Publicado en ValenciaOberta.es
Si hay algo que caracteriza al liberalismo desde el principio del liberalismo, como ideología, sistema de pensamiento o forma de organización social, y que aglutina en torno a un tronco común al ecléctico conjunto de quienes así se denominan es su recelo al Estado. Su rechazo al poder y a sus resortes en mayor o menor medida. Su oposición a la proliferación de la res publica de forma incontrolada. Los liberales, más o menos radicales, tienden a ver el poder como un mal. Menor y necesario para algunos. Pero desde luego sometido al control ciudadano. Aquello de la democracia liberal y la separación de poderes va en este sentido.
Los progresistas, por el contrario, defienden que debe establecerse por parte del Estado un marco regulatorio tal que permita que las capacidades del individuo y no su cuna determinen el límite de las aspiraciones de cada individuo. Es el Estado el garante de la Justicia y debe ser pues, el que determine en cada momento, las mejores opciones regulatorias para sus ciudadanos, corrigiendo las desigualdades que el azar proporciona y tomando medidas a este respecto. El Estado es un ente absolutamente positivo y del todo necesario para quienes apoyan el progresismo como sistema a poner en práctica.
Si las explicaciones que acabo de plantear captan, con mejor o peor suerte, la esencia de cada uno de los dos conceptos, hasta el lector menos avispado podrá acabar concluyendo que la relación entre los mismos es de antonimia. No se pude ser una puta virgen o un enano de 1,90 cm de altura. No se puede ser una cosa y la contraria. Liberal progresista es un oxímoron. Un imposible conceptual.
Quiero pensar que Albert y los suyos no han confundido su catalán nativo con el inglés, puesto que liberales en catalán es liberals y progresistas en inglés es liberals. Demasiado burdo me parece, incluso para un político español. Quién sabe. Lo que sí es cierto es que ya tenemos aquí a los de extremo centro. A los transversales. A los que quieren ser todo. Y se quedan en la nada. No se puede quedar bien con todo el mundo. Ni gustar a todos los votantes. No se puede ser tan ingenuo de querer comerle la tostada al Partido Popular, vivir de sus votos renegados y dedicarse a hacer juegos malabares con el lenguaje, para distinguirse de él. Los progresistas ya están donde deben estar, en los partidos progresistas. Los que recelamos del Estado, los más convencidos antiestatistas o una creciente parte de ellos, también nos venimos agrupando en dónde creemos que debemos estar. Dónde se defienden las ideas y no la semántica. Los libertarios los dejamos con sus peleas carentes de fondo. Se proclamen como se proclamen defienden la existencia y bondad del Estado. Y a mi, a nosotros, nos tendrán siempre enfrente.
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