Leyendo voy, leyendo vengo

Publicado el 07 octubre 2016 por Alvaropons

Decía yo hace unos meses, muchos meses, que reabría La Cárcel. Y abierta estaba, pero con polvo y telarañas acumuladas por meses de mucho, demasiado trabajo que habían dejado aquél objetivo completamente olvidado. Que no es excusa, lo sé, que en sus buenos tiempos, iba yo con estrés postraumático haciendo cien cosas a la vez y no dejaba de mimar este espacio ni un día. Pero, ay, los tiempos cambian. Por un lado, la manida excusa de la edad, que por repetida parece coartada de fórmula más que realidad. Yo mismo defendía hace diez años que eso de la edad era cosa de mindundis y debiluchos, para chocar ahora con que quizás no iba tan desencaminada la cosa. Que el cuerpo no da para más (sobre todo si se tiene un hijo pequeño que desborda energía mientras tú ves como el indicador de la tuya se desvanece) y las neuronas, digan lo que digan, se van jubilando a medida que uno envejece. Tras haberme quemado profundamente en 2012, poco a poco fui recuperando tiempo e ilusión, pero los avances tecnológicos se aliaron con mi nueva y cómoda situación: ¿para qué hacer una reseña si uno puede marcarse un tuit de 140 letras? Economía y síntesis comunicativa, se puede decir. O, según se mire, apoteosis dionisiaca de la inteligencia aletargada. Aunque puede que, simplemente, sea la plasmación de estos tiempos IKEA nuestros donde brevedad y comodidad son el nuevo ídolo de masas. El caso es que si a eso le añaden dos proyectos tan ilusionantes –pero devoradores de tiempo- como las exposiciones de VLC València Línia Clara en el IVAM o Prehistòria i Còmic en el Museo de Prehistoria de Valencia, pues a uno le quedaban pocas ganas de escribir por aquí.
Pero el caso que, al final, el comezón por escribir termina por ser molesto y uno tiene que decidir si lo afronta por la vía farmacológica para olvidarlo o si se envalentona y coge el toro por los cuernos. Y aunque me siento tan profundamente antitaurino como devoto de la farmacopea y de la química, va y hago lo contrario: me pongo a escribir otra vez. A joerse toca, el ser humano es inescrutable. No sé lo que duraré, pero apliquemos lo de la famosa expresión sobre la dureza y su duración, a ver qué pasa. Eso sí, que nadie espere ya la locura prolífica de antaño. Una o dos veces a la semana, que uno ya está mayor.
A lo que iba: tebeos. Mucho de lo que hablar, pero me voy a centrar en las muchas y variadas lecturas de estos últimos días, que uno ya ha recuperado ritmo lector tras años de retraso.
Empiezo por Lamia, de Rayco Pulido (Astiberri), que certifica la capacidad de este autor para sorprender al lector en cada nuevo envite, erigiéndose en infatigable y camaleónico explorador de caminos desde aquellos recordados Final Feliz y Sordo, donde todavía se apoyaba en el trabajo de Migoya y Muñoz para dejarnos estupefactos después con la sugerente Sin título: 2008-2011, donde comenzaba un atrevido vuelo en solitario que apabulló con la osadía de adaptar a Pérez Galdós en Nela. Un atrevimiento se revela intacto tres años después con esta nueva obra, donde la curiosidad por indagar nuevas opciones le lleva a desarrollar una compleja exploración de la España más profunda. Lamia nace en las entrañas de la posguerra española, en esa tradición por lo morboso que siempre ha tenido esta nuestra querida patria y que alcanzo en esos años el culmen en El caso y en El consultorio de Doña Elena Francis, exponentes de las dos caras entonces obligadamente separadas del morbo, la criminal y la sexual, que Rayco zurce con habilidad, tejiendo un thriller de esos de los que no se debe decir nada porque se arruinan las sorpresas. Me ataré los dedos en lo argumental (aunque no me resisto a decir que estamos ante uno de los mejores relatos de serial killers que uno recuerda), pero no en comentar el excelente retrato social que compone Rayco en segundo plano. Lamia va dejando temas para la reflexión que van desde la manipuladora tutela religiosa de la moral impuesta por el franquismo a un repaso contundente a la situación de la mujer en España durante esos años, relegada y sometida por decreto y palabra divina. Solo por esos dos análisis, ya la obra es fundamental, pero hay que añadirle multitud de detalles que va desperdigando por el camino, desde el homenaje a obras clásicas de nuestro cómic (de Bruguera a Las memorias de Amorós) al debate sobre la maternidad como realización de la mujer. Con un tratamiento gráfico moderno con toques de art déco (inspirado precisamente en ese Del Barrio que rompió moldes en Madriz y demostró con Hernández Cava que la innovación no estaba reñida con el género y la inteligencia en Las memorias de Amorós), Rayco proyecta los hallazgos de Lamia hasta nuestros días, estableciendo una macabra línea que conecta aquella pasión por lo luctuoso con sus hiperbólicos hijos, los Sálvames de hoy. Lamia es una obra que se disfruta en todos los niveles imaginables, en lo gráfico, en la lectura, en el posterior debate… Una de esas joyas que hay que leer obligatoriamente y que Astiberri ha editado con un cuidado exquisito. Un tebeo espléndido.

Más cosas que he leído y disfrutado: Teen Wolf (Fosfatina), antología gozosa y refrescante que colca a un grupo de casi veinte autoras en el centro de la realidad de nuestro tebeo, en un hoy con un potencial tan brutal que resulta inimaginable hasta dónde puede llegar a poco que se les dé cancha. Porque si con solo una idea tan sencilla como revisitar la famosa película protagonizada por Michael J. Fox se consiguen estos resultados, lo que estas autoras pueden dar de sí es increíbles. Es verdad que se puede caer en la tentación de pensar que una antología solo de autoras cae en el aprovechamiento de la etiqueta, en la explotación del género como moda, pero déjense ustedes de zarandajas y olviden ya de una vez si las mentes creativas de estas obras tenían vulva o testículos, porque lo que demuestran tener es arte que se les sale por todos y cada uno de los poros. Las historias que componen Teen Wolf saben alejarse del homenaje nostálgico para bucear por casi por el oubapo: la constricción del punto de partida sirve para un verdadero brainstorming de ideas que van desde la obvia reconstrucción del licántropo como simbolismo de maduración sexual a la reescritura del mito de la bella y la bestia, pero siempre desde una aproximación fresca y renovadora. Historias como las de Mireia Pérez, Anabel Colazo o Klari Moreno (mis preferidas en este caso, sin desmerecer para nada al resto) son iconoclastas revisiones que se atreven sin pudor a transgredir toda idea previa. Y es en ese espíritu donde encuentro un valor todavía más importante en Teen Wolf: es un perfecto representante que toda una nueva generación de jóvenes artistas que llega al cómic desprovista de prejuicios. Sin duda, nunca antes hemos estado ante una efusión igual de jóvenes artistas que apuestan por la historieta como medio de expresión. Las razones dan para un largo debate, aunque supongo que una de las razones fundamentales viene necesariamente de ese cambio de imagen de la historieta, que ya por fin dejó atrás sus traumas para entrar en una nueva situación de reconocimiento y aceptación. Pero lo más importante es que es una generación que no viene mediatizada por el pasado: la gran mayoría no han sido lectores de tebeos, vienen vírgenes de influencias endogámicas para lanzarse a la historieta con todo el bagaje de haber pasado su infancia continuamente inmersos en una cultura visual omnipresente. Y eso se nota en la absoluta desvergüenza con la que se saltan cualquier dogma de la narrativa gráfica: no tiene que seguir los mandamientos de San Eisner ni ser discípulos de Hergé, no han hecho lectura catártica de Príncipe Valiente ni falta que les hace. Solo saben que quieren contar historias y que lo quieren hacer con dibujos, recordando a esa vuelta a los orígenes que propugnaba Picasso, ese querer dibujar como un niño que en el caso del tebeo es querer narrar sin imposiciones ni pesadas losas. Y vaya si lo consiguen. Recomendabilísimo.

De fuera leo Pendant le loup n’y est pas, de Valentine Gallardo y Mathilde Van Gheluwe (Atrabile), un relato escalofriante que parte de los terribles momentos que vivió Bélgica con el caso del pederasta Marc Dutroux para lanzar una reflexión sobre la capacidad de la sociedad para crear sus propios monstruos. Las autoras no hacen una narración directa de los hechos, sino que trasladan a los niños la responsabilidad de contarnos cómo sintieron aquellos hechos. Y el resultado es demoledor: porque los asesinatos de Dutroux pasan completamente a un segundo plano ante la inquietante capacidad de la sociedad para expandir el miedo. Los niños no entienden por qué deben protegerse de los demás, pero sí que son capaces de ver crecer el terror con el que se mira al otro. El delito de uno se convierte en el temor al extraño del resto, en la mirada que antepone la sospecha de culpabilidad ante cualquier gesto por inocente que sea. Es fácil ver en esta obra cómo la sociedad se construye en el recelo, en la desconfianza, encontrando lógicas conexiones con la actualidad de un mundo que, cada vez más, se atrinchera en el desprecio y el odio al otro.  La mirada del niño sirve como filtro perfecto: la inocencia infantil se ve viciada por el relato del adulto mucho más allá de las perversiones del delincuente. Reconozco que este libro me ha dejado tocado porque yo mismo, como padre, soy partícipe de esa locura colectiva que traduce el lógico deseo de proteger a nuestros hijos en una obsesión hiperprotectiva que construye auténticas murallas a su alrededor. Pendant le loup n’y est pas (maravilloso título, Mientras el lobo no está) es un espejo que nos devuelve hasta qué punto estamos ya deformados y viciados. Y lo que vemos no es agradable. A ver si alguien se anima a publicar este excelente tebeo en España.

Y ya está bien por hoy…