Recuerdo que en una ocasión, en el instituto, un profesor nos habló de su frustración porque nunca podría llegar a leer todos los libros que querría, y que se arrepentía del tiempo que no había aprovechado para leer a lo largo de su vida.Quizás aquel profesor era un poco exagerado en sus emociones, pero la cuestión es que sus palabras me hicieron pensar por primera vez en la lectura como algo infinito, inabarcable y en cierto modo, sí, frustrante.
Más tarde, a esta conciencia de la imposibilidad de leer todo lo que querríamos, añadí otro motivo de desasosiego: empecé a darle muchas vueltas a la cuestión de la relectura. Me preguntaba, y he seguido preguntándomelo hasta hace poco, qué sería mejor, si leer solo libros nuevos, es decir, libros que no hubiera leído antes, o releer libros que me hubieran gustado mucho. Durante mucho tiempo, y después de haber releído algunos, no tuve dudas: con tantos libros que había por leer, era una locura dedicar las horas a leer libros repetidos. Y así estuve mucho tiempo, años, sin releer ningún libro, por mucho que me hubiese gustado alguno en particular. Siempre me acordaba de las palabras de mi profesor y me vencía la idea de que había que aprovechar el tiempo para lecturas nuevas, para leer las demás obras de los autores que me gustaban y para descubrir otros que me podrían gustar.
Aunque también creo que, a veces, lo que buscamos en la relectura no es lo que el libro nos pueda ofrecer de nuevo sino volver a encontrarnos con algo que ya conocemos, con algo que ya nos ofreció y que es algo que nos reconforta. Hay libros que nos hacen sentir bien, porque nos vemos reflejados en ellos, porque nos hacen ver que no estamos solos en nuestras cuitas, porque nos dicen cosas que nos ayudan de una manera o de otra. Y por eso volvemos a leerlo, para volver a escuchar esas palabras que nos consuelan o nos alientan o cuya melodía, simplemente, nos agrada.
Claro está que no cualquier libro merece una relectura. De hecho, algunos no merecen ni una primera lectura, y se pierde mucho más el tiempo leyendo un libro que no nos satisface, que nos deja indiferentes, que releyendo, las veces que nos apetezca, un libro que nos resulta provechoso.Ya dijo Oscar Wilde que si no disfrutamos al leer un libro otra vez, es que ese libro no merecía la primera lectura. O, en palabras de Susan Sontag: “No merece la pena leer un libro que no merezca la pena releer.”
Creo que con frecuencia nos ocurre como a aquel profesor, que sentimos una especie de ansiedad por leer más, que nos impide disfrutar realmente de la lectura; una avidez que nos lleva más a acumular libros leídos con premura que a obtener beneficio de ellos. Por eso, al contrario que en el título de esta entrada, con los libros no debería haber dilemas ni decisiones que tomar. No hay que elegir, sino leer y releer según nos apetezca, sin estropear con ansiedad ni impaciencia el placer de pasar las páginas con deleite y dedicándoles el tiempo que queramos, las veces que queramos. Siempre será un tiempo bien empleado.