Siempre he pensado en Cortázar como un mago de los de la antigua escuela, de esos que se las ingenian para partir guapas mujeres a la mitad, convertir el agua en palomas o sacar conejos del sombrero sin que el público pueda imaginar siquiera dónde está el truco. Tal vez, hay que admitirlo, porque no hay truco, sino sólo eso: magia. No hay ilusiones aquí.Claro que hay que su repertorio no es como los de los demás en el rubro: un hombre que vomita conejos de tanto en tanto, otro que se convierte en el axolotl que observa desde el otro lado del vidrio en un acuario, un lector que se convierte en la víctima del libro que lee, un embotellamiento tal que da pie a la formación de comunidades en la carretera... No, no es un mago como los demás, ni es su pluma una varita cualquiera. ¿A lo que trato de llegar? Pues a eso: a decir que Julio Cortázar es uno de los autores más imaginativos, talentosos e inesperados que se hayan decidido, alguna vez, a garrapatear palabras sobre un papel. Hablo, claro está, de sus cuentos. Siempre he pensado que el gran error de Cortázar fue tentar otros oceános que, en el fondo, tuvieron que estarle vedados. Sus poemas no están mal, pero les falta brillo. Y digan lo que digan los amantes de la Maga, Rayuela sólo tiene de interesante el planteamiento lúdico de su estructura, porque por lo demás... bueno, pues las cosas como son: que es un bodrio de novela. Así y sin más. Todos y cada uno de los personajes es insoportable, y el que quiera terminarla (lo digo yo, que lo he hecho) va a tener que poner a prueba su fuerza de voluntad -aunque tal vez no... porque conozco a mucha gente que disfrutó leyendo ese libro; en fin, que de gustos y sabores, camarón que se duerme y todo ese rollo. Pero sus cuentos... es que son únicos en su especie. Tanto por sus imposibles -y de pronto hechos realidad- argumentos como por su frescura y esa leve y secreta tensión que se mantiene a lo largo de la narración, y que es deudora de lo mejor de la obra de Poe. En ese sentido, Julio Cortázar ha significado un hito, una cima en ese género que se llama "literatura fantástica", y que tan buenos representantes ha tenido por estos lares del mundo. Para mí, volver a sus páginas cada cierto tiempo es algo más que un placer: es casi terapéutico, un verdadero alivio, una oportunidad para respirar aire fresco después de andar tan metidos -y por más que lo disfrute- en esta botella llena de humo que es el mundo. Porque hasta los que nos sentimos más cómodos en las calles llenas de mugre de Miller, las cantinas de mala muerte de Bukowski o los burdeles de peor calaña de Petronio, necesitamos un paseo por el prado de cuando en cuando. Paso, pues, a traer una vez más a la memoria a este gigante, a este Julio Verne de las letras hispanas. A los más muchachos, ya les digo: que no pierdan el tiempo saltando por los capítulos de Rayuela y que, mejor, busquen la felicidad en sus tomos de cuentos. Ahí está, y ni siquiera es que se esconda. ¿Títulos imperdibles? A ver, que son casi todos: Todos los fuegos el fuego, Bestiario, sus Cronopios y famas, ese formidable que es Las armas secretas... o hagámoslo simple: todos, y listo. Todos con Cortázar, carajo.
Siempre he pensado en Cortázar como un mago de los de la antigua escuela, de esos que se las ingenian para partir guapas mujeres a la mitad, convertir el agua en palomas o sacar conejos del sombrero sin que el público pueda imaginar siquiera dónde está el truco. Tal vez, hay que admitirlo, porque no hay truco, sino sólo eso: magia. No hay ilusiones aquí.Claro que hay que su repertorio no es como los de los demás en el rubro: un hombre que vomita conejos de tanto en tanto, otro que se convierte en el axolotl que observa desde el otro lado del vidrio en un acuario, un lector que se convierte en la víctima del libro que lee, un embotellamiento tal que da pie a la formación de comunidades en la carretera... No, no es un mago como los demás, ni es su pluma una varita cualquiera. ¿A lo que trato de llegar? Pues a eso: a decir que Julio Cortázar es uno de los autores más imaginativos, talentosos e inesperados que se hayan decidido, alguna vez, a garrapatear palabras sobre un papel. Hablo, claro está, de sus cuentos. Siempre he pensado que el gran error de Cortázar fue tentar otros oceános que, en el fondo, tuvieron que estarle vedados. Sus poemas no están mal, pero les falta brillo. Y digan lo que digan los amantes de la Maga, Rayuela sólo tiene de interesante el planteamiento lúdico de su estructura, porque por lo demás... bueno, pues las cosas como son: que es un bodrio de novela. Así y sin más. Todos y cada uno de los personajes es insoportable, y el que quiera terminarla (lo digo yo, que lo he hecho) va a tener que poner a prueba su fuerza de voluntad -aunque tal vez no... porque conozco a mucha gente que disfrutó leyendo ese libro; en fin, que de gustos y sabores, camarón que se duerme y todo ese rollo. Pero sus cuentos... es que son únicos en su especie. Tanto por sus imposibles -y de pronto hechos realidad- argumentos como por su frescura y esa leve y secreta tensión que se mantiene a lo largo de la narración, y que es deudora de lo mejor de la obra de Poe. En ese sentido, Julio Cortázar ha significado un hito, una cima en ese género que se llama "literatura fantástica", y que tan buenos representantes ha tenido por estos lares del mundo. Para mí, volver a sus páginas cada cierto tiempo es algo más que un placer: es casi terapéutico, un verdadero alivio, una oportunidad para respirar aire fresco después de andar tan metidos -y por más que lo disfrute- en esta botella llena de humo que es el mundo. Porque hasta los que nos sentimos más cómodos en las calles llenas de mugre de Miller, las cantinas de mala muerte de Bukowski o los burdeles de peor calaña de Petronio, necesitamos un paseo por el prado de cuando en cuando. Paso, pues, a traer una vez más a la memoria a este gigante, a este Julio Verne de las letras hispanas. A los más muchachos, ya les digo: que no pierdan el tiempo saltando por los capítulos de Rayuela y que, mejor, busquen la felicidad en sus tomos de cuentos. Ahí está, y ni siquiera es que se esconda. ¿Títulos imperdibles? A ver, que son casi todos: Todos los fuegos el fuego, Bestiario, sus Cronopios y famas, ese formidable que es Las armas secretas... o hagámoslo simple: todos, y listo. Todos con Cortázar, carajo.