Hoy se asoma a mi pensamiento esta idea de liberar el alma, una idea que se despierta por conversaciones recientes y por escuchar diariamente a tantas personas anhelando esa liberación que plenifique la vida.
¿Qué sería eso de liberar el alma? Entiendo que sería una liberación que permitiría la expresión nuestro ser real, de lo que fluye desde lo profundo de nosotros en cada paso del camino.
Para ello sería preciso pasar primero por encontrar el alma, por escucharla… Y una vez encontrada, dejarla ser desde lo profundo y expresarse por los cauces que nos muestren nuestra opción más auténtica. Entiendo que el hallazgo no es algo estático, es algo que fluye y se transforma en cada instante de vida. Si no sería un fósil de una idea estancada y vacía de nosotros mismos, un ídolo que impediría ver la realidad más profunda, un obstáculo para ver nuestra realidad esencial. Una de las muchas tentaciones en ese camino de la identidad que se quiere aferrar a formas estáticas, a ideologías acerca de quienes somos.
Ese llegar a encontrar al alma supone un proceso de escucha, de silencio, de mirar hasta lo más radical de uno, pasando por lo más extraño en nosotros. Todo esto supone un esfuerzo de atención y también un esfuerzo de crecimiento ordenado de nuestras potencialidades más auténticas, y una superación de lo que nos dificulta el acceso a lo más real.
Muchas veces libertad se entiende solamente por soltar cualquier cosa que emerja de nosotros, sin diferenciar si nos aporta o no algo esencial, se separa libertad de razón o de responsabilidad, se separa libertad de virtud. A veces también se confunde libertad con restricción o renuncia, que pueden generar menos libertad que la que se busca, si se expresan para superar miedos o inseguridades. Así que liberar el alma no parece tener que ver la liberación irracional e impulsiva de cualquier cosa que surge ni con la restricción constrictiva para generar una identidad parcial que nos de seguridad. Quizás sí sirve renunciar a elementos que nos dañan, como el egoísmo, la codicia, la envidia, etc. Esas renuncias sí parecen generar libertad... para ser y dejar ser a otros...
A veces pienso que liberar el alma es como afinar en primer lugar un instrumento, el instrumento que somos y, después, aprender a tocar en él la mejor melodía que podamos sacar de nuestro interior, una melodía que integre todas las notas, incluso las discordantes o desafinadas. Quizás, con la práctica, finalmente esas notas encuentren su lugar en la sinfonía global y la hagan única e irrepetible. Es posible que esas notas discordantes, que a muchos les hacen sufrir o sentirse incoherentes encuentren finalmente lugar si solamente son aceptadas con amor y serenidad, y que al hacerlo, sepamos la parte de la partitura que les corresponde. Pues la tentación es rechazarlas, como si no fueran algo nuestro. Quizás la práctica de esa escucha interior, escuchando todo, incluso lo que no nos gusta, escuchando desde lo más profundo de nosotros, puede ayudar a que cada sonido interior tenga su lugar en la totalidad de nuestro ser, para que finalmente la melodía personal se pueda expresar con sabiduría y alegría.
Practiquemos y confiemos, cultivemos una vida interior que tienda a la armonía y al amor, en primer lugar a nosotros mismos, para amar así mejor a los otros. Aceptemos lo que surge, para mirar una y otra vez las luces y las sombras, para que así el cuadro resultante tenga algo que decir, aunque una y otra vez lo pintemos sin comprenderlo. Seguramente así acabe surgiendo una pintura con sentido y con alma.