El ministro se va, deja el ministerio, abandona la política, le dejaron solo para defender una ley que, según se comenta, desde el principio carecía del apoyo del partido. Qué casualidad ¿no creen?
No suelo hablar de política, ni lo voy a hacer, es más huyo de ella como de la peste, cada vez respeto menos lo que representa y a quién la representa. Vamos, que no me fío ni del Tato. Pero este anuncio, esta vuelta atrás, coincide justo con el descubrimiento de una historia, una de tantas, que llega al corazón. Un relato desgraciadamente compartido por miles de mujeres pero fantásticamente reflejado en la ficción con el ejemplo de una: Philomena.
Llegó a mis manos por casualidad, sin saber qué era lo que iba a ver y, quizá por eso, me impactó más aún. Este hecho y el de que, desde que soy madre, todos los relatos sobre niños me llegan de una manera especial, hicieron que mi empatía se manifestara de una forma brutal sintiendo la tristeza, la angustia, la culpa y la impotencia de la protagonista tan cercana que dolía. Se trata de un magnífico retrato de una época, reflejado desde la pena, pero también desde el humor y la ironía, desde la inocencia, la esperanza y el profundo amor maternal. Su visión, lejos de marcarte de forma negativa y devastadora, te deja una sensación de paz, sin olvidar, como es lógico, las vivencias terribles que se describen.
Y es ahora cuando me reafirmo en mi forma de pensar basada siempre en el respeto, en la libertad, en la posibilidad de barajar todas las opciones y en el derecho de cada uno de decidir sobre su persona. Nadie puede decidir por nadie, ni la iglesia, ni los políticos… Nadie.