Lentejuelas y tacones

Por Lectoraprofeymama

Creo que lo he dicho ya alguna vez: yo he sido muy, pero que muy presumida. Conozco al dedillo varias técnicas de maquillaje (para mi boda me maquillé yo misma), sé hacerme algún peinado requetechulo, sobre todo cuando tengo el pelo largo, y me gusta combinar ropa y complementos.

El mío está todavía más saturado. En serio.

Lo malo de haber sido tan presumida es que tengo el armario hasta arriba y más. Tengo un armario de tres puertas saturadito a más no poder, y en otro armario de la casa me veo obligada a guardar un par de trajes de chaqueta, seis o siete gabardinas y un par de abrigos que no me pongo a diario, porque en mi armario no me caben. Además tengo ropa en los cajones de la mesilla de noche y en una cómoda estrecha que tengo junto a la cama. Los zapatos de fuera de temporada los guardo en el canapé del cuarto de invitados, y en el nuestro está mi ropa de fuera de temporada y una caja con ropa «de salir de marcha».

A mí vivir así, con tanta ropa, me incomoda un poco. Sobre todo porque soy consciente de que no me pongo la mayoría. Para agravar la situación el año pasado trabajé en un colegio muy tradicional y tuve que comprar ropita ultrapudorosa que de poco me sirve en el mundo real. Y siendo realista, tengo muchas más posibilidades de volver a ponerme esos modelitos (si algún día vuelvo a trabajar en un colegio de curas, por ejemplo) que alguno de los míos.

A mí mi ropa me encanta. Absolutamente toda. Cuando me he comprado algo era porque me gustaba mucho, no soy de comprar a lo loco. Pero los años van pasando y admito que la mayoría no me la pongo. Mi vida ha cambiado mucho. Antes salía muchísimo, e incluso entre semana me arreglaba bastante, especialmente cuando era profe en la universidad. Ahora paso el día en casa y casi siempre en vaqueros. Cuando salimos, mi marido me pide que no me ponga tacones muy altos porque nuestros grupos son muy de patearnos la ciudad y así no se puede. Y suelo elegir modelos más cómodos. Ya no me veo del todo con mis minifaldas más cortas y los vestidos de lycra me marcan una barriguita de la felicidad que antes no estaba ahí. Y por supuesto hay cierto tipo de ropa que una se pone cuando quiere ligar, y ahí está muerta de risa, porque yo ligué hace más de tres años y ya no quiero ligar más.

De vez en cuando, le digo a mi marido que me gustaría hacer limpieza, deshacerme de los tacones más de fiesta y de la ropa que no me pongo. Pero él, que aún acumula trastos de su adolescencia en siete cajas enormes que invaden lo que algún día será la habitación de nuestro bebé, me dice que una vez tiró muchas cosas (¡menos mal!) y se arrepintió. Y me dejo convencer porque le tengo mucho cariño a mi ropa, porque mucha está cargada de recuerdos… Y así llevo varias temporadas, agobiada por mi armario apretadísimo, sabiendo que mucha ropa no me la pongo hace cuatro años o más.

Ahora estamos buscando un bebé y vuelve este tema a mi cabeza. Si algún día tengo un bebé, mi ropa y mis zapatos no podrán invadir otros armarios de la casa. Si algún día tengo un bebé, no creo que pueda ponerme esos tacones de aguja de doce centímetros. Si algún día tengo un bebé, no me veo amamantándolo con un vestido de lentejuelas o con guantes tipo gilda. Y lo que es peor, ¡tendré que comprarme ropa premamá y de lactancia! ¡Más ropa (aún)!

Me da pena deshacerme de mi ropa, mi marido no me anima porque él les tiene mucho apego a sus cosas, pero aunque sé que mi presupuesto no llega para reponer alguna prenda si me arrepiento, mi parte sensata me dice que adelante. ¿Habéis pasado por esta situación?