Lesley-ann jones; “freddie mercury”.

Por Malaventura
Vaqueros ajustados, chaleco liso blanco, pañuelo enhebrado a las trabillas del cinturón, bigote tupido pulcramente recortado; identidad que se proyecta desde lo alto del escenario, look icónico de un artista extravagante. Puede que sea el showman más grande que haya parido el rock en toda su historia. “Yo cambio cuando salgo al escenario. Me transformo completamente en ese showman total. Lo digo porque eso es lo que tengo que ser”. Nacido un jueves 5 de septiembre de 1946 en el Hospital Gubernamental de Zanzíbar dentro del seno de una familia parsi devota de la fe zoroástrica, Farrokh Bomi Bulsara era una estrella antes de ser una estrella o dicho de otro modo, el chico reservado, taciturno, dolorosamente tímido, agobiado con su orientación sexual, de buenos modales con una vena pícara que inspira ternura y desata el instinto maternal entre las chicas, era Freddie Mercury antes de ser Freddie Mercury. Con espontaneidad los condiscípulos, colegas y profesores del respetable internado inglés donde educa su adolescencia comienzan a llamarle Freddie, el diminutivo anglosajón le complace sobremanera y arraiga para alivio suyo entre sus padres y demás familiares que frecuentan su uso hasta anular totalmente su verdadero nombre. Por aquel entonces el St. Peter´s estaba considerado como el mejor colegio privado de Panchgani (India), pese a su estricta disciplina y severas normas el centro gozaba fama de mantener una atmósfera familiar, cordial e incluso divertida, atributos pedagógicos insuficientes para soslayar el profundo resentimiento que desarrolla hacia sus padres, responsables de aquella separación desgarradora. “Aprendí a cuidar de mí mismo, y crecí deprisa”. La relación con su padre y su madre se vuelve distante, aunque con la madurez que da el paso del tiempo, poco a poco fue capaz de superar sus sentimientos de rechazo. En el colegio Freddie destaca en actividades individuales, es campeón de Ping-Pong, expone querencia hacia la asignatura de arte, la mayor parte del tiempo libre lo consume dibujando y pintando, exalta la música contemporánea, descubre la música clásica , adora sobre todo la ópera, se matricula en piano y aprueba los exámenes de teoría y práctica hasta cuarto curso. Para dar rienda suelta a su desmedida vocación musical se incorpora al coro colegial y con sus amigos íntimos forma su primer grupo “The Hectics”. Completado el ciclo formativo, con el título de graduación bajo el brazo, parte a Inglaterra donde se instala su familia huyendo de la violencia revolucionaria desatada en Zanzíbar. Los Bulsara nunca regresarán a la isla. 
 Londres supone para Freddie el descubrimiento del paraíso. Estudia diseño gráfico e ilustración, entretiene las clases dibujando bocetos de sus compañeros y de su idolatrado Jimi Hendrix, con cuya imagen empapela las paredes del minúsculo apartamento donde malvive en Kensington. El derroche de energía desplegado sobre el escenario, el estilo provocador, la capacidad de interpretar cualquier canción de forma innovadora por ramplona que fuera logrando que sonara audazmente original, el estilo Hendrix ejerce una influencia magnética en la vida de Freddie que toma la decisión de reinventarse a sí mismo a imagen y semejanza del roquero estadounidense. En su fuero interno, si una cosa tiene clara es que no desea ejercer otro trabajo que no sea la música, ambiciona formar su propia banda. Intentos fallidos, idas y venidas, una audición y dos amigos socios de piso, Brian May y Roger Taylor, desembocan en Queen, palabra de aroma regio, atrevida, andrógina, con vínculos homosexuales y connotaciones gais, que Freddie propone y los demás (Brian y Roger) disponen vencidas sus muchas reticencias. Poderoso argumento, los nombres de una sola palabra funcionan mejor en el mercado de la publicidad artística. Una vez creada la identidad del conjunto, ha llegado la hora de la transformación personal. Abandona el apellido Bulsara en favor de Mercury ( antiguo mensajero de los dioses en la mitología romana). La fascinación de Freddie por la mitología y la astronomía se evidencia cuando diseña el legendario logotipo de Queen: junto a la figura principal del ave Fénix con las alas desplegadas, símbolo de la inmortalidad, incorpora el signo del zodiaco de cada uno de los miembros del grupo. A las tres patas del banco, más tarde, se une una cuarta, la formación queda cerrada e inalterable prácticamente en el tiempo: Freddie Mercury (voz), Brian May (guitarra), Roger Taylor (batería), John Deacon (bajo); cuatro personalidades dispares, hijos de diversas influencias, con gustos complementarios que cuando convergen en un mismo punto despliegan todas sus dotes musicales al servicio de una gran fuerza creativa. Aunque consideran a Freddie y a Brian los compositores principales, se acaban las rencillas cuando los cuatro músicos deciden atribuir la autoría de las canciones al grupo en su conjunto, de forma que todos ingresan lo mismo por cada disco publicado. Los Queen siempre fueron unos profesionales del rock and roll modélicos, comprendían en qué consistía el negocio. No aspiraban a ser los mejores amigos unos de otros, se llevaban bien y se respetaban. 
 Los inicios de Queen por el proceloso mar de la música popular no difieren mucho del tópico habitual; actuaciones donde se puede y dejan, teloneros, maquetas, llamadas a las puertas de las discográficas y cuando parece que el rumbo es a ninguna parte, graban un primer disco que algún crítico visionario en particular califica de “cubo de orina”, pero el público soberano comienza a prestarles oído, el álbum se escucha, gusta, se vende, permanece dieciséis semanas en las listas de éxitos, alcanza el puesto 24, consigue un disco de oro. Las lanzas se tornan cañas, en Estados Unidos son aclamados como “un nuevo y apasionante talento británico”. 
 El éxito regala a Freddie todo lo que siempre ha soñado, un hábitat natural donde dar salida a su creatividad, interpreta las canciones para que sean absorbidas, identificadas, empatizadas, ofrenda su calidad instintiva de estrella a una multitud que le pide más y más, a veces da tanto que sobrepasa lo que pueden soportar su cuerpo y sus cuerdas vocales. En cada gira, en cada concierto pone un toque personal: un saludo en la lengua del país, una canción tradicional, una bandera británica a modo de capa forrada con la enseña nacional correspondiente; es la forma de devolverles el cariño a los fans que le aclaman, que le vitorean, que le adoran. Perfeccionista, diseña sus números con esmero, manteniendo el control de las poses sin que su presencia como líder se proyecte por encima de la imagen del grupo, en primer lugar se considera un artista, un músico, un intérprete y después una astro del rock. Fuera del escenario, apagado el brillo de los focos, en la trastienda de la vida cotidiana, Freddie es una persona preocupada por no parecer ridícula, le inquieta que la gente pueda burlarse de él a sus espaldas, obsesión que posiblemente sea la causa de sus ataques de mal humor, egocentrismo y petulancia, sin embargo básicamente es un ser humano amable, considerado y generoso a quien no le importaba dar sin esperar a recibir nada a cambio. Cuando está relajado entre amigos se muestra divertido y cordial. Huye de llamar la atención, intenta por todos los medios confundirse con el paisaje. Su conducta es elegante, cortés y discreta. Cultiva un halo de personaje misterioso negándose a conceder entrevistas, salvo aquellas ineludibles relacionadas con el lanzamiento de un nuevo trabajo. Entre sus gustos se encuentra el dhansak (un plato indio muy popular en la comunidad parsi), las galletas de queso de su madre, preparar el té, la ópera (Montserrat Caballé tiene la mejor voz de todos los seres humanos vivos – declara), el ballet, los clubes de bullicioso ambiente gay, la cocaína y el sexo; colecciona amantes con la misma apetencia que porcelanas y pinturas japonesas (cultura, arte y tradición que le deslumbran). La fama y la riqueza ponen a su alcance todos los caprichos que desea, puede comprar cualquier cosa, puede ir a dondequiera se le antoje. Su forma de vida se ajusta al cliché sexo, drogas y rock and roll. Se considera a los Queen como “los organizadores de las fiestas más pervertidas del rock”, apreciación un tanto exagerada. Freddie prueba y saborea hasta los límites los peligros de la mala vida, lleva una existencia a lo grande, chocante, estrafalaria, polifacética, promiscua, a veces fuera de control. Quizás por el tormento del alma o por miedo a la soledad y al vacío, desafía al cuerpo a estar vivo (otra raya más, otro ligue más) y el cuerpo responde al órdago de los excesos. La vergüenza, el dolor, el oprobio, la desinformación, el interés morboso de la prensa por una enfermedad que en sus inicios se considera propia de homosexuales y drogadictos. Los periódicos, las revistas disparan los rumores y emprenden la carrera por conseguir fotos de un demacrado Freddie Mercury, que no entiende por qué su padecimiento es asunto público si a nadie más le concierne, sólo a él. Sabe que tiene los días contados. La rutina doméstica se instala en su domicilio de Londres, rodeado de sus gatos (a los que adora como si fueran sus hijos), sus mascotas, sus carpas koi, su novio y sus amigos íntimos. Se redacta el texto del último comunicado que se leerá a las legiones de seguidores de todo el mundo. Toma la decisión de dejar la medicación. “El gran fingidor”, la prima donna del rock se deja ir. Certificado de defunción: “Causa de la muerte, a) Bronconeumonía, b) Sida. 
Su legado: Más de setecientos conciertos, algunos inolvidables como el de Live Aid, otros emblemáticos como el celebrado en el Népstadion de Budapest. Un catálogo impecable, brillante, indefinible de álbumes, singles y vídeos. Un repertorio ecléctico que mezcla estilos desde el rock, el pop, el funk hasta el folk y la ópera. Canciones e himnos de fama reverencial. Una vitrina nutrida de premios… Y, “god sabe the Queen”. 
“Freddie Mercury hizo lo más importante de todo. Murió joven. En vez de convertirse en una vieja reina gorda, hinchada y presuntuosa, murió en la flor de la vida y se conserva con esa edad para toda la eternidad” (Dr. Cosmo Hallstrom).