Solemos asociar las libélulas a lugares húmedos o encharcados, ya sean ríos, charcas o cualquier otra masa de agua. Debido a que pasan su estado larvario dentro de este medio, las hembras tienen que acudir allí a poner los huevos y los machos patrullan sus proximidades para aparearse con ellas, mostrándose muy agresivos y territoriales con otros machos de su misma especie.
Pero a pesar de esa depencia del agua para reproducirse, las libélulas son grandes voladoras y son capaces de desplazarse a varios kilómetros de distancia de donde han nacido para cazar. Hace unas semanas, mientras caminaba por una pista que cruzaba un pinar de repoblación, me encontré con una libélula que volaba siguiendo el camino y posándose de vez en cuando en alguna piedra del suelo que sobresalía sobre el resto. Se trataba de un macho de Onychogomphus uncatus, una libélula de tamaño medio que suele utilizar este tipo de hábitats como zonas de caza y también como lugares de maduración (Antonio Torralba, com. pers.) antes de regresar a las charcas para reproducirse.