Mis letras bailarinas definen todo lo que soy y
defienden todo lo que amo. Ellas no necesitan excusas para renacer y encontrar
el momento. No pueden vivir al margen del corazón y por eso quizá son tan
humanas y tan certeras, directas al sentimiento más clandestino, a un beso impronunciable,
a un murmullo arrollador. No saben de mentiras ni de secretos, pero expresan
tan bien las debilidades y altibajos del hombre que nacen para quedarse y viven
para recordar. Su baile es perpetuo y se multiplica en el tiempo, tanto para
pedir perdón como para enfrentarme a los inviernos. No proceden de la reflexión
pausada, ni siquiera de una realidad vivida. Pero me acompañan y nacen de
dentro, su vals es cursi y su discurso puede que empalagoso pero son mis letras
bailarinas y merecen un respeto, un puesto de honor en un mundo de palabras
rotas e hirientes. Aunque nadie las
leyera, aunque nadie se fijase en ellas, yo seguiría mi baile en soledad para
recordar que mis historias son un teatro con protagonistas de carne y hueso y
las consonantes un legado que me sobrevivirá. Buscando un sitio están, sin
desprenderse de ese vulnerable halo de idealismo y fatalidad, acariciando la
locura, desquiciando a la reina de las reinas, la reina de las letras, que se burla
de mis tildes pero envidia mis vocales. Y sujeta su corona, por si llegan
tiempos peores y sustitutas despiadadas. Su miedo me anima a seguir con mis
letras. Letras incomprendidas, novatas, rasgadas, inconfundibles… mis letras
bailarinas.