Lejos como las postales viejas. Quería ir tan lejos como eso. Quería ir tan lejos como un adiós en el andén, como los extraños en las fotos. Lejos como cualquier cosa una tarde de verano. Lejos como la esperanza cuando ya es lo último por perder. Lejos como las sonrisas en la derrota. Como los horizontes. Como la verdad en un mercado, como la libertad para un esclavo.
Quería ir tan lejos que le quedara lejos todo lo que ahora era cercano. Al silencio, al vacío, al horizonte. A donde miran los suicidas, a donde van los besos que se quieren dar y se resbalan de los labios, al sitio donde descansan las caricias que no encuentran la piel, al cementerio de los sueños que nadie ha recordado, a donde no hubiera nada, hubiera cero, estuviese lejos.
Pero nunca podía. Porque nada está tan lejos como el otro lado del espejo. Porque no hay viaje que le alejara de sí mismo. Porque siempre se terminaba teniendo cerca. En el espejo. En su reflejo, que le miraba diciendo: estamos lejos.
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