Movimientos milenaristas o mesiánicos que se organizan en torno a la predicción de un acontecimiento futuro ha habido siempre a lo largo de la historia, dispensándose en ellos rasgos comunes. El primer contacto entre el profeta y la fuente de su revelación está marcado por la confusión y la sorpresa, pero las experiencias anteriores (aquí es el ocultismo), la curiosidad por los misterios populares del cosmos y la necesidad personal de explorar diversos caminos de iluminación, combinado todo ello con la esperanza en la intervención del espacio exterior fortalecen el trance espiritual. Convencida de la veracidad de la comunicación extrasensorial, la médium canaliza los mensajes que recibe de seres galácticos superevolucionados, provistos de una inteligencia, sabiduría y capacidades mentales superiores a las nuestras, habitantes de planetas con una tecnología hiperavanzada (todo es super o hiper está gente no se anda con medianías). Mediante el pensamiento, los preceptores extraterrestres son capaces de hacer prodigios superiores a los que hacemos los limitados humanos mediante el uso de las fuerzas físicas. Conexiones telepáticas, a veces también telefónicas, con contenido diverso y fines concretos: instruir a los habitantes de la Tierra, guiar a los fieles y salvar a los elegidos de una posible destrucción. Notas apocalípticas que predicen la caída de un nuevo diluvio universal que destruirá el mundo en un día marcado en el calendario; reiteran: sólo los protegidos serán auxiliados individualmente por platillos volantes, cada uno tiene ya en regla su pasaporte, su contraseña y el número del asiento. Con más o menos énfasis el mensaje llega a la prensa, para que conste que el colectivo ha hecho todo lo posible por redimir a la humanidad, el que avisa no es traidor. Ante las dudas, la agitación, la perturbación, la burla, el cachondeíto, los contactados se agarran a cualquier posibilidad que confirme sus creencias, pase lo que pase en esa fecha todo es parte de un plan… Y no pasa nada, ni inundación, ni transporte interplanetario, nada. Los ataques al fracaso de la profecía en vez de socavar la creencia, muy al contrario, fortalecen la convicción; la frustración pone a prueba a la fe, las evidencias opuestas aumentan el entusiasmo y el proselitismo ("si se persuade a más gente es posible que el sistema de creencias sea correcto"). Negaciones, incoherencias, excusas, reafirmaciones tratan de explicar el incumplimiento de la profecía.
Nos dicen los autores del estudio que la disonancia produce incomodidad y surgen presiones para reducirla o eliminarla: se puede tratar de cambiar una o más de sus creencias u opiniones que generan la disonancia; se puede adquirir información nueva o creencias nuevas que aumentan su consonancia y reducen la disonancia; se puede tratar de olvidar o reducir la importancia de las cogniciones que tengan una relación disonante; y para tener éxito en cualquiera de las opciones anteriores se debe recibir el apoyo del entorno social inmediato. La magnitud de la disonancia depende de la profundidad de la creencia y la dimensión adquirida, no se puede eliminar por completo negando o racionalizando la refutación. En resumen, aunque existe un límite, por muchas evidencias contrarias que se introduzcan en ciertas creencias, la convicción profunda de una persona es difícil de cambiar. Curiosa y llamativa lectura.