Quiero levantarme por las mañanas como lo hace Jack Lemmon en la película ‘Cómo matar a la propia esposa’. La estuve viendo ayer por la noche, mientras cenaba, y me pareció de lujo. Un despertar fantástico. Para eso necesito que alguien me despierte con suavidad, me ponga el albornoz, me acompañe a la ducha (con el agua previamente preparada a la temperatura adecuada), me dé un zumo de naranja y me ponga delante una bandeja con un desayuno completo y nutritivo. De paso, también me gustaría vivir como él, con un trabajo que me permita todos los días ir a correr, a nadar y a que me den un masaje. Menuda vida. La clase de vida en la que se utilizan copas de champagne bajas y anchas, mis preferidas, y en la que despertar resulta un placer. Lo cierto es que, últimamente, estoy viendo muchas películas clásicas, de Jack Lemmon y de otros comediantes, gracias a la Sexta. Aunque esta clase de películas no le supone ningún o casi ningún gasto a la cadena de TV, y supongo que lo hará por eso, agradezco que las emita. Suponen, para mí, lo único que se puede ver estos días, y todos los días pasados y por pasar, en la TV. Hay de todo, claro. No todas las películas, por mucha Audrey Hepburn que salga en ellas, son masticables. Por ejemplo, y sin cambiar de actriz, Encuentro en París. Menudo aburrimiento de film… Pero, bueno, mantengo mi enhorabuena a la Sexta. Me salva las noches, sobre todo cuando quien dirige las películas es Billy Wilder.