Tras la preparación del capítulo 1, Don Quijote sale en busca de aventuras... pero hete aquí que estas no se encuentran tan fácilmente como él preveía (según lo leído en los libros de caballería). Vemos aquí una primera discordancia entre la ficción y la realidad que, sin embargo, no hace desfallecer al caballero en su afán por convertirse en un deshacedor de agravios. Y hago notar aquí lo que comenta Martín de Riquer al hilo de esta expresión: ha pasado al vocabulario popular eso de "desfacer entuertos" cuando realmente la expresión no se utiliza así, ni Cervantes la emplea de tal modo. Como explica Riquer, "el tuerto (o sea "torcido") es la injusticia que hay que enderezar (o sea "poner derecho") y el agravio hay que deshacerlo", así que lo correcto sería enderezar tuertos (o entuertos) y deshacer agravios.
Me encanta el esfuerzo por parecer verosímil que hace Cervantes, manteniendo la ficción de que la historia nos la cuenta un traductor que ha encontrado unos papeles en los que se habla del Quijote cuando dice eso de que "autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la de Puerto Lápice [...] pero yo lo que he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre". De nuevo la ficción y la realidad (ficcional) chocan en una obra que está jugando constantemente con los límites entre verdad y mentira, entre vida y literatura: hay otros autores (que mienten) que dicen que ya vivió aventuras en ese día pero yo lo único que he encontrado al respecto es que se aburrió mortalmente, nos dice el narrador, con la autoridad que le concede la consulta de los anales de la Mancha. Simplemente magistral.
Un choque entre realidad y engaño que continúa con ese Don Quijote que ve el mundo con unos ojos que los demás no tenemos en la cara, capaces de transformar lo más sórdido en lo más bello, gracias al poder de su imaginación, si nos ponemos poéticos, o de su locura, si nos ceñimos a la realidad. Me encanta esa visión del personaje, esa forma de leer el mundo de manera distinta a los demás, descubriendo belleza donde no la hay. Sin duda, el mundo de Don Quijote tiene que ser mucho mejor que el de los demás, por muy loco que esté. En este sentido, Cervantes no hurta al lector la reacción típica de cualquiera que se topa con un don quijote en su vida: la burla, el menosprecio, la risa, como hacen las dos deshonestas vagabundas a las que el caballero llama doncellas.
Tampoco es para menos: Cervantes maltrata a su hijo literario, se burla de él y lo presenta como un personaje patético muy cercano a lo grotesco y al esperpento. El episodio de la cena, que Don Quijote casi no puede ingerir por no quitarse sus pertrechos de caballero, es no solo divertido sino irónico a rabiar. Todo ello entra dentro del propósito que Cervantes tenía al escribir su Quijote: desprestigiar y hacer burla constante de un género tan extendido en la época como los libros de caballería, un género que se había ido degradando con el paso de los años y había caído en una serie de clichés y tópicos repetitivos que habían desprestigiado absolutamente a dicho género, aunque eso, precisamente, era lo que más gustaba a sus lectores, como demuestra el propio Don Quijote con su lenguaje, sus citas y el seguimiento de sus convenciones.
¿Cómo no empezar a simpatizar con este loco maravilloso? Y eso que solo estamos en el segundo capítulo. Nos seguimos leyendo.
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