LOS SINDICATOS NO han sido nunca santos de la devoción de Esperanza Aguirre. Viniendo o sin venir a cuento, la muy liberal presidenta madrileña no ha ocultado la animadversión que siente hacia los representantes de los trabajadores. La cosa no es nueva, viene de lejos. A nadie puede sorprender, por tanto, que en vísperas del Debate sobre el Estado de la Región y a dos semanas de la huelga general la presidenta haya conseguido meter baza volviendo a dar titulares tras varias semanas de sequía.
Soy de los que piensan que los sindicatos necesitan modernizarse, como lo necesitamos los medios de comunicación o los taxistas, pero eso no invalida, ni mucho menos, su gran tarea en defensa de todos los trabajadores, incluso de los que no estamos afiliados. Y no sólo eso. No quiero ni pensar dónde estarían ahora mismo nuestros derechos y condiciones laborales sin la existencia de las centrales. Con sus habituales dotes para el oportunismo, la presidenta madrileña confunde delegados sindicales con personal liberado en un tótum revolútum difícil de digerir. Hay quien sospecha, incluso dentro del PP, que este anuncio no es más que la peculiar respuesta de Aguirre a la demostración de fuerza sindical exhibida el pasado 9 de septiembre en Vistalegre. Eso, o que tiene envidia de que la huelga del próximo día 29 no se la vayan a hacer a ella.
Puestos a meter la tijera, podríamos hacer lo propio con los políticos que cobran doble sueldo, o con los cargos de libre designación, o con los numerosos asesores de la Administración autonómica, o con el autobombo institucional. Pienso que la patronal, tan encendidamente partidaria de Esperanza Aguirre, es necesaria, pero los sindicatos son imprescindibles.