Leyenda de Burgos: el Arca del Cid Campeador

Por @asturiasvalenci Marian Ramos @asturiasvalenci
Cuenta la leyenda que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, había sido desterrado de tierras de Castilla por las envidias de algunos de los nobles que le rodeaban y por la ira del rey Alfonso VI.


Este caballero burgalés no había sido consciente de la gravedad de este mandato real hasta que no vio su casa de Vivar prácticamente vacía: la halló abierta y sin  rastro de alimentos, muebles, joyas y ropajes.Y allí, los hombres del Cid pudieron verle llorar por primera vez. Buscaron alguna pertenencia para que se la llevara en el largo viaje que le esperaba pero no encontraron nada. Aquél ser valiente que siempre había dado fuerza y consejos a los demás se hallaba totalmente hundido en la desesperación.Nunca lo habían visto así y se sentían tan angustiados que intentaron distraerle con recuerdos de batallas ganadas y tesoros encontrados.Al salir de Vivar vieron una corneja posada en un árbol. Mal augurio pronosticaba este pájaro porque se hallaba a la izquierda del camino. Pero el Cid que era de espíritu fuerte no tardó en reaccionar y lo hizo con un mandato firme hacia sus hombres para cumplir aquel mismo día.-Cuando los últimos rayos del sol desaparezcan debemos  entrar en Burgos. Es necesario obtener alimentos y otros enseres para el largo viaje que nos espera. Se nos  agota el plazo…-les ordenó el Cid.Cabalgaban hacia la ciudad burgalesa unos sesenta caballeros. Fieles amigos todos. Cada uno de ellos con una historia propia pero con la fuerte determinación de seguir al Cid hasta donde él quisiera.Con la firme convicción de luchar y de morir por un ideal, por un reino y por su señor.Después de cruzar el puente sobre el río Arlazón entraron por la puerta de Santa María.Burgos era una ciudad que bullía de vida y de alegría durante el día: comerciantes, constructores, artesanos, campesinos… que intercambiaban mercancías, trabajos y alimentos.Iba a ser una noche muy oscura, sin luna. Las calles ya estaban vacías. Existía una quietud muy extraña…Solo se escuchaban los cascos de los caballos golpeando sobre la tierra…y algunas ventanas cerrándose al paso de estos caballeros desconcertados.Desde otras se podían ver a personas que los miraban con rostros doloridos y ojos llorosos.Muchos habitantes defendían al Cid y consideraban que se había producido una gran injusticia. Pero no podían olvidar lo que había ocurrido la noche anterior. Mensaje que desconocía el Campeador y sus caballeros…-¡Se prohíbe ayudar al Cid y sus hombres de cualquier forma! Aquel que le de alimento, hospedaje, ayuda o dinero perderá sus propiedades, sus ojos… ¡y la vida!Y todos los burgaleses sabían que Alfonso VI no mentía y que era muy capaz de cumplir su amenaza. Muchos lloraron cuando les oyeron entrar; otros cerraron sus hogares para evitar verlos pasar. Se negaban a sentir la amarga impotencia de no poder ayudar.Sabían que el Cid volvería a su pensión para recoger sus pertenencias.Cabalgaban en solitario los sesenta hombres humillados. Nadie les dirigió la palabra. Llegaron a la posada. Estaba cerrada. El Cid descabalgó y llamó a la puerta. Silencio tenso. Sus hombres esperaban…El Cid gritaba y suplicaba que le abrieran. Los dueños se hallaban paralizados de miedo. Deseaban que se fuera de allí enseguida. No le contestaron.Sabían que entre las buenas gentes también había personas que podían delatarles.Había muros disfrazados con muchas miradas puestas en el caballero burgalés y en ellos. El Cid golpeaba con fuerza. El grito desgarrador que se pudo escuchar en casi toda la ciudad hizo salir a la hija pequeña del posadero.-¡Hola Cid Campeador! Anoche llegó una carta del rey Alfonso VI dirigida a mi padre. Le prohibió que te diera cobijo y viandas bajo la amenaza de perder la vida. Te ruego, mi señor, ¡ten piedad de nosotros si nos aprecias!  ¡Sal de Burgos esta misma noche! La niña había desaparecido tras la esquina de la posada. Silencio y miradas entre los hombres del Cid. El Campeador volvió a subir a su caballo y dio la orden de salir inmediatamente de la ciudad.Desaparecieron de la mirada de muchos en dirección hacia la orilla del río Arlazón. Y allí, junto a las murallas, montaron el campamento aquella noche.Martín Antolínez, burgalés y uno de los hombres más fieles que tuvo nunca el Cid, proporcionó pan y vino a todos.-Podríamos reponer fuerzas e intentar descansar esta noche. Al amanecer deberíamos salir antes que las tropas reales nos inviten a marcharnos…Yo os he ayudado y ya debo ser centro de las iras del rey- dijo Martín.- Si me voy contigo estaré a salvo; si no, puedo considerarme hombre muerto…El Cid se sentía muy orgulloso de tener a Martín a su lado. Tal gratitud le hizo prometer que, cuando comenzara a ganar botines de guerra, le doblaría el valor de todo lo que había perdido este caballero por ser tan fiel y seguirle en su destierro.Pero eso sería más adelante porque en ese momento no tenía nada. Le habían dejado sin títulos, tierras, familia  y pertenencias personales.Llamó el Cid a Martín Antolínez a su tienda. Iba  proponerle un plan. -¡Quiero preparar dos arcas con vuestra ayuda!- le dijo el Cid- Las llenaremos de arena. Las vestiremos con tela oriental roja y las cerraremos con clavos dorados y grabados. Tienen que dar la apariencia de ser muy, muy valiosas.-Entiendo, mi señor. ¿Y dónde quiere que lleve esas arcas? -No las llevarás a ninguna parte por ahora. Volverás a entrar en Burgos. Pero esta vez te pido mucha discreción. Nadie te debe oír ni ver. Necesito dinero para pagaros a todos. Precisamos alimentos, ropas y armas. Tendremos que comprar. Hemos podido ver que nadie nos va a ayudar. ¿Conoces a los judíos Raquel y Vidas?- le preguntó el Cid.-Sí, mi señor. Todos en Burgos los conocemos…dos prestamistas muy avariciosos que escoden una gran fortuna ganada por engañar a los pobres. Por lo menos, eso se rumorea. El Cid aconsejó a Martín Antolínez que era lo que debía contar a Raquel y Vidas. Parte de su relato era verdad: el rey le había privado de todas sus tierras y pertenencias y le había obligado a salir de Castilla sin nada que llevar. Necesitaba dinero para poder pagar a sus hombres. Pero en su relato también había parte de un engaño: Martín debía convencer a los usureros que las dos arcas estaban llenas de joyas ganadas en la última batalla contra los musulmanes. Las tropas del rey desconocían la existencia de estos dos baúles. Como eran muy pesados y valiosos, el Cid no quería aventurarse con ellos fuera de Burgos. ¡Bienhallados, celebrarían los que se adueñaran de ellos!-Intentarás que guarden las arcas durante un año a cambio de monedas de oro y plata. No las deben abrir- le ordenó el Cid.Estaba de acuerdo Martín Antolínez. Partió de nuevo para buscar a Raquel y Vidas. No tardó en encontrarlos juntos. Al parecer se hallaban contando las ganancias de aquel día.Después de saludarlos respetuosamente les pidió que no delataran su presencia a los caballeros del rey. Era portador de un mensaje del Cid que les interesaba mucho conocer.A Raquel y Vidas les brillaron los ojos. Le ofrecieron asiento.Inconscientes, ambos usureros se frotaban las manos mientras escuchaban el relato que el Cid había enseñado a Martín. -Se trata de dos arcas llenas de joyas y armas decoradas con piedras preciosas que rescatamos en la última batalla contra los moros. Pesan mucho. Nos retrasarían en nuestra marcha- les confesó Martín.- El Cid confía en vosotros para que las escondáis de las tropas del rey durante un año. A cambio, pide que le prestéis su valor en monedas de oro y plata- prosiguió Martín.Después de un silencio que provocó el caballero del Campeador para observar los rostros de Raquel y Vidas, siguió contando su propuesta. -Él os promete que devolverá el doble de lo acordado cuando ordene a alguien que regrese a por ellas. Pero vosotros debéis jurar que no las abriréis para aprovecharos de ninguno de los tesoros que guardan-sentenció.Raquel y Vidas asintieron. Se apartaron a otra sala para deliberar. Era muy cierto que corrían rumores que el Cid era muy rico debido a todos los trofeos de guerra que había ido ganando a los musulmanes. Y aunque parecía que Alfonso VI le había quitado todo, el Cid era mucho más inteligente que el rey y bien podía tener esos tesoros ocultos. Les atraía avariciosamente la promesa de recibir el doble de lo prestado.-Guardaremos las arcas en un lugar bien custodiado. Nadie las podrá encontrar. Pero… ¿cuánto quiere el Cid a cambio?-El Campeador necesita tan solo dinero para ir pagando a sus hombres hasta que ganen batallas y territorios. Volverá a tener fortuna…Quiere tan solo seiscientos marcos.Raquel y Vidas no podían creer lo que habían oído. Consideraban al Cid muy inteligente…pero era una cantidad muy baja por los tesoros que llevaban las dos arcas. Aceptaron gustosos. Las esconderían allí donde ni moros ni cristianos las pudieran descubrir.-Cuando nos entreguéis las arcas os daremos el dinero pactado- comentó Vidas.Abandonaron aquella casa. Era una noche muy oscura. Los tres cabalgaron en silencio hacia las afueras de la ciudad. Nadie los oyó. Nadie los vio.Iban los judíos muy entusiasmados con el negocio que acababan de cerrar. Martín Antolínez marchaba muy atento a cualquier ruido o movimiento extraño que se pudiera producir. Nada. Todo estaba muy tranquilo.No pasaron por el puente de Santa María. Cruzaron a lomos de sus caballos el río hacia la otra orilla. Así era más difícil que los pudieran descubrir.Llegaron al campamento. Martín les acompañó a la tienda del Cid donde se encontraban las dos arcas. Cuando entraron, Raquel y Vidas besaron la mano del Campeador en señal de respeto y admiración (aunque fuera sentimiento simulado por los dos usureros).Vieron las arcas y sintieron una gran emoción. Las rozaron con sus manos. Intentaron elevar una. No pudieron solos. Las mentes de Raquel y Vidas ya se hallaban muy lejos de aquellas tierras planeando todo lo que iban a obtener.Avariciosos sus ojos y su imaginación. Sudor frio que les recorría su piel pensando que estaban tardando mucho en desaparecer de allí…-Te daremos seiscientos marcos por estas dos arcas y las guardaremos bien durante un año. Ha sido lo pactado con tu mensajero- dijo Raquel.-Recordad que, si las abrís antes, perderéis lo acordado y no os daré ni un centavo…-les amenazó el Cid.Los dos prestamistas asintieron a la vez con la cabeza. No querían escuchar la posibilidad de perder aquella riqueza ganada tan fácilmente. Los escuderos de Martín ayudaron a cargar las dos arcas. Debían darse prisa por terminar el negocio antes que amaneciera. -De Castilla debéis salir y no os debéis demorar-. Le dijo Vidas al Cid- Pero seguro que conquistarás muchas tierras. Harás grandes fortunas de nuevo. Me gusta esta piel morisca de color sangre… ¿me la regalas?Raquel y Vidas estaban llenos de gozo. ¡Pesaban tanto esas dichosas arcas! ¡Cuánta riqueza debían guardar en su interior!Dejaron atrás el campamento guiados por los dos usureros que les llevaron a un lugar a las afueras de Burgos.-Por estas dos arcas te daremos seiscientos marcos: trescientas monedas de plata y trescientas de oro. Las guardaremos bien lejos- le dijo Raquel.Desplegaron una alfombra de color rojo sobre el suelo y allí volcaron dos saquitos llenos de monedas. Unas eran de plata y otras de otro.Los escuderos de Martín Antolínez las contaron. -¡Recordad! Las arcas no se deben abrir hasta que el Cid o un mensajero vengan a por ellas. Perderéis lo pactado si no cumplís lo acordado.Los dos prestamistas asintieron con la cabeza. Agradecidos por la mediación de Martín en aquel negocio tan sorprendente le dieron treinta marcos.-Por estas monedas os hacemos responsable de la palabra del Cid- comentó Vidas. -Debéis estar muy tranquilos. El Cid Campeador nunca ha faltado a su palabra.Había terminado el negocio. Cada uno salió apresuradamente buscando su camino de regreso. Faltaba muy poco para que comenzara a amanecer.Por su parte, Martín regresaba a la tienda del Cid.-Traigo los seiscientos marcos acordados más treinta que he ganado por la intermediación. Debéis ordenar levantar el campamento. Queda muy poco tiempo para que empiece a amanecer.-Ya he avisado, mi querido Martín. Te estoy muy agradecido por el riesgo que has corrido esta noche. Primero nos dirigiremos hacia San Pedro de Cardeña para dar instrucciones a mi mujer y despedirme de mi familia. Cuando salieron ya estaba todo el campamento recogido. Se apresuraron a recoger la tienda del Cid.Comenzaron a cabalgar velozmente hacia San Pedro de Cardeña. Sin embargo, cuando el caballo del Cid pasó a la altura de la puerta de Santa María se giró hacia ella.-Salgo de Castilla porque el rey Alfonso VI así lo quiere. Desconozco si volveré a verte pero te pido que, aunque esté muy lejos, me sigas dando fuerza y valor- suplicó el Cid a Santa María.Y dicho esto, volvió a retomar el camino para alcanzar en unos minutos al resto de sus hombres…****En cuanto al final de esta leyenda he podido encontrar dos versiones diferentes.En una de ellas, Raquel y Vidas llevaron las arcas a un lugar muy apartado y escondido que nadie conocía. En él guardaban todas las riquezas que en Burgos se comentaba que tenían. Tal fue el desespero por conocer cuántos tesoros guardaban las arcas que no pudieron resistir la tentación y allí mismo destrozaron los clavos para abrirlas.Imaginaros la decepción y el sentimiento de impotencia que pudieron tener cuando las vieron llenas de arena. Ya no podían deshacer el trato. Esta era una de las enseñanzas de la leyenda del arca del engaño. Nos muestra este castigo debido a la avaricia de estos dos usureros.Otra de las versiones cuenta que las arcas estaban realmente llenas de joyas y piedras preciosas, pero que al ser abiertas por Raquel y Vidas, todas estas riquezas se convirtieron en arena. Era su castigo por faltar a su palabra.El Cid regresó para pagar a Raquel y Vidas. Vio que las arcas habían sido abiertas. Sin embargo cuando levantó las tapas, la arena se convirtió, nuevamente, en joyas.

El Cid les pagó el doble de lo que acordaron aquella noche sin luna…