Y a mi me queda el silencio, la botella de agua muy fría en la mesa, sin que nadie la mueva, la aparte, se la reserve o decida saciar su sed con agua ajena. Con la ausencia de Él y de ella el reloj transcurre más lento y más sonoro, así que decido buscar refugio seguro en alguna de mis promesas veraniegas, aquello que dije que haría sin falta, porque es urgente descansar de otros y volver a uno mismo.
Estos días, sí, sólo leo y estoy viviendo otras cien vidas distintas.