En anteriores artículos comenté las grandes diferencias que hay entre los pueblos que leen mucho y los que casi no leemos, como es el caso de México, donde estamos muy por abajo del nivel económico, social y cultural de otros países.
El caso es que hace unas semanas fui a pagar mi impuesto predial en una de las oficinas recaudadoras de Guadalajara, donde había filas de más de 200 personas, en su mayoría de la tercera edad, muchas de ellas esperando en pleno sol, de pie en la banqueta.
Cuando ya nos pasaron a la antesala, donde había no menos de 100 contribuyentes debidamente sentados, observé que sólo dos de ellos, un hombre y una mujer, tenían un libro en la mano, y de vez en cuando lo abrían para leerlo.
Días antes había acudido a mi cita médica de rutina, en el Seguro Social, donde en la antesala vi a más de 50 pacientes esperando ser llamados por su médico, pero sin ocuparse en nada.
Pensé entonces en la gran oportunidad que tenemos los mexicanos de aprovechar los tiempos de espera en oficinas y consultorios y también en los medios de transporte, como son los autobuses, el tren eléctrico o el avión, para leer lo que nos guste, no sólo la novela favorita, sino también la revista o el periódico.
Ojalá que adquiramos y mantengamos la sana costumbre de leer mientras esperamos cualquier cosa, porque hay que aprovechar el tiempo lo mejor posible. “El tiempo perdido los santos lo lloran”, dice el viejo refrán.
Vamos a leer porque el saber te hace valer.
javiermedinaloera.com
Artículo publicado por la revista México Rural en su edición de abril de 2018.