Sus bazas son unas muy buenas interpretaciones por parte de la pareja protagonista, Aleksey Serebryakov y Elena Lyadova, sobre todo de ella, y una cuidada puesta en escena con un espléndido trabajo de fotografía y un montaje pausado, pero inteligente, que hace que la película no aburra a pesar de su largo metraje.
La historia gira en torno a un matrimonio cuya vida empieza a desmoronarse poco a poco pero sin descanso, golpe tras golpe, a causa de un alcalde corrupto y ambicioso que está empeñado en expropiarles su casa.
La película sirve como una crítica voraz a la corrupción que inunda la totalidad de los estamentos de poder, el gobierno, la justicia, la iglesia, los cuáles representan a ese demonio de los abismos que da titulo a la película capaz de introducirse y enredarse en cualquier recoveco para causar el mayor daño posible.
El tono de la historia es, sobre todo dramático, aunque el director consigue insertar acertadamente algunos momentos de humor ácido sin que estos desentonen del tono general de la película.
Una propuesta diferente e interesante, rodada con mucha intención, con metafóricas y bucólicas imágenes que muestran la decadencia y podredumbre de la sociedad actual.
Lo mejor: Los dos protagonistas. La fotografía. El director se guarda mucha información y la va soltando con cuentagotas para ir confirmando al espectador las cosas que, previamente, le ha hecho suponer.
Lo peor: Muchas situaciones son predecibles. Los secundarios no están al mismo nivel que los protagonistas. La historia en sí no es demasiado original.
Nota: 6/10