Libertad de pérez

Publicado el 26 octubre 2010 por Alfonso

Pensaba matar mi tiempo mal escribiendo aquí sobre la anaconda de Assange, el despido que acecha sobre los funcionarios españoles o algún otro hecho igual de relevante, pero he aquí que me tropiezo, entre hoja de lechuga y lasca de queso manchego, con la libertad de expresión del señor Pérez Reverte, el académico, ése. Y como soy muy de entrar al trapo, heme aquí, don Arturo, para decir lo que pienso. Lo suyo es de gilipollas mayor del Reino. Y lo digo así en minúscula, porque si le pongo capitales igual va y lo utiliza como título honorífico. Lo de menos es que diga de un ministro cesado que es inútil, que para ello no hace falta ni el apoyo de la ministra sin sal. Lo de más es que nos hace creer que es usted buen escritor. Vamos, que hace frases con fundamento. Pues mire. Lo de utilizar punto tras punto es tan fácil como tonto, lo mismo que si usted usase subordinadas (seguro que las prefiere en la intimidad): es de mente tan privilegiada y de Destino tan alto que ¿qué no habría usted de ser capaz usted de hacerlo? -si lo prefiere lea la duda en exclamativo: tiene tantos quehaceres que el solo hecho de que perdiese el tiempo por aquí sería síntoma de una imbecilidad más grande que la que le supongo, y no es poca, créame-. Y más vamos, que tiene imaginación: lo que tiene es una buena biblioteca, un gran despliegue técnico informático y un montón de tiempo libre para despotricar en vez de ir a recoger fresas, subirse a la cubierta de un edificio de 30 plantas con las medidas de seguridad que le proporcione el encargado de la obra o levantarse a las 5 de la mañana para algo más que mear fuera de la cama o ir a ver si le queda combustible con el que pasar el invierno. Y cuando digo combustible no me refiero a Lepanto o Duque de Alba, que ni se si toma ni me importa, me refiero al gas, gasoil o lo que caliente su digna chabola en mitad del verde paroxismo. Lo de más es que se escude en el diccionario para arremeter contra la sensiblería y la gazmoñería: si al menos dijese algo de la gestión nefasta del saliente, sería hasta plausible -claro que igual lo hizo: algunos escribimos de oídas, como si con lo que nos cuentan se pudiesen llenar cuartillas-.
Se ha creído usted muy astuto, don Arturo. Que con emular los prontos de Juan Ramón, o el verbo fácil y lesivo de Francisco -qué más quisiera-, puede lograr un sitio en la Historia. No se preocupe, ya le saco de la duda: no. En el siglo XXII de usted se acordarán lo mismo y los mismos que de mi: nada y nadie. Se lo firmo si quiere a sus herederos. Y para que vea que no le deseo ningún mal, más allá que el de ver como sus ventas aumentan, señal inequívoca de que el personal andará con suelto suficiente en los bolsillo como para desperdiciarlo en sus páginas, es mi deseo que pasados noventa años, un día, como deseaba Luis Buñuel, se levante de su tumba y pueda leer los periódicos, que alguno quedará en papel, y si no en pantalla,. Certificaría mi predicción. Pero no se ponga triste y no se preocupe por la salud del castellano, perdón, de la lengua española, que también le digo que mientras vivan Goytisolo, Panero o Marías -y aquí ponga usted el nombre adecuado, listo- la Ñ estará a salvo. Y usted a lo suyo, a lo de siempre.
Écheles sal, y a la guerra, coño.
Por cierto: si he ofendido, la querella es cuestión suya, que el dinero suelo ir parejo a la victoria. ¿No?

Luis Buñuel