-!Ley de vida! - sentenció con aplomo al cabo de unos segundos.
Ciertamente, el abandono y el olvido son los síntomas más evidentes del discurrir de nuestras vidas. Compañeros de clase, juguetes, amigos,
novias... las sombras del pasado terminaron por desvanecerse en las fachadas encaladas de la postadolescencia y los personajes de la comedia de los años marcharon para siempre al limbo de las Polaroid. Este es el presente, un tiempo nuevo y distinto. Como todo hasta que sucede, otro territorio ignoto que hay que atravesar esperanzado en superar con éxito la aventura de vivir. Pero tal que así, aunque grandes vivencias nos esperen a la vuelta de la esquina, de alguna forma extraña, en cuanto que alterado el que fuese nuestro mejor original y ajenos a los infalibles pronósticos del pasado, hemos dejado para siempre atrás el lugar brillante de nuestra inocente efervescencia. Y es de esta manera que todos estamos finiquitados, terminados, acabados o muertos, según se prefiera.Así parece. El edén maravilloso que jamás existió más que en la nostalgia, ha sido suplantado por la utilitaria rutina de demostrar, con tenacidad y premura, nuestra utilidad al sistema. El mismo sistema al que amenazábamos con derribar para ni siquiera llegar a enseñar los dientes. En general nos encontramos, aún en los más leves detalles, disueltos por lo práctico, triturados por la comodidad, deglutidos por la costumbre. Privados de aquel cómico genio de la espontaneidad, engrilletado ahora en la oscura mazmorra del olvido. Eso finge.
La lógica y lo útil imponen sus reglas: "Ley de vida", como diría mi viejo amigo. No olvidemos tampoco que ante nuevos horizontes existen tantas veredas como voluntades y suertes. Sólo hay que viajar para percibir como las horas toman otro sabor. Nadie puede saber lo que va a pasar mañana, esa es la magia y la grandeza del tahúr del destino.
Durante largos años atrás, suspiramos y finalmente aprendimos a barajar el porvenir: "abrígate para no enfermar", repetía machaconamente tu mamá; "estudia y llegarás lejos", aconsejaba con vehemencia tu profesor... Así sucesivamente; mejor aferrados a la certidumbre de lo cotidiano, más seguros cobijados al calor de la costumbre; cada vez más convencionales, al tiempo más previsibles, cada vez más y más indiferentes y desengañados; practicando los vicios consignados, eludiendo las virtudes insconcientes; para de este modo, embargados por el rigor de entretenidos desafíos y aleccionados por la mecha de poderosas emociones, ir transitando productivamente la tortuosa senda que nos conduce al final de la ruta.
Pareciera que no hay otro modo de existir más allá de seguir tirando del carro en pos de una salvación pretérita. Deliberadamente ausentes de la levedad de nuestras sombras, extrañezas y olvidos, mientras el viento
inmisericorde va volando las hojas del calendario. Eso, hasta el día en que veamos levantar ante nuestros ojos atónitos las tarimas del cadalso. Nacimiento, escuela, trabajo, muerte ...esta es la ley.Pocas fraternidades de bar se resuelven en amistades perdurables, pero la cara de asombro de 'La Belle' permanece incólume, momificada para siempre en mi memoria.