Uno de los (muchos) grandes placeres de la lectura es que nos transporta a otros lugares. ¿Qué necesidad hay de desplazarse al África profunda si podemos leer
En las minas del rey Salomón? O, en un registro más amable, nada mejor para sumergirse en el verdor y la voluptuosidad de la campiña francesa que los textos memorialísticos de
Colette. Aunque también se puede considerar desde otro punto de vista: el disfrute lector se incrementa notablemente si conseguimos leer un texto en el mismo lugar que éste describe. Lo explica muy bien Anne Fadiman -una vez más, me refiero a sus
artículos bibliómanos recogidos en Ex libris, ese delicioso libro que no me canso de pedir que alguien se decida a reeditar-, quien cita el caso de Thomas Macaulay; empeñado en leer la descripción que hace
Tito Livio de la
batalla del lago Trasimeno (en latín, por supuesto)
in situ, no sólo se plantó en el lugar exacto a la misma hora que Livio dice que se inició la batalla, sino con tanta suerte que acertó con idéntico tiempo brumoso que el que soportaron los romanos: "Me hallaba exactamente en la misma situación que el cónsul Flaminio: totalmente oculto tras la niebla matinal... Así que puedo decir con justicia que he visto exactamente lo mismo que vio el ejército romano ese día". Si grande es el poder de la imaginación para trasladarnos a otras tierras, ¿hay algo más emocionante que el que lo que leemos coincida con lo que nos rodea? ¿Ver, oler y experimentar lo mismo que los personajes de la historia que estamos devorando?Los bibliómanos coleccionamos este tipo de experiencias: como
ya conté una vez, recuerdo con placer la lectura del
Cuaderno gris de Josep Pla rodeada de los mismos paisajes que describe; o
Berlín, la caída de Beevor en esa misma ciudad (aunque aquí, por fortuna para mí, el paisaje había cambiado mucho). Por supuesto, este tipo de coincidencias son raras, incluso si uno las busca. Que lo hace, créanme. Como el proverbial sabio (sí, ya saben, el que iba arrojando hierbas, etc.), reconforta ver que siempre hay alguien más obseso que uno mismo, pues circulan por ahí mapas que ubican libros famosos, para fanáticos de la lectura in situ.
Litmapproject, por ejemplo, es colaborativo, y salta a la vista que tiene aún muchas lagunas. ¿Se animan a cooperar? Así, para elegir la lectura del próximo viaje, bastará con consultarlo y sabremos qué libros llevarnos. Por mi parte, estoy segura de que si alguna vez voy a la isla de Skye, llevaré bajo el brazo un ejemplar de
Al faro, lo mismo que no pisaré Yalta sin sentarme en su malecón a leer
La dama del perrito de Chéjov. Quién sabe si no veré por allí a una bella joven acompañada por un lulú. ¡Ah, el encanto de la lectura in situ!
Ojos negros, de Nikita Mijalkov, una delicia de película
basada en los relatos de Chéjov