Llego a la lectura de “El desajuste del mundo” de Amin Maalouf a través del blog de Roberto Colom (aquí).Sin ninguna duda se trata de un libro muy interesante, sobre todo por la lucidez con que el escritor de origen libanés analiza el mundo árabe y sus relaciones con occidente, algo que en los momentos actuales es muy de agradecer. Pero no voy a detenerme aquí en ese asunto, la referencia a esta obra es simplemente el agradecimiento a la idea que su lectura me ha sugerido: la legitimidad parental.
Para Maalouf la legitimidad “es lo que permite que los pueblos y las personas acepten, sin excesiva coerción, la autoridad de una institución encarnada en hombres y considerada portadora de valores compartidos”. Evidentemente se trata de un concepto amplio que puede aplicarse a realidades muy diversas: las relaciones entre los ciudadanos y sus dirigentes, entre los estudiantes y su profesor, o, lo que más me interesa, entre un hijo y sus padres. El intelectual libanés utiliza los ejemplos de Atatürk en Turquía, o de Nasser en Egipto para ejemplificar esta idea.Se trata de dirigentes que supieron ganarse el respeto e incluso el cariño de sus ciudadanos, que hubieran sido capaces de ir tras ellos hasta el fin del mundo.Otro caso más reciente sería el del Sudafricano Nelson Mandela.Aunque la legitimidad pueden otorgarla las urnas, no resulta necesario, como demuestran el caso de Nasser y el del Fidel Castro posrevolucionario.
Volviendo al asunto de la parentalidad, los psicólogos que nos dedicamos a estos temas solemos usar el término de padres democráticos para referirnos a aquellos padres y madres que utilizan un estilo educativo caracterizado por el apoyo, el afecto, la supervisión, la imposición de límites y la promoción de autonomía.El término estilo democrático es la traducción del anglosajón “authoritative style” , y tal vez no haya sido una traducción muy afortunada. Con frecuencia muchos padres hacen una interpretación muy literal del término que les lleva a situarse en una relación de igualdad de poder con sus hijos que puede desembocar en situaciones de clara permisividad, con ausencia del ejercicio de la autoridad parental. Sin embargo, la solución no está en el autoritarismo que tiene unas consecuencias negativas más que demostradas para el desarrollo infantil y adolescente.
La legitimidad parental, en cambio, supondría un sano ejercicio del poder sin que hubiese demasiada resistencia por parte de niños y adolescentes. Cuando los padres consiguen esa legitimidad son más apreciados por sus hijos, su disciplina es más respetada, y sus consejos y valores son tenidos en cuenta. Cuando los hijos son pequeños no es difícil conseguir esa legitimidad, pero conservarla a partir de la adolescencia resulta más complicado, ya que tras la pubertad va a producirse cierta desidealización de las figuras materna y paterna como consecuencia de la mayor madurez psicológica del adolescente. Algo parecido ocurre en la relación entre educadores y alumnos.
No creo que existan recetas para conservar ese legimitidad, aunque se me ocurren algunas ideas, como tener cierta cintura y paciencia para llevar esos primeros momentos de la adolescencia, en los que suele aumentar la conflictividad parento-filial, sin que se produzca un excesivo distanciamento. O mostrar unos modelos de comportamientos parentales coherentes con lo que predicamos. O ser sensibles a sus nuevas necesidades, muy diferentes a las de años previos. O tratarlos de forma respetuosa, evitando insultos y descalificaciones recurrentes. Y, sobre todo, apoyándoles en esos momentos de incertidumbres que todo chico o chica ha de atravesar a lo largo de la adolescencia. No e s una tarea sencilla, pero merece la pena.