Leibniz: el problema necesidad/determinación (I)

Por Zegmed

No quiero extenderme demasiado en torno a la monadología de nuestro autor, pero resaltaré los puntos que considero centrales para el curso de nuestro argumento. Recordemos que la discusión de las tesis de Locke en el libro II de los NEEH, se concentró en el tema de las ideas. Como sabemos, allí Locke afirma que tenemos ideas simples y complejas siendo las primeras derivadas de los sentidos (y de la reflexión) y siendo las segundas un conglomerado de las primeras, pero sin respaldo en la realidad. Eso es relevante porque obliga a Leibniz a criticar la tesis de Locke en vista de que para éste el vivo ejemplo de una idea compleja sin respaldo es el de la idea de sustancia[1]. Leibniz objetará diciendo que en realidad la sustancia es la idea más simple de todas, que de hecho sólo existen sustancias singulares y que a estas las denomina mónadas. Con ese pequeño marco, pasemos a la caracterización de las mónadas con algo de mayor detalle.

Leibniz explica en la Monadología[2] la naturaleza de las mónadas afirmando que se trata de sustancias simples que son la base de todo compuesto (§1), claramente en oposición a Locke. Su simplicidad radica en que ellas no tienen partes, de hecho la idea de Leibniz es que la mónada no tiene extensión y por ende es la unidad básica indivisible, creada no auto-originada e imperecedera (§§3-6). De ahí que sólo se expliquen por la voluntad de Dios y que sólo puedan desaparecer si Él así lo decidiese. Por otro lado, las mónadas, propiamente, no interactúan entre ellas: “las mónadas no tienen ventanas por las cuales algo pueda entrar o salir” (§7, p. 70). La idea de Leibniz es que proceden todas de Dios y que todas contienen la totalidad de las ideas de la mente de Dios en sí mismas, por lo que no hace falta que tengan ventanas, y en ese sentido son una perspectiva del universo entero, lo contienen todo dentro de sí mismas. Pero, si esto es correcto, para explicar su actividad en el universo hay que apelar a un principio distinto al de la interacción. Así, Leibniz dirá que ellas están regidas por el principio interno de la apetencia (§15) que nos conduce ya a la idea de la teleología leibniziana en tanto este apetito de la mónada es lo que la impulsa a tener más y mejores percepciones. La mónada, entonces, percibe toda la multiplicidad que contiene (esas ideas de Dios que están todas en cada una de las mónadas) y, en ese sentido, puede decirse que ella tiene en sí misma cierta perfección y suficiencia “que la convierte en fuente de sus acciones internas y, por así decirlo, en una autómata incorpórea” (§18, p. 72, cita ligeramente variada). La idea, en el fondo, es que la mónada contiene en sí misma todas las potencialidades que puede actualizar, ello dependerá de su grado de perfección, el cual se manifiesta en sus niveles de percepción. En ese sentido, la mónada no actúa sino en atención al despliegue de esas potencialidades o, de otra manera, en tanto actualiza lo que virtualmente se encuentra en ella. Pero, como digo, no todas tienen un grado de perfección igual. Así, podemos distinguir a las almas de las mónadas en general. Las primeras tendrán no sólo percepción, como las segundas, sino una percepción más distinta que estará acompañada de memoria (§19). Junto a esto, podemos introducir una nueva diferencia, ya que con lo dicho hasta aquí el alma no parece diferenciar de modo suficiente al hombre de otros organismos vivos. Por ello, Leibniz precisa que los seres humanos tienen un alma racional o espíritu (§29). Sólo nosotros somos capaces de conocer las verdades necesarias y eternas, la razón (quizá más precisamente, el principio de razón suficiente) y las ciencias. En el fondo: sólo el ser humano es capaz del conocimiento de sí mismo, sólo él es capaz de apercepción.

Me detengo aquí, habiendo trabajado algo más de material, para concentrarme en una idea que considero relevante en tanto hace más claro nuestro problema: la caracterización leibnizina de la sustancia individual. Creo que ya está clara la cuestión a partir de la Monadología, pero añadamos una cita breve del Discurso de metafísica: allí indica que la sustancia individual “encierra de una vez todo lo que le puede suceder y cuando se considera esta noción, puede verse allí todo lo que se podrá enunciar de ella de manera verdadera”[3]. Ese es nuestro problema, justamente. Todas las posibilidades de una mónada están contenidas en ella misma, el despliegue de algunas de ellas y no de otras, entonces, debe estar regido por algún motivo. ¿Cuál es ese motivo? El principio de razón suficiente, tal como se indica en la misma Monadología (§32). Creo que ahora sí hemos presentado las tesis de Leibniz de modo más o menos completo y creo que ya se ve de modo más claro la dificultad. Si todo se hace según una razón, porque así fue como Dios creó el mundo; se sigue que ninguna acción de la sustancia individual sucede sin arreglo a razones y si esto es así, las mismas están condicionadas y no son libres. Ergo, no tenemos libre arbitrio. Esto nos interesa, fundamentalmente, para el caso de la mónada racional, el ser humano[4]. Ahora, es evidente que siendo Leibniz tan lúcido como era, no podría haber pasado inadvertido de este problema. Veamos, entonces, qué alternativas ofrece para darle respuesta.


[1] Mi caracterización aquí es algo grosera ya que hay que hacer una multiplicidad de precisiones, sobre todo en relación a los argumentos de Leibniz y de Locke para sostener una u otra posición. Solo remito al libro para recordar el contexto de los mismos: NEEH, II, xii, §§3-7.

[2] Leibniz, G. W. Op. Cit. Indico entre paréntesis el parágrafo al que me refiero, en el caso de las citas, añadiré además la página.

[3] Leibniz, G.W. Op. cit. § 13, p. 24.

[4] Por ello es interesante lo que dice Copleston al respecto: “Puede decirse que, mientras el principio de contradicción enuncia que todas las proposiciones finitamente analíticas son verdaderas, el principio de razón suficiente dice que todas las proposiciones verdaderas son analíticas, esto es, que su predicado está contenido en su sujeto. Pero de ahí no se sigue que todas las proposiciones verdaderas sean finitamente analíticas, como lo son las verdades de razón (proposiciones “analíticas” en sentido propio)”. Idea que nos reconduce, además, a la fuerte conexión que hay en Leibniz entre lógica y ontología. Cf. Copleston, Frederick. Op. cit. p. 264.