Sí, la novela comienza con la jefa de la sección de homicidios de la Policía Foral de Navarra a punto de dar a luz y convertida en la policía estrella tras haber resuelto los crímenes del basajaun. Así es como asiste al juicio contra Jasón Medina, el padrastro de Johana Márquez, quien asesinó, violó y mutiló a la joven. Amaia tiene todas las pruebas que lo demuestran. Pero de pronto el juez les anuncia que el juicio no puede celebrarse. Jasón acaba de suicidarse en los baños del juzgado y ha dejado una nota para Amaia en la que tan solo hay escrita una palabra: tarttalo Tarttalo es un personaje de la mitología vasca representado como un cíclope antropomorfo, gigantesco, con un solo ojo en medio de la frente, con costumbres antropófagas y un comportamiento terrorífico. Vivía en las montañas, en el monte de El Perdón, cercano a Pamplona, según algunas leyendas y en el monte Sadar, en Cegama (Guipúzcoa), donde hay un dolmen llamado Tarttaloetxea (casa de Tarttalo), según otras. Es un monstruo con un tamaño y una fuerza descomunal, perverso, salvaje y muy agresivo. Se alimenta de ovejas, niños y adultos y tiene un anillo mágico que le servía para controlar a sus presas, ya que al grito de “¿dónde estás?” por parte de Tarttalo el anillo respondía “aquí estoy”. Según una vieja leyenda vasca Tarttalo murió ahogado tras lanzarse a un pozo mientras perseguía a una de sus presas. Este nuevo caso en el que se ve inmersa Amaia Salazar la llevará de nuevo al valle de Baztán. Ha transcurrido ya un año, pero eso no ha impedido que sus miedos, sus fantasmas, sus pesadillas y su pasado regresen con más fuerza que nunca para atenazarla una vez más. Conforme avanzamos las páginas acompañamos a la inspectora y a sus compañeros policías Etxaide, Iriarte, Montes o Zabalza, al doctor San Martín o al juez Markina en una investigación contrarreloj, trepidante, frenética y electrizante en la que cada nuevo descubrimiento nos dejará con la boca abierta, sin respiración y con un deseo irresistible de avanzar en la lectura. Jasón Medina será el primero de una serie que no parece tener fin. Cada vez aparecen más casos de hombres violentos, agresivos, rudos, borrachos, que asesinan a sus mujeres, les cortan el brazo después de haberlas matado, dejan la firma de Tarttalo y, por último, se suicidan. Todas las víctimas eran del valle de Baztán, pero eso es lo único que tienen en común. Sus edades, sus profesiones, sus lugares de residencia, su condición social, su situación económica, todo era distinto. ¿Qué tenían en común todas ellas para atraer la atención del Tarttalo? Y, lo más importante y difícil al mismo tiempo, ¿quién está detrás de todos esos crímenes? ¿Quién es el Tarttalo y por qué tiene tanto interés en que sea únicamente Amaia la que dirija esta investigación? ¿Por qué los mensajes directos para ella y las provocaciones? ¿Por qué quiere convertir este caso en algo personal? Por si fuera poco, la inspectora Salazar y su equipo deberán investigar también las profanaciones que se están produciendo en la iglesia de Arizkun, uno de los pueblos del valle de Baztán, donde alguien aprovecha las noches para entrar en el templo, destrozarlo y dejar huesos humanos en el altar. ¿Quién lo hace, por qué? Y, sobre todo, ¿de quién son esos huesos? Una vez más, los temas personales y profesionales estarán demasiado mezclados para el gusto de Amaia. James y ella son padres primerizos, con todo lo que eso conlleva, y tiene que compaginar su recién estrenada maternidad con las exigencias de su trabajo. ¿Será capaz de conciliar sus dos mundos? ¿O, por el contrario, muy a su pesar, se verá obligada a elegir entre ser una buena madre y una buena policía? En este segundo libro de la trilogía Amaia volverá a enfrentarse a su hermana Flora y, como no podía ser de otra forma, también a Rosario, su madre. Ahora que ella misma también es madre sus sentimientos, sus miedos, sus fantasmas, sus pesadillas, lejos de disiparse y desaparecer se han hecho más fuertes que nunca. Pero, afortunadamente, la inspectora Salazar también contará con la compañía y el apoyo incondicional de su hermana Rosaura y su tía Engrasi, un personaje que es mi debilidad, me parece una mujer luchadora, fuerte, independiente y, sobre todo, cariñosa, familiar y entrañable, no lo puedo evitar, le tengo muchísimo cariño. Al igual que en el primer libro de la trilogía, en esta segunda entrega volvemos a encontrar a los mismos personajes y descubrimos nuevas cosas de ellos que hacen que los amemos o los odiemos todavía más. Pero también hay novedades, muchas, muchísimas. Más del magnetismo y la fascinación de la mitología vasco-navarra, más crímenes, más víctimas, más monstruos, más terror. Conocemos aún más las tradiciones, la cultura y el carácter del valle de Baztán, como la historia de los agotes, un tema medieval que, sin embargo, sigue siendo tabú para muchos baztaneses y que personalmente me apasiona desde que tuve la suerte de conocer a Xabier Santxotena. Dolores Redondo irrumpió en el panorama literario dejando el listón muy alto. Pero con esta segunda entrega ha conseguido no solo igualarlo sino, lo que es más difícil y tiene por ello muchísimo más mérito, superarlo. Por los personajes, por el escenario, por la trama policíaca y la trama personal, por el ritmo. Por todo ello y por mucho más esta es una novela que atrapa desde el comienzo y hasta el final, que se devora como el Tarttalo devora a sus presas.
Es una historia adictiva, inquietante, oscura, siniestra, que hace las delicias de los lectores. Deseas llegar al final, saber cómo se resuelve el caso, saber que hay un principio y, afortunadamente, una discordancia que hace que todas las piezas del puzle encajen. Pero, al mismo tiempo, da muchísima pena acabar el libro, despedirte de los personajes tras acompañarles en su evolución, abandonar el valle del Baztán y no sentir más la adrenalina que esta historia provoca. Ahora que sé que todo lo que nos han legado, lo bueno y lo malo, está en los huesos, solo me queda esperar impacientemente para poder realizar la Ofrenda a la tormenta. Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.