Leer (una vez más)

Por Calvodemora

 Cuando el acto de la lectura rivalice con el de ver la televisión no nos preocupará recordar dónde dejamos el mando a distancia. Lo que nunca hará la televisión es convidarte a imaginar. Por mucho que se afane, no es cosa de hacer sangre, algo bueno tiene, no logrará igualar al hecho sencillo de pasar de un renglón a otro y pasar después de una página a la siguiente. Si el veneno de la televisión se administra en edades púberes (o anteriores) costará extraerlo, aunque sepamos qué antídotos lo neutralizan. Quiero pensar que la lectura es una especie de deslumbramiento. Puede inducirse su hallazgo, pero no hay una receta milagrosa. En todo caso, la única que ahora se me ocurre es la de la fascinación misma, la del amor puro por lo que el libro cuenta. Es dar con uno que nos seduzca y todas las demás seducciones vendrán sin esfuerzo: las buscaremos sin esfuerzo, vendrán sin que ni siquiera las solicitemos. Yo empecé a leer tarde y creo haber compensado ese inargumentable retraso. Lo que no tuve fue el dulce refugio de una novela de Julio Verne cuando el único refugio del mundo es una novela de Julio Verne en la edad en que leer es vencer al demonio del aburrimiento. Acude con tanta frecuencia que no he logrado entender cómo es posible que haya quien prescinda de la literatura o del cine o de cualquier arrimo a nuestra vida que la adorne o la llene o la duplique o la convierta en la delicia absoluta de escuchar lo que a otros se les ocurrió para que nosotros (felices lectores) pudiéramos alimentar nuestra inquietud y ese hambre infinita de belleza y de inteligencia que a veces únicamente proporcionan los libros.