantería de los pendientes de leer me asaltó El bosque del odio, de Roman Gary. Creo que fue justo a Altares al que oí hablar de este libro hace mucho y lo compré de segunda o tercera mano en algún sitio que no recuerdo porque no lo apunté. («The biggest lie we tell ourselves is "I don´t need to write this down because I will remember it"». Kevin Kelly)

El bosque del odio es una novela publicada en 1945, nada más terminar la II Guerra Mundial, y cuenta la historia de los partisanos polacos que viven escondidos en los bosques cerca de Wilno. Viven escondidos en cuevas, en agujeros, escapando de los alemanes que han ocupado Polonia y que están asesinando a los hombres, violando a las mujeres, arrasando con todo. El personaje principal es un chavalín de 13 años, Janek, hijo del médico del pueblo, al que sus padres esconden en un agujero en el bosque para que esté a salvo. Su padre le dice “vendré cada noche y, si un día no vengo, corre a buscar a los partisanos”.  No destripo nada porque esto ocurre en las dos primeras páginas: Janek acaba viviendo con los partisanos y aprendiendo la realidad de la guerra y la crueldad de los hombres de primera mano. Es una novela que cuenta el final de la guerra, cuando a Polonia llegan noticias del frente de Stalingrado y empiezan a creer que quizá haya esperanza, que quizá los alemanes pierdan y ellos puedan volver a sus vidas o a lo que queda de ellas. Mientras tanto conviven con la miseria tanto física como moral, con la crueldad que ven y la que se dan cuenta que ellos son capaces de infligir, con el odio al otro, al alemán, más allá de cualquier razonamiento o consideración. 

Es una novela clásica, de guerra, llena de horror cotidiano, de las vidas transformadas por el mayor de los sufrimientos: crueldad hacia los demás, traición por comida, prostitución para sobrevivir. Personas normales con vidas normales llevadas al extremo y con la supervivencia como única meta. Personas que pensaron «eso no va pasar».

«Janek le dió la espalda. Empezó a caminar, luego echó a correr. No huía: tenía prisa por llegar. Quería volver bajo tierra, hundirse en su agujero, no volver a salir nunca más. Bajó al escondrijo y se echó sobre el jergón. No se sentía cansado. No tenía miedo. No tenía sed, ni sueño, ni hambre. No sentía nada, no pensaba nada. Permanecía tumbado, con la mirada vacía, en el frío, en las tinieblas. Solo cuando la noche estuvo ya mediada pensó que iba a morir. No sabía cómo se muere uno. Probablemente un hombre se muere cuando está listo para morir, y está listo cuando es demasiado desdichado. O bien, quizá, muere cuando ya no le queda nada que hacer. Es un camino que sigue cuando ya no tiene otro sitio a donde ir. Pero él no murió. Su corazón latía, seguía latiendo. Morir no era más fácil que vivir».

El bosque del odio fue un bestseller de posguerra y su autor, Roman Gary, es todo un personaje. Nació precisamente en Wilno (Polonia Oriental) y era judío. Su padre nunca le reconoció y, tras pasar unos años en Varsovia, llegó con su madre a Niza. Durante la guerra combatió con los franceses y fue condecorado cuando terminó. Intelectual, hablando varios idiomas, tuvo una carrera diplomática que le llevó a Estados Unidos donde, entre otras cosas, se casó con la actriz Jean Seberg. Escribió varias novelas con distintos pseudónimos y es el único escritor que ha ganado el Premio Goncourt dos veces, aunque con dos nombres distintos y algo de polémica. 

El bosque del odio es una buena novela. Es dura, se te agarra a las tripas y crees que no podrás soportarlo más y cuando la terminas, no te suelta. Es una historia que no olvidas. 

En un tiempo que parece muy lejano, pero que en realidad fue en marzo, estuve en París y en la librería Shakespeare & Co a la que llevé a mis hijas porque son devotas de la trilogía de Linklater Antes de (lo estoy haciendo fenomenal en cuanto a referencias culturales de mi descendencia). Allí compré el libro autobiográfico de Shirley Jackson que ya recomendé y mi siguiente lectura de estos meses: The Lonely City. Adventures in the art of being alone, de Olivia Laing. (Está traducida por Capitán Swing) ¿Dónde leí sobre este libro por primera vez? No lo sé, como no lo apunté («The biggest lie we tell ourselves is "I don´t need to write this down because I will remember it"» Kevin Kelly) lo olvidé. La cuestión es que tenía interés en él y, como me encantan las ediciones americanas en tapa blanda, lo compré en París. 

Es un texto de no ficción que mezcla las experiencias personales de la autora con la divulgación artística. Ahora que lo pienso, quizá se parezca en forma a El nervio óptico, de la argentina María Gainza (que estás tardando en leer y que recomendé aquí hace mil quinientos años). Olivia Laing llega a Nueva York por una relación amorosa que parece que va a concretarse en algo más tangible en la ciudad pero que se desvanece, sin que ella nos dé muchos detalles, poco tiempo después de su llegada. Olivia, que ha dejado atrás su vida en Gran Bretaña, vive por largas temporadas en Nueva York saltando de apartamento en apartamento, dependiendo de qué amigo se lo deje una temporada o se lo subarriende a buen precio. Allí reconoce sentirse más sola que en ningún otro sitio, más sola que nunca. Está viviendo en una ciudad superpoblada y llena de actividades, pero no consigue conectar con nadie (en esto también me ha recordado a algo que contaba Will McPhail en IN., un tebeo que también he recomendado y que es maravilloso). Olivia se refugia entonces en el Arte o, mejor dicho, en determinados artistas cuya obra ella cree que refleja o expresa la soledad. En esa lista de creadores están Edward Hopper, David Wojnarowicz, Henry Darger, Andy Warhol, Nan Goldin, Klaus Nomi y alguno más. Olivia Laing traza sus biografías centrándose sobre todo en su relación con la ciudad, con Nueva York concretamente; aunque en el caso de Darger esa ciudad es Chicago, donde fue portero en un hospital, solitario y desconocido, hasta que murió y en su habitación encontraron cientos de misteriosas pinturas que todavía están tratando de interpretar. 

Henry Darger


Las reflexiones sobre la soledad de la ciudad o de estos artistas a veces me han interesado y otras me han parecido cogidas un poco por los pelos, pero he aprendido mucho de algunos de esos personajes que no conocía más que muy vagamente. Con Wojnarowicz y su obra he hecho un viaje a los años de la epidemia de SIDA, algo que yo viví como adolescente española con muchísima distancia y que sin embargo ahora, con este libro y con el podcast Resurrection (del que ya hablaré), estoy viendo con muchísimo interés y horror porque fue algo terrorífico: la enfermedad y el rechazo a los homosexuales, su trato como apestados de la sociedad. 

Otro elemento interesante del libro de Laing es la descripción de la ciudad. Madrid no es Nueva York pero puedo identificar los procesos que ella describe también aquí: la desaparición de la vida «normal» en el centro, la homogeneización de las tiendas, los bares, los restaurantes, la imposibilidad de encontrar casa, lo que viene siendo la gentrificación de nuestros barrios que convierte la ciudad en un decorado sin alma. No es que yo sea fan del alma de Madrid, pero por lo menos tenía algo diferencial. 

¿Hay que leer The lonely city? Pues sí. Es un libro que va de menos a más y que conviene leer mirando de vez en cuando en Google alguna de las imágenes de las que habla (de esto tenemos que hablar: tengo la sensación de que los escritores se curran menos ahora las descripciones porque ya cuentan con que irás a buscarlo en internet y a mí NO ME GUSTA INTERRUMPIR LA LECTURA PARA ES, cuéntame cómo es, me lo imagino y, si lo que cuentas me ha interesado suficiente, cuando luego deje de leer y esté haciendo otra cosa iré a buscarlo). Se aprende mucho de Arte, se aprende a mirar el Arte y también a ver más allá de él a la persona que está detrás y que, muchas veces cuando no siempre, vuelca en sus obras una parte de su vida que no es capaz de expresar más que como artista. (Sobre esto creo que la interpretación de Hopper es la que está más traída por los pelos y la que menos encaja con el resto de artistas, pero entiendo que hablar de soledad y Nueva York y no hablar de Nighthawks era imposible). 

“Many marvelous things have emerged from the lonely city: things forged in loneliness but also things that function to redeem it”. 

Tres libros en dos meses sería una marca lamentable si estuviera tratando de competir con alguien. 

Lee a Guillermo, lee a Gary y a Olivia para aprender, pero sobre todo no votes a fascistas. Eso es lo más importante y con esto y la esperanza de retomar mi ritmo lector, hasta los encadenados de julio. 

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