Todas las acciones que hacen las personas para que sean humanas deben de ser libres. En el campo del periodismo hablar de libertad es ir al centro de la actividad periodística.
Quiero en este post veraniego y sosegado hablar de la libertad, de la libertad que un periodista debe tener a la hora de ejercer su profesión.
Porque para que la información llegue de manera pura y fiel a los hechos quien la transmite debe ser libre. Libre de presiones, libre de miradas y libre de espíritu.
La libertad de información es la ausencia de esas presiones, tanto internas como externas. Un periodista para ser libre debe no tener que tener la esclavitud de los intereses de todo tipo que rodean a una información y a un medio de comunicación.
Pero, indudablemente, la libertad debe ir acompañada de responsabilidad. Y ahí radica el gran error, en confundir el concepto de libertad responsable con el de libertad absoluta.
Niceto Blázquez, catedrático de filosofía, afirma que cuando “hablamos de libertad informativa nos referimos eminentemente a la independencia que todo informador ha de mantener frente a las presiones externas provenientes de los poderes fácticos sociales de carácter financiero, político o ideológico”. Y añade más adelante, “la responsabilidad es el uso correcto de la libertad. Quien gozando de suficiente libertad hace mal uso de ella es un irresponsable”. O lo que es lo mismo, si la libertad de uno tiene ya su límite en la propia persona, éste se acentúa más, si afecta a la libertad del otro. Y, por tanto una libertad pública termina donde empieza la otra.
Esto significa simplemente que no se puede pensar que la libertad del periodista es total e ilimitada. No es cierto. La libertad está condicionada por la responsabilidad.
Porque es bastante normal que se utilice el término libertad de expresión a nuestro antojo y donde digamos libertad de expresión, lo confundamos con libertad a secas y, éste término, a su vez, lo asociemos al término independencia, sobre todo en el marco de los medios de comunicación. O lo que es lo mismo, bajo el paraguas de la libertad de expresión el periodista diga lo que quiera.
Los medios de comunicación, en este sentido, pueden lanzar, así, indiscriminadamente contenidos.
Defiendo como no puede ser de otra manera la libertad e independencia del periodista para informar pero de igual manera defiendo el derecho del ciudadano a ser informado de manera veraz y responsable.
Como afirma Leonardo Rodríguez Duplá de la Universidad Pontificia de Salamanca, “todas las posibilidades humanas esenciales desfilan ante el espectador o lector”. Añadiendo, “hay dimensiones de la existencia humana que son subrayadas una y otra vez. Esta uniformidad viene propiciada por factores de orden económico. Una parte muy considerable de la oferta mediática está destinada a espacios publicitarios (…). La publicidad apela a esos dos poderosos resortes de nuestra conducta que son la sensualidad y la vanidad (…). El modelo de humanidad que se propone conjuga belleza, juventud y dinamismo, por una parte y, por otra, eficacia, triunfo social y lujo”.
La propia Constitución Española de 1978 en su artículo 20 al hablar de libertad de expresión (en su apartado 1a) dice: “Se reconocen y protegen los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”. Por su parte el apartado 1d) reconoce el derecho a “comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”.) , pero habla también de sus límites. Y afirma en su apartado 4 que “estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y especialmente en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”. [1]
Y esa limitación no sólo es legal. El periodista es persona y las personas somos por naturaleza limitadas. Me explico. Por el mero hecho de nacer, ya lo hacemos con ciertas dependencias tanto físicas (¿podemos volar?) como sociales (cuándo nacemos, dónde, en qué ámbitos nos movemos…) e incluso fisiológicas (somos altos, fuertes..). Estas dependencias naturales limitan nuestra libertad pero reconocerlas es bueno porque nos harán ser conscientes de que somos seres humanos y por tanto dependientes sí o sí de nuestras condiciones naturales.
Dependencias naturales que se equilibran con la inteligencia y la voluntad de las personas. En definitiva con su saber hacer. El saber hacer le lleva a tomar decisiones responsables. Y estas decisiones responsables son libres porque aunque la libertad responsable supone renuncia (no coacción), esta renuncia le supone, a su vez, elegir dando el valor que le corresponde a cada experiencia en beneficio del desarrollo del hombre como persona.
Esta es mi reflexión veraniega encaminada a concienciarnos de la importancia que tiene el buen uso de la libertad, el responsable uso de una libertad de información que es la que va a orientar el juicio y la acción de muchas personas.
[1] “Constitución y Tribunal Constitucional”. Edición preparada por Enrique Linde Paniagua, doctor en Derecho. Civitas Ediciones, S.L. Madrid, 2003.