Cuenta la leyenda que, durante un período largo de terrible sequía en tierras valencianas, un campesino y el diablo hicieron un trato un tanto extraño. No corrían buenos tiempos para los campesinos valencianos. Después de un período de intensas lluvias durante meses que destrozaron la cosecha de aquel año, vinieron largos meses de terrible sequía donde la lluvia que caía no era lo suficiente para regar los cultivos.Desesperados, se enfrentaban a la recogida de las insuficientes cosechas que se producían en sus campos. Temporada a temporada, los labradores se vieron obligados a vender sus pequeñas propiedades para poder seguir cultivando y dando de comer a sus familias.Entre los labradores más trabajadores y jóvenes se hallaba José, un muchacho que desde bien pequeño, había ayudado a su padre cada día en las labores del campo.José nació entre olivos y viñedos. Había aprendido a podarlos, abonarlos y regalos desde bien pequeño. Disfrutaba haciéndolo y ese era su juego favorito siendo niño.Cuando, por su avanzada edad, los dos padres del campesino murieron, el muchacho heredó todas las tierras de la familia.Gracias a todas estas propiedades, el campesino pudo ir aguantando las malas cosechas. Pero al final, y como le ocurrió a la gran mayoría de labradores valencianos, tuvo que ir vendiendo sus tierras. Hasta el día en que no le quedó ninguna.Dicen que el algarrobo es uno de los árboles que mejor soporta la sequía y las inclemencias del tiempo. Y que, pese a todo, año tras año, ofrece sus frutos. Se llaman algarrobas.Por eso, durante aquel tiempo, solo se vieron buenas cosechas de algarrobas. Y cuando ya se terminaban de recoger, los campesinos más pobres salían a los campos para llenar sus sacos de esterilla con las que se habían quedado en la tierra o las que se habían dejado olvidadas en los árboles.La algarroba fue el alimento principal durante largo tiempo para los más humildes.José, el campesino, salía a diario a los campos para recogerlas y almacenarlas. Cada día su recorrido era más largo buscando nuevos cultivos.Un tarde, después de haber llenado su saco, se sentó a descansar para afrontar el viaje de vuelta. Estaba muy lejos. Iba a durar algunas horas. Aquel día se sentía especialmente desesperanzado. Estaba muy cansado por tener que soportar tanta miseria durante tanto tiempo.-¡Cuánto daría por cambiar todo esto y que los cultivos volvieran a ser lo que fueron!... Poder trabajar de sol a sol sabiendo que la cosecha iba a merecer la pena. ¡Cuánto…!- dijo el campesino ahogando su propio llanto.Sus ojos nublados no le permitieron ver de dónde había venido un hombre que, de pronto, se había colocado frente a él. Iba bastante bien vestido y tenía una sonrisa un poco extraña.-¿Lo dices en serio?- le preguntó aquél individuo.-¡Sí! Después de haberme criado en una familia donde nunca me faltó qué comer, beber y vestir… ¡Esto se hace insoportable ahora!-Muy bien- le dijo el hombre- ¿Serías capaz de entregar tu alma a cambio de llevar desde hoy una vida sin necesidades?- le preguntó el diablo.El campesino se levantó de un salto. Lo observó detenidamente. Se había dado cuenta de que era un individuo extraño. Pero…-Está bien. Si tuviera dinero para no pasar hambre ni frío, sí…la daría- le dijo José.-¿Estás bien seguro?- preguntó el diablo.-¡Completamente!El diablo se giró y se alejó un poco del campesino. Mientras, José le veía que hacía unos movimientos extraños y que hablaba en un idioma que no conocía. De pronto, apareció con una bolsa de terciopelo roja que le entregó.-Antes de abrirla para ver lo que hay dentro me tienes que dar tu palabra de que cuando mueras me entregaras tu alma- dijo el diablo impidiendo que el campesino mirara el interior.-¡Prometido!- le contestó eufórico. Y José se apresuró a abrirla. Mientras el diablo se reía a carcajadas, el campesino contaba las monedas de oro que había dentro de la bolsa de terciopelo.-¡Soy rico! Ahora podré comer y cenar todos los días…-Sí. Además las monedas de oro nunca se acabarán. Tu bolsa roja siempre estará llena por más que gastes- le dijo el diablo. -¡Vale, vale! Pero…una cosa, ¿cuánto tiempo voy a vivir para poder disfrutarla?
-¡Ja, ja, ja! ¡No te preocupes por eso!…No tengo ninguna prisa- le susurró con una sonrisa escalofriante el diablo- pero eso sí, me tienes que decir cuando te vas a venir conmigo. ¡Te doy toda una vida de ventaja!El campesino dejó la bolsa en la tierra. Aquello último le había obligado a intentar meditar la respuesta. Miró a su alrededor donde solo ve veían campos de algarrobos. Grandes, fuertes, casi eternos.-Muy bien. Cuando no queden algarrobas en los árboles me iré contigo- contestó muy decidido el campesino.-Así será. Observaré los algarrobos día a día. Volveré cuando no queden más frutos por recoger- le dijo el diablo desapareciendo de la vista del campesino.A pesar de tener todo el dinero que quería, José no lo demostró nunca. Comió y vivió dignamente aquel otoño, invierno y primavera siguiente. Además, todos los días salía a los campos para ayudar a los campesinos que recogían las algarrobas del suelo. -No te agaches más. Toma esta moneda y vete a comprar lo que necesites- les decía José.Nadie podía imaginar que tenía una bolsa llena de monedas de oro que nunca se acababan.Llegó el final del siguiente verano y los labradores comenzaron a recoger las algarrobas de los árboles para llenar los sacos y transportarlas en los carros de sus señores.Llegó el último día de la cosecha…El diablo ya había estado atento a todos los movimientos de la recolección. Buscó a José entre los campesinos que habían estado trabajando. Y lo encontró.-¡Buenas tardes, querido José! Ya se ha terminado la cosecha de la algarroba. Ya no queda ninguna en los árboles. Tienes que entregarme la bolsa y venirte conmigo según lo pactado- le dijo el diablo.-¿Estás seguro que no quedan algarrobas en los árboles?- preguntó el campesino con voz muy firme.-Sí. No queda ninguna. -Ya…Me gustaría verlo contigo- le dijo el campesino.Así que José y el diablo entraron en uno de los campos. De pronto, el campesino se subió por el tronco de un algarrobo y trepó entre sus ramas. Alcanzó una de las más altas e invitó al diablo a que se pusiera bajo para mirar.-¡Eh diablo! Quiero enseñarte algo… ¿Ves estos pequeños frutos verdes? Pues son algarrobas que madurarán por San Juan.El diablo trepó también al árbol para comprobar lo que el campesino le decía.-Si fueras un campesino como yo, que he trabajado toda mi vida en el campo, sabrías que el algarrobo tiene frutos durante todo el año. Mientras unos maduran, los otros comienzan a brotar…El diablo entendió que el alma de ese campesino nunca sería de su propiedad. Envuelto en una nube de humo con cierto olor a azufre, el diablo, vencido, desapareció.Cuenta la leyenda que el campesino siguió trabajando durante toda su vida y que siempre ayudó, con sus monedas de oro, a los demás labradores para que llevaran una vida digna…