En ella se dice que el rey Alfonso V de León dio por bien de paz a cierto rey musulmán de Toledo una hermana en matrimonio, no sin que ella se resistiera mucho y amenazara al futuro marido con que el ángel del Señor le heriría si la tocaba. Según este romance, una sola vez tuvo el Rey acceso con ella, y el ángel le hirió de muerte. Sintiéndose próximo a su fin, el rey mandó devolver la Infanta con gran comitiva y muchos camellos cargados de oro, plata, piedras preciosas, ricas vestiduras y otros magníficos presentes. La Infanta entró monja en el Monasterio de San Pelayo de Oviedo, y allí fue enterrada. En versiones posteriores -la del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada- es cuando se añade el nombre del rey musulmán:Abdalla.
Fue el arabista francés Reinhart Dozy quien intentó descubrir en el siglo XIX si la leyenda era cierta. Dozy demostró que en efecto existió esa infanta, llamada Teresa, hermana de Alfonso V e hija del rey Bermudo II. Comprobó que, en efecto, esta infanta tuvo su residencia en el monasterio de San Pelayo de Oviedo -donde firmó un diploma en 22 de diciembre de 1037- y consta su fallecimiento el 25 de abril de 1039. En su largo epitafio se la llama Tarasia Christo dicata, proles Beremundi regis et Geloriae Reginae, clara parentatu, clarior et merito (queda pues claro: "Teresa se dedicó a Cristo, hija del rey Beremundo -Bermudo- y la reina Geloria -Elvira-").
En cuanto a las fuentes árabes, también Abenjaldún yIbn al-Jatib recogen el matrimonio, si bien dicen que el marido fue nada menos queAlmanzor. Esta hipótesis puede descartarse como demostró Emilio Cotarelo. De esta preciosa manera describe la Estoria de Españao Crónica General del rey Alfonso X hacia 1270 esta historia:Cuenta la estoria que este rey Don Alfonso mantuvo bien su reyno, por consejo de los sabios, por quien él se guiava; mas empero que él era niño dio con poco seso a su hermana Doña Teresa a Abdalla, rey de Toledo, por razon que le ayudasse contra el rey de Cordoua; pero esto non fizo él de si mismo, mas por consejo de los altos homes, porque hoviesse paz con él, ca fazie en la tierra mucho daño: e aquel Abadalla fizie infinta que era Christiano; pero escondidamente; e hauie ya jurado e prometido al rey Don Alfonso de le ayudar contra los moros a quien quier que viniesse; pero este casamiento non fue con prazer de la dueña: e después que gela houieron llevado a Toledo, quiso el moro aver con ella su prazer e su solaz, e la dueña le dixo: «Yo soy Christiana, e tú eres moro, e non ha menester que me tangas, ca yo non quiero hauer companna con home de otra ley: e digote que si pusieres mano en mí, o me fizieres pesar, que te matará luego el Ángel de aquel mi Señor Iesu Christo en quien yo creo.» E el moro non se dio nada por ello; e tovol en desden, e trauó della e fizo su voluntad en ella; mas luego a poca de ora le firió el Ángel de Dios de una tan grande enfermedad donde bien cuydó ser muerto, e llamó sus homes e mandó cargar muchos cauallos de oro, e de prata, e de piedras preciosas, e embió todo aquello de consuno con la dueña para Leon, a su hermano el rey Don Alfonso, e duró ella muy grand tiempo en la ciudad en habito de monja viviendo honesta e sancta vida.
Todas estas versiones e investigaciones fueron recopiladas por Marcelino Menéndez Pelayo y en ellas queda claro que existió un matrimonio en Toledo entre un mandatario musulmán y la Infanta Teresa en una fecha que bien pudiera haber sido alrededor de 1003. Lo que no queda claro es el nombre del novio, que pudo ser con mayores probabilidades el mencionado gobernador Piedra Seca o tal vez un rey citado como Aben-Yaich o Aben Jaich, quedando descartada la hipótesis de Almanzor. Lo cierto es que de esta maraña de nombres y fechas llegó a nuestros días emplazada en este lugar la leyenda denomindada "La Pesca del Oro", recogida ya en el siglo XIX por Eugenio Olavarría y Huarte y que cuenta cómo fueron arrojados al río durante la boda multitud de objetos como platos, cubiertos y vasos de oro y plata, los cuales fueron extraídos con una gran red y repartidos entre los comensales al final del banquete.2
La razón de la advocación de la ermita al Santo Ángel Custodio no está clara, pero bien podría deberse a los hechos narrados en el romance medieval, si bien Julio Porres Martín-Cleto apunta al deseo de Luis Hurtado de Toledo.
En 2007 el escritor Ricardo Sánchez Candelas escribió una versión actualizada y abreviada de la leyenda que recogiera Olavarría en el Siglo XIX, y cuyo texto es este:Corría el año 1007 de nuestra era y tenía como motivo la celebración de una boda. Aquí mismo, en este mismo paisaje, conocido entonces como Valle de Agalén, con idéntico escenario mágico de la ciudad de Toledo al fondo, una tarde de primavera, se celebraba según la leyenda el enlace nupcial de Abd Allah ibn Abd al-Aziz, rey moro de Toledo, con Teresa, princesa cristiana, hermana del rey leonés Alfonso V.No se recordaba en la ciudad de Toledo un banquete nupcial de semejante fastuosidad.
Todo era espectáculo de exuberante belleza y esplendor. El dosel vegetal de las riberas del Tajo lucía con sus mejores galas de aromas y colores, y el banquete, ante los deslumbrados invitados del séquito leonés que acompañaba a Teresa y de los propios de la corte toledana, ofrecía el más variado y rico repertorio de manjares, servido cada uno en vajillas diferentes, las primeras de plata, y todas las siguientes de brillo refulgente. Para asombro de todos, según iban siendo retiradas de las mesas, los servidores las arrojaban a las aguas del Tajo como cosa despreciable.
Terminado el banquete, Abd Allah, acompañado ya de su esposa, se dirigió a todos los presentes para anunciarles que iban a presenciar un maravilloso espectáculo con el que también, como señal de su amor, quería agasajar a su amada. En ese preciso instante, varias barcas, lujosamente empavesadas, orladas con gallardetes y guirnaldas y dirigidas por hábiles remeros, surcaban las aguas, y, al compás de la música, sacaron del fondo del río un inmenso tesoro contenido en una ancha red.
En ella, con previsión ingeniosa urdida por el enamorado rey sarraceno se habían recogido todas las piezas de las ricas vajillas que habían sido arrojadas a las aguas por los servidores del banquete nupcial como mercancía de poco valor.Era La Pesca del Oro. Fue el mismo rey el que, como regalo de boda, tomó en sus manos las piezas más lujosas y de más valor para ir repartiéndolas entre todos sus invitados, que fascinados ante tan insólita maravilla habían prorrumpido en frenéticos aplausos, exclamaciones de júbilo y felicitaciones para la pareja protagonista del enlace.
Uno de los cronistas del episodio termina la narración así: El manto de la noche empezaba a cubrir el ancho fondo del cielo, y las nieblas se levantaban desde el río envolviéndolo todo en sus nubes.
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