Nacido en Nueva York en 1952, Leo Bassi heredó la tradición por el circo heredada de su padre, quien trabajó, entre otros, con Groucho Marx y Louis Armstrong. Pero su faceta de payaso y actor escapa al aspecto meramente teatral, y es que no entiende el arte si éste no molesta al poder. Su misma crítica social le lleva a estar en el punto de mira de la asociación ultracatólica que participó del nacimiento de Vox y Hazte Oír. Los radicales le han puesto bombas, le han quemado lugares de trabajo y siempre le han hostigado, pero él no se va a callar.Nunca se ha autocensurado, y no tiene reparos a la hora de condenar las prohibiciones que imponen la derecha y la ultraderecha allá donde gobiernan: “Creo que este tipo de cosas, en cierto modo, ayuda a los actores y directores (…) Evidentemente, no es positivo, ni agradable, pero tiene que dotarnos de más fuerza, porque significa que estamos haciendo las cosas bien”.
Así se expresa Bassi en Elplural.com frente a Rubén Rozas en “70+”, un canto a la rebelión de los mayores contra el paso del tiempo. “Creo que Hazte Oír me inspiró en la idea, porque un payaso no responde a la violencia con bombas, sino con chistes, y los patos de goma fue la manera divertida de enfrentarme a todo esto. De alguna manera representan las cosas sencillas (…) La gente se siente pato de goma frente a la sociedad capitalista (risas). El mensaje detrás de la idea es ese: que somos pequeños, que no tenemos trascendencia ni poder, pero nos alegramos de ser así”.
El 1 de marzo de 2006 le pusieron una bomba en el Teatro Alfil, y, en 2016, le quemaron el Paticano. Se llevaron a cabo investigaciones, pero han quedado en nada… “Lo de la derecha es instintivo y la izquierda se ha hecho demasiado cerebral. Para mí, la censura me da más deseo para seguir con una obra. Hemos vivido tiempos ‘relajados’, sin esta censura, y ahora vuelve. Pero creo que ayuda en ese sentido a los actores y directores. Evidentemente no es positivo que se censuran obras y no es agradable para quien lo sufre pero, en última instancia, nos dota de más fuerza (…) Porque la censura implica que estamos haciendo cosas buenas, y que tocamos puntos que molestan. El arte tiene que estorbar, de lo contrario significa que estamos haciendo algo mal. No tengo miedo de la censura... Pero tengo la piel muy, muy dura. A mí me han puesto una pistola en la cabeza por hacer un espectáculo y por hacer reír a niños palestinos. En Brasil, también me atacaron otra obra. Desde hace once años, una o dos veces al mes hay gente que se pone a las puertas del Paticano a gritarme y a decirme que blasfemo… y no he cerrado el local… No tengo miedo. Son instintos violentos y que atemorizan, pero es el precio que hay que pagar para hacer arte de verdad. La gente con la que comparto cosas somos muy parecidos y no nos asusta nada de esto, al contrario, nos dan más ganas para seguir y hacer ciertas cosas. También quiero dejar claro que no tengo subvenciones, que sobrevivo con el dinero que la gente me da. Me he librado de la dependencia del dinero del Estado, también para no ser censurado. Hago cosas porque quiero y dependo únicamente del público”.
Leo Bassi confiesa que se vive muy bien pensando que somos todos súper demócratas, y que se permite hacer cualquier obra de teatro, pero no. Todo es más complicado y salvaje. “O te autocensuras, o haces teatro que moleste, y en el segundo caso te expones a que te pasen cosas como las que me han pasado a mí”. Y, a sus 71 años, confiesa que nunca se ha autocensurado. “Si lo hubiera hecho, no podría mirarme al espejo ni dormir por las noches. Siempre he intentado vivir acorde a mis ideales y ahora soy feliz de haberlo hecho. Estoy orgulloso de seguir molestando y es lo que también intento enseñar con 70+. En definitiva, la parte intelectual más burguesa, por así decirlo, no me ha entendido tanto, lo cual tampoco quiero criticar… Me quedo con las personas que sí lo han hecho, que son las que he valorado”.