El sábado pasado falleció Leonardo Moledo. Es un personaje que no necesita mucha introducción. Estudió Matemáticas en la UBA, pero fue más conocido por escribir muchos libros de divulgación científica, e incontables artículos en el suplemento de ciencia Futuro, de Página/12.
Quienes tuvimos la suerte de conocerlo de forma personal, sabemos que era un personaje único. Le encantaba conocer gente cercana de algún modo al mundo de la ciencia. Tenía un departamento lleno de libros. Llenísimo. Y no eran de relleno, eran todos interesantísimos para los que estamos en estos temas, y él los había leído casi todos.
En estos últimos años, cada día bajaba a un bar que tenía enfrente, el mítico La Orquídea, que queda en Avenida Corrientes al 4100, en Buenos Aires. Llevaba algunos libros bajo el brazo, algunas hojas y una birome. Leía, leía y escribía. En papel. Cuando las ideas tenían forma lo pasaba a algún procesador de textos. Conocía a todo el mundo, y a todo el mundo le caía bien. Uno se podía tomar un café con él desde después del mediodía hasta casi el anochecer. Y sorprenderse de cuántos pasaban y lo saludaban.
Recuerdo que lo contacté por primera vez en 2009, con un correo como este:
Comencé a leerlo en el suplemento Futuro, hace varios años ya (creo que cuando tenía 14 años, recién tengo 19 de todas maneras ) y conseguí su libro De las tortugas a las estrellas. Nunca pensé que iba a tener la oportunidad de comunicarme con usted, pero bueno, quería felicitarlo por aquél libro, especialmente la manera de integrar historias ficticias y extrañas con la historia de la ciencia. Ahora estoy terminando Los Mitos de la Ciencia (excelente también), y lo he leído un par de veces en el suplemento de los jueves del Crítica.
Quería comentarle que usted, junto a otros como Isaac Asimov, Stephen Hawking, Carl Sagan y el español Eduardo Punset, son las personas que me marcaron un poco el camino para meterme de lleno en el mundo de la divulgación científica. [...]
En ese momento no me había respondido, más adelante lo volví a contactar por redes sociales, y nos pudimos conocer. Me invitó a colaborar en Futuro, debatimos de mil temas, y discutimos mucho sobre algunas cuestiones de filosofía política. Nos borramos de Facebook como dos quinceañeras. Un día me respondió este correo que yo le había mandado cuando era más chico, que había olvidado, diciendo: "Nostalgia. Eran otros tiempos". Y nos volvimos a hacer amigos y compartir cafés. Nos dimos cuenta que era inútil discutir sobre algunas cosas, si estábamos tan de acuerdo en tantas otras. Y le daba un poco de verguenza que lo haya puesto en el mismo pedestal que Asimov, Hawking y Sagan, que también eran grandes para él (y no a Punset, que en los últimos años pasó de hacer entrevistas de neurociencia a casi de astrología).
Me enseñó mucho. Le gustaba cómo escribo, pero quería que sea menos peleador. Apuntar más a las cosas buenas de la ciencia, y no tanto a criticar a las pseudociencias "como hace Mario Bunge". Y por eso todos lo querían. Ahora veo su perfil y veo a la gente comentando cosas como "nunca fue egoista con el laburo: si una cosa hizo siempre fue dar trabajo", y docenas de personas contando cómo les abrió las puertas al mundo del periodismo de ciencia. A mí me abrió muchas puertas en este raro mundo de las publicaciones en papel. Y me siento representado en cada comentario que veo en su muro de gente que no conozco.
Leonardo supo convertirse en una leyenda, rodearse de la mística de aquel bar porteño, y dejar un genial legado. En los que tanto aprendimos de él, y en todo lo que todavía nos puede enseñar. Su último libro se publicó hace sólo un mes, se llama Historia de las Ideas Científicas: de Tales de Mileto a la Máquina de Dios. Tiene casi mil páginas, y se va a convertir necesariamente en un clásico.
Las leyendas son inmortales.
-En su blog publicaba algunas de las entrevistas que hacía a científicos argentinos (y todo tipo de geniales desvaríos), y sus colegas le dieron un cierre con una entrevista que le habían hecho a él hace un par de meses.