En 1964 Lee Kuan Yew realizó una gira por 17 países africanos en compañía de los líderes de los estados de Sabah y Sarawak. El objetivo de la visita era convencer a los líderes africanos de que la Federación Malasia que acababa de crearse no era una añagaza neoimperialista de los británicos, sino que respondía a las aspiraciones de los pueblos de Singapur y del norte de Borneo.
Lee Kuan Yew dedica diez páginas de sus memorias a esa gira, en la cual Liberia le dejó una impresión imperecedera. Le dedica página y media, más que a ninguno de los otros países. Si hay un lugar en las memorias en el que Lee Kuan Yew se permite ser un poco sarcástico es cuando se refiere a Liberia:
“Liberia era una discrepancia. Llegamos a la capital justo antes del crepúsculo. Después del seco aire del desierto de Bamako, Monrovia era cálida y húmeda, no muy diferente de Singapur. Pero Liberia era una parodia de estado. Una guardia de honor de estilo americano estaba formada en el aeropuerto, con un aspecto nada militar y cualquier cosa menos elegante. Un africano alto me saludó en un inglés con un fuerte acento americano y dijo que era el secretario de estado. La mayor parte de sus instituciones se llamaban o estaban modeladas según los americanos, pero ahí se terminaban las similitudes. Mientras pasaba revista a la guardia de honor, oí el saludo más flojo de dieciocho rifles que haya oído nunca; sonaba como la explosión de un petardo mojado.
Mientras esperábamos en la sala VIP a que descargasen nuestras maletas, el secretario de estado nos dijo que iríamos derecho a la granja del Presidente William Tubman, donde nos esperaba para ofrecernos una cena. Estaba al menos a dos horas en coche. Me quedé estupefacto. Habíamos estado volando durante tres horas y necesitábamos lavarnos y refrescarnos. Pero no había manera de escaparse. Allá que fuimos. Teníamos siete motoristas militares montados en unas Harley Davidson enormes y los walkie-talkies del motorista principal y del ayuda de campo militar en el asiento delantero de nuestro Cadillac crujían sin cesar. Cuando uno de los motoristas derrapó y cayó en una zanja, el secretario de estado ni se inmutó. En el curso del trayecto de tres horas otras dos motos se salieron de la carretera. A nadie le importó si los motoristas estaban heridos leves o de gravedad. Decidí no preguntar; por las reacciones del secretario de estado y del ayuda de campo, parecía ser algo habitual.
Llegamos y nos llevaron a hacernos la foto. Tuve que insistir para que me dieran cinco minutos para lavarme. Tubman se puso entonces a perorar largamente. Finalmente sirvieron la cena. Dio unos golpecitos en la mesa con su martillo y dijo, “Señor Vice, la plegaria”. El vice-presidente que estaba sentado al otro extremo de la mesa entonces agradeció al Señor por los manjares que iban a aparecer. No fue hasta la medianoche que salimos para hacer el largo viaje a nuestra casa de invitados en Monrovia.
Exhausto, saqué el pijama, fui al baño y encontré la bañera llena de agua con un sedimento de herrumbre en el fondo. Solté un taco y quité el tapón., pero a pesar de mi fatiga supe instintivamente que había hecho una estupidez y lo volví a poner. Como era de esperar, no salía agua del grifo. Con lo que quedaba del agua herrumbrosa, me quité el polvo y la grasa del viaje lo mejor que pude. Busque una botella de agua soda para lavarme los dientes. No habiendo encontrado ninguna, me conformé con una Fanta. Estaba dulce, pero era mejor que nada; confié en que la pasta de dientes contrapesase el azúcar. Después de tanta excitación, no tenía sueño. Cogí algo para leer de la mesilla de noche. Era un canto de elogio para el presidente, la estrella de África, el salvador de su país. Doblé el panfleto para llevármelo a casa de recuerdo de cómo no se debe impresionar a los huéspedes.
No hizo falta una declaración conjunta en Liberia, ya que se sabía que Tubman era pro-americano; apoyaba a Malasia y aceptó la invitación del Tunku [el Primer Ministro de Malasia en aquellos momentos] para visitar la Federación. Al día siguiente, recorrí Monrovia para echar una ojeada al inmenso palacio presidencial y a los terribles barrios de chabolas que lo rodeaban. Me alegró mucho salir de allí.”