Lecturas encadenadas. Octubre

Publicado el 09 noviembre 2018 por Molinos @molinos1282
Octubre ha sido mi peor mes de lecturas en años. No sé qué ha pasado. Bueno, sí lo sé: la vida laboral y personal me ha pasado por encima y solo he leído dos libros, uno y medio en realidad. De todos modos, el uno ha merecido tanto la pena, ha sido una lectura tan impresionante que compensa todo lo demás, el abandono y la falta de horas de lectura.
El Hambre de Martín Caparrós llevaba dos años esperando en mi estantería. Lo compré porque Enric González lo recomendaba y yo por Enric tengo devoción y lo que es aún más serio, me fío de su criterio. Antes de que diga nada más, corred a comprarlo. 
Lees "hambre" y piensas en niños con vientres inflados y piernas flaquitas, piensas en We are de World, en África, en moscas sobre personas con la piel pegada a los huesos. Lees hambre y piensas en qué injusto es el mundo, en qué duro es vivir en África, en qué cabrona es la naturaleza que manda sequias, inundaciones, tifones, huracanes, que carga a países enteros de tierras estériles que no pueden producir nada. Lees hambre y piensas en lo importante que sería colaborar, educar, hacer algo. Lees hambre y se te olvida, porque como dice Caparrós en muchos de los capítulos ¿Cómo carajo seguimos viviendo sabiendo? Sabiendo ¿qué? Que 800 millones de personas en el mundo, ochocientos, pasan hambre todos los días, hoy, mañana, ayer. Ochocientos millones de personas pasan hambre y no es por la naturaleza, ni por la tierra esteril, ni están solo en África. Ochocientos millones de personas pasan hambre porque nosotros, el primer mundo, yo, tú, tu familia, tus hijos, tus compañeros, tus amigos, comemos demasiado. ¿Cómo carajo seguimos viviendo sabiendo qué pasan estas cosas? Pues seguimos viviendo porque como dice Caparrós:
«... no hay que hacerse los boludos y decir que todo te afecta igual, ay la humanidad, ay la miseria de un hombres es mi miseria, ay si una sola criatura no puedo comer yo no puedo dormir, esas pavadas que quedan muy bien lindas para levantarse una pendeja. Uno sabe que hay cosas que le importan mucho y otras que le importan mucho menos, pero el tema es que igual esas cosas te importan, aunque sea menos, y entonces vale la pena pensar qué se puede hacer. No hacer discursos increíbles ni prometerse que uno solito va a cambiar el mundo pero por lo menos poner tu granito de arena, hacer tu pequeña diferencia ¿no?» 

Este libro sirve precisamente para eso, para pensar en el problema, para quitarse la venda, para aprender qué es el hambre, porqué hay gente que ahora mismo se muere de hambre y qué tiene que ver esto con nosotros que es mucho. 
Caparrós recorre Níger y Sudán en África pero también habla del hambre en China, en India, en Madagascar, en Argentina y en Estados Unidos. Habla de cómo el Primer Mundo, nosotros, los bancos, las empresas que nos dan de comer, que nos ponen la comida "saludable" en nuestras supermercados y nuestras mesas tienen que ver con que haya gente en esos países a los que cuando Caparrós les pregunta ¿Si pudieráis pedir cualquier cosa, pedir lo que sea, qué pedirías? Y dicen: arroz, sorgo, una vaca. 
«Nada me impresionó más que la pobreza más cruel, la más extrema, es la que te roba también la posibilidad de pensarte distinto. La que te deja sin horizonte, sin siquiera deseos: condenado a lo mismo inevitable». 

Caparrós explica como para poder vivir, nosotros los que comemos, sabiendo que hay gente muriéndose de hambre en el mundo, lo primero que hacemos es hablar del hambre de manera impersonal, «de manera abstracta, un sujeto en sí mismo: el hambre., Luchar contra el hambre. Reducir el hambre. El flagelo del hambre. Pero el hambre no existe fuera de las personas que la sufren. El tema no es el hambre son las personas que la sufren». Jamás lo había pensado así y me dejó impactada darme cuenta de esto. Decir, pensar, escribir el hambre es no decir nada, decir, pensar, escribir los hambrientos, los que se mueren de hambre, es ponerle cara, ojos y cuerpo. El hambre no somos nosotros, los hambrientos sí podríamos ser nosotros.  
«El hambre mata más personas cada año, cada día, que el sida, la tuberculosis y la malaria juntos, y no existe. El hambre no participa del misterio de las sombras insondables, lo inmanejable de la enfermedad: la impotencia frente a lo incomprensible. El hambre se entiende demasiado, aunque no existe: es un invento del hombre, nuestro invento.»

He doblado muchísimas esquinas, tantas que necesité días para pasar todos los extractos a mi cuaderno. Caparrós intenta entender porqué la gente se muere de hambre, porqué no cultivan, porque no pueden comer lo qué cultivan, porqué no pueden comprar comida, porqué tienen que vivir en el barro, porqué viven de escarbar en la basura, porqué el 60% de los hambrientos del mundo son mujeres, etc. Observa el mundo, hace preguntas y se hace preguntas y nos la presenta para que el lector abra los ojos, para que mire, vea y se pregunte ¿cómo carajo seguimos viviendo sabiendo que pasan estas cosas?
«La obesidad es el hambre de los países ricos. Los obesos son los malnutridos -los más pobres- del mundo más o menos rico. En estos países la malnutrición pasó del defecto al exceso: de la falta de comida a la sobra de comida basura. La malnutrición de los pobres de los países pobres consiste en comer poco y no desarrollar sus cuerpos y sus mentes; la de los pobres de los países ricos consiste en comer mucha basura barata -grasas, azúcar, sal-y desarrollar estos cuerpos desmedidos. No son la contracara de los hambrientos: son sus pares. La forma de la desigualdad en estos pagos.» 

Entre sus observaciones, entre sus preguntas y sus viajes, Caparrós se pregunta qué culpa tenemos nosotros, los de a pié, en qué nos afecta todo esto y son esas pequeñas reflexiones las que te dejan más revuelto, porque no hay escapatoria a eso. Tú, yo, no vives en África, ni en India, ni en un basurero de Buenos Aires, lees sobre esos lugares y consigues mantenerte fuera, leer desde el otro lado, pero el periodista argentino no te deja escapar, no se deja escapar a sí mismo y te/se sacude con cosas como esta: 
«Tirar a la basura es un gesto de poder. El poder de prescindir de bienes que otros necesitarían: el poder de saber que otros se ocuparán de desaparecerlo. 

El poder de poseer es placentero; nunca más que el poder de deshacerse: el poder de no necesitar la posesión. 

El verdadero poder es desdeñarlo.»

El hambre es una lectura que te sacude por todos lados, te deja baldado, exhausto, confuso y sintiéndote una mierda, como todos los buenos libros. Corred a comprarlo. 
Los archivos de Alvise Contarini de José María Herrera ha sido la lectura que dejé a medias, o para ser más exactos al 80%.  Llegué a él a través del club de lectura y para leerlo a tiempo para su sesión (a la que finalmente no pude ir porque me pasó la vida por encima), me pusé a leerlo en mitad de la lectura de El Hambre. Quizá esta circunstancia me alejó de lo que cuenta, quizá no eran ni el momento ni las circunstancias para leerlo. En medio de la vorágine del hambre, la muerte, la injusticia y el egoísmo no conseguí que me importara lo que este libro cuenta tanto como para terminarlo. 
Los archivos de Alvise Contarini es Venecia. Me recordó a Los archivos de Aspern de Henry James, a La ciudad de los ángeles caídos de John Berendt y  a Locuras de Verano, la película de David Lean con Katherine Hepburn de protagonista haciendo de americana de mediana edad que se enamora por primera vez en Venecia.   El autor de este libro, José María Herrera, nos presenta a un enigmático anciano veneciano, miembro de una estirpe legendaria en la ciudad, Alvise Contarini al que conoce casi por casualidad. La primera parte del libro es su encuentro con él, la segunda y más extensa recoge varios ensayos supuestamente escritos por Contarini sobre música veneciana, pintura, historia, literatura. Es un libro erudito y profuso en detalles, me recordó a los libros que leía en la carrera, a mis tardes en la biblioteca de la Facultad de Historia estudiando con varios libros abiertos a mi alrededor, buscando láminas de cuadros, de esculturas. Leyéndolo me volví a sentir estudiante y quizás ese fue el problema, que no me apetecía estudiar, recrearme en el arte, en la música, en los detalles mientras andaban zumbándome en la cabeza los hambrientos del mundo. Quizá lo termine en otro momento, con otro estado de ánimo. Y con lupa porque no sé en qué estaba pensando el editor para elegir ese tipo minúsculo. 
«La leyenda de Orfeo nos enseña una cosa, y es que al pasado no deben dársele más vuelta de la cuenta. Una cosa es que lo evoquemos fugazmente y otra distinta hundirse en él como en arenas movedizas. La vida demanda corazones puros. Hay personas, sin embargo, a las que sus recuerdos no les dejan pensar, gente que en vez de una vida parece que llevan un crimen a la espalda.» 
Y con esto y galletas de lemon curd, hasta los encadenados de noviembre que espero que me cundan más.