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Leibniz fue el matemático al que debemos el cálculo infinitesimal (con el permiso de Newton) y también fue un destacado filósofo racionalista que anticipó la filosofía analítica; entre otras muchas cosas, tal era su versatilidad. Sin embargo, sus méritos no empezaron a ser reconocidos hasta pasadas varias décadas y solo en el siglo XX se ha reinvindicado su legado en toda su extensión.
Dicho lo cual, no me extenderé en cuestiones filosóficas o matemáticas, sino que me detendré en una anécdota* que tiene más que ver la sabiduría popular que con él.
Leibniz solía acudir a la Universidad de Leiden a debatir con profesores y estudiantes. Estas discusiones se desarrollaban siempre en latín. De esta universidad era profesor Burcher de Volder, con quien mantuvo una profunda, interesante y hasta polémica correspondencia.
Con el tiempo se dio cuenta de que con frecuencia acudía a los debates un vecino suyo, que era zapatero.
La curiosidad pudo con la discrección y un día se acercó a su vecino y le preguntó si tenía los conocimientos de latín suficientes para seguir y comprender aquellas disputas intelectuales.
La conversación se desarrolló más o menos así:
- No. De latín no sé nada, ni tengo intención de aprenderlo. Solo vengo a ver cómo discuten ustedes.--------
- Pero, si no sabe latín, ¿cómo sabe quién tiene razón en estas discusiones?
- Muy sencillo. Cuando alguien grita mucho, sé con seguridad que no tiene razón.
* Desconozco si la anécdota es apócrifa. La cita Gregorio Doval en su Anecdotario universal de cabecera. Ediciones del Prado. Madrid 2003.
Pero me sirve para introducir al genio conocido y para reinvindicar al genio anónimo.
La ilsutración está sacada de El rostro humano de las matemáticas.