Letra veguera | Fruto Vivas: la ciudad soñada

Publicado el 28 febrero 2024 por Jmartoranoster

Amo los pájaros perdidos

que vuelven desde el más allá,

(…)

Todo fue un sueño, un sueño que perdimos,

como perdimos los pájaros y el mar,

(…)

Mario Trejo

 Aquella tarde yo escuchaba un tango insurrecto de Susana Rinaldi. La letra del poeta Mario Trejo, con música de Piazzolla, y esa voz desordenada y rasante movieron las nubes y los truenos hacia el mar. Yo empiné el codo una y otra vez hasta que Roger Capella me llamó al celular para anunciarme que Fruto Vivas aterrizaría en Buenos Aires al amanecer.

—Tú eres amigo de Fruto —me dijo tartamudeando—. Búscalo y lo secuestras.

Mirada de nube

Lo conocí en Barquisimeto, finalizando los setenta, en pleno estallido del acto Los Poderes Creadores del Pueblo —aquel tributo a Aquiles Nazoa—, revuelto, sonriente y con aquella mirada de agua mansa, solar, de arcoíris entre los árboles, hablada entre las nubes, que se fue hermoseando con el paso del tiempo.

De la mano de mi papá, José Esteban Ruiz-Guevara, lo escuché hablar por primera vez de las flores, sin nombrar los espejos donde hasta su muerte vio transparentados el bosque, la Gran Sabana, los animales y el cuerpo vivo de la naturaleza, abarcando con sus pétalos el espacio sideral.

La calle Florida

La voz de Susana Rinaldi recorrió la sala en segunda persona, porque en ese instante recuerdas una historia de amor y de guerra contada por un embriagado combatiente de las Malvinas. Se hizo de noche cuando la música de Piazzolla me perdió los papeles y la costa y el mar olían a estancia mojada, café y rosas podridas.

Mar del Plata soplaba con ofuscada manera una oxidada melancolía y los hombres se volvieron más solos.

«Qué carajos —diré a Fruto—, vámonos de ‘shopin’ y veremos detectives, masones y mimos en la calle Florida, gente de logias, sinvergüenzas y estafadores. Te va a asombrar el cuento desgraciado de amor que iría a tatuarse en tu mirada lacónica».

—Se lo voy a contar —le dije a Roger—. También le diré lo del río de agua dulce. Él me va a creer.

«¿Oye, Fruto, sabías que Cortázar y Susana Rinaldi estuvieron enamorados y tomaban vino y jodían noches enteras cantando tangos de arrabal en la Costanera de Leonardo Favio?».

Pero una cosa es acontecer vivencial de esos seres y otra es nombrar el pasado, la ciudad, la lluvia y la resolana cubriendo las paredes de la Boca. Mejor deje de tomar malbec, Federico.

—Ya vas a ver, Roger, nos va a hablar de una ciudad soñada desde su infancia, de un bosque y sus suburbios.

Olor a Tucumán

Él llegó a Buenos Aires en otoño. Época de árboles recién nacidos, rojos, amarillos, escandalosamente amarillos, como el cuento de Giardinelli.

Un día después de desayunar en la residencia, entre el automóvil y unos arquitectos amigos que le ofrecieron un tour por el Macro Centro, Fruto escogió el subte y el paseo a pie: de Belgrano a Callao por Santa Fe y viceversa. Es sabido que la ciudad conserva franjas arbóreas míticas, que con el tiempo han volteado el asfalto y sombreado las veredas llenas de bares, tugurios, ventas de flores y empanadas de carne picadas a cuchillo: olor a Tucumán.

La noche

La voz de Susana Rinaldi y el poema de Mario Trejo vivieron anticipadamente un mundo de sueños sin traducción ni sonidos en el vaso. La musicalidad, el sentido de las palabras, todo ritual posible fue a parar a la noche de afuera, sitiada por gritos, bocinas, gente bailando. Nunca sabré dónde. Buenos Aires es así.

La noche, Fruto, la noche.

Ahora camino por una calle acribillada por el sol y evoco los pájaros perdidos que vuelven del más allá de la canción de Rinaldi, o recuerdo una plaza de Sevilla, el Patio de Santa Cruz, a Lole y Manué en el fulgor de la luz que habita en el Cuartel de la Montaña cuando voy a mi ceremonia secreta.

También recuerdas a Henry David Thoreau: todos llevaremos una desesperación silenciosa.

El Cuartel

Ahora no hay lluvia, cuando el cuerpo de Chávez se va despidiendo con su arte de adioses silenciosos en una casa de lata en La Cañada. El fuego en los últimos tiempos se ve de lejos, como en Atenas, bordeando Monte Piedad, con pisada en La Palestina de los perros mansos.

«Tú harías la silueta del aire antes de oscurecer. De las ruinas verás espigas / como los muchachos del verano / convertir en erial / los dorados rastrojos».

Fruto Vivas entonces entonará una estrofa de la Internacional, guardando la postal en blanco y negro de Susana Rinaldi en evocación de la Comuna de París.

Federico Ruiz Tirado