Libertad e igualdad en la polis: la visión de Hannah Arendt

Publicado el 17 abril 2017 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Quizás lo más interesante de Hannah Arendt es que su historia de vida y su filosofía parecen ir de la mano, la primera parece haber propiciado el escenario para que  la segunda se desarrolle. No es casualidad que los principales lineamientos de su propuesta apunten hacia la recuperación de la reflexión de lo político en un escenario donde las ideologías (muchas veces egoístas y reduccionistas) han secuestrado el significado real de lo político. Arendt es una lectora muy atenta de filosofía eso también va marcando su pensamiento y dándole forma a una teoría que se enmarca dentro de la filosofía política, pese a que ella afirmaba no considerarse una filósofa.

La reflexión política de Arendt proviene de sus numerosas lecturas, pero principalmente proviene de su cuidadosa revisión de la manifestación de lo político dentro de la esfera pública griega, sobre todo desde Aristóteles. A partir esas lecturas, Arendt descubrió que en la antigua Grecia todos los ciudadanos eran libres, igualmente libres porque se conferían el uno al otro el título de participante de la polis, es decir de ciudadano. Ese estatus de ciudadano, les permitía a todos los miembros de la polis vivir plenamente su libertad y disfrutar de igualdad de derechos. Por eso quien domina sobre los demás puede ser visto como diferente en tanto parece ser más feliz y digno de envidia ante los dominados, pero no más libre porque él también se adscribe al espacio donde no hay libertad en absoluto. La  libertad era propia de la polis, no era un atributo humano. Es decir, el ser humano no es libre por naturaleza, sino en tanto está inserto en una ciudadanía, es algo absolutamente artificial.

A esta última idea Arendt la compara con la expresión griega para una constitución libre: isonomia. “Pero isonomia no significa que todos sean iguales antes la ley ni tampoco que la ley sea la misma para todos, sino simplemente que todos tienen el mismo derecho a la actividad política y esta actividad era en la polis preferentemente la de hablar los unos con los otros.” De igual forma, aquí se presenta un problema conceptual, pues el hecho de que se diga que los seres humanos pueden hablar los unos con los otros en la esfera política, no significa en absoluto que todo miembro de la polis tenga derecho a la palabra, pues existen situaciones en las que el habla libre se torna imposible, como es el caso de los esclavos, los bárbaros y las mujeres. La palabra dentro de la polis griega está reservada para aquellos que están aptos para llevarla a cabo. “[P]ara la libertad no es necesaria una democracia igualitaria en el sentido moderno sino una esfera restringida, delimitada oligárquica o aristocráticamente, en el que al menos unos pocos o los mejores traten los unos con los otros como iguales entre iguales”. Arendt entiende libertad tomando como fundamento el hecho de que el ser humano es libre en cuanto no está inherentemente determinado por la naturaleza, sino que se adscribe a las reglas de la polis que le acoge.

Quien no adhiera a las convenciones de su polis, quien no esté vinculado a un espacio físico al cual pertenecer es quien pierde su libertad y la compañía de sus pares. Para Arendt somos todos iguales solamente en el sentido de que somos únicos e irrepetibles, no el sentido de que todos valemos lo mismo dentro de la esfera política, pues, como dijimos anteriormente la palabra de algunos considerados inferiores dentro de la polis no es la misma de aquellos que están dentro de la esfera política y tienen el derecho de hablar y discutir de igual a igual con sus pares. Esto explica que se alcen gobiernos autoritarios, tiranos sobre los pueblos y puedan tomar decisiones tan crudas como matar a miles de personas sin que esto signifique una gran pérdida, puesto que al no tener voz directa en la esfera política ese ciudadano ha pasado a ser sólo parte de la estadística, un número más. En este sentido, Hannah Arendt expresa obre la igualdad:

 La igualdad que lleva consigo la esfera pública es forzosamente una igualdad de desiguales que necesitan ser «igualados» en ciertos aspectos y para fines específicos. Como tal, el factor igualador no surge de la «naturaleza» humana, sino de fuera, de la misma manera que el dinero —y continuamos con el ejemplo aristotélico— se necesita como factor externo para igualar las desiguales actividades del médico y del agricultor. La igualdad política, por lo tanto, es el extremo opuesto a nuestra igualdad ante la muerte, que como destino común a todos los hombres procede de la condición humana, o a la igualdad ante Dios, al menos en su interpretación cristiana, en la que afrontamos una igualdad pecaminosa inherente a la naturaleza humana.

En la anterior cita se refleja el sentido real que tiene para Hannah Arendt la palabra igualdad, que no es aquel concepto utópico que nos legó la modernidad, sino muy por el contrario, es una igualdad ilusoria, que nos permite anclarnos a un sistema de supuesto orden en el cual se vela por nuestra integridad. El hecho de que exista en las sociedades una pluralidad de seres humanos, hace que se complique aún más el escenario político, puesto que, desde este punto de vista, cada cual debe dar razón de sí mismo para estar dentro de la polis. Esta pluralidad de seres humanos diferencia, para Arendt, inmediatamente el pensar filosófico de la política, puesto que la primera solo se ocupa de la esencia humana, del hombre en su individualidad, mientras que la política se ocupa de los seres humanos enmarcados en una colectividad de la que forman parte. En este punto, Hannah Arendt dice que las obras de Platón que versan sobre política son las menos fuertes por la misma razón antes expuesta: la política habla sobre la pluralidad de seres humanos, la filosofía, no. Según Arendt, Platón, desde su forma de entender la organización de la polis, anula el principio familiar pues lo expande. Es decir, derroca a la familia particular para hablar de una familia comunal, general, cuyas decisiones no se discuten, pero la filosofía no alcanza la profundidad necesaria para hablar de política.

En definitiva, el hecho de que cada ser humano desde su nacimiento represente una historia abierta, impide que se pueda hacer algo definitivo con la política. Es por ello que la polis es el escenario donde todos los ciudadanos son iguales, pero no en un sentido ético, sino en el sentido de formar parte de la búsqueda de una acción colectiva genuina, actitud propia de los seres humanos. La isonomia era un atributo de la polis, no de los seres humanos por lo tanto estos sólo podían acceder a ella a través de una afiliación a su polis y no por el solo hecho de haber nacido humanos. Esta es la misma razón por la cual Arendt no abraza el concepto de Zoon politikon, puesto que no existe nada en la animalidad que pueda estar dirigido a algo más que la respuesta de las necesidades. La política no es inherente al ser humano, es parte esencial de la polis. Arendt llega a afirmar que el ser humano es un ser apolítico que se hace político en tanto comparte con otros seres humanos, por tanto la condición política reside fuera del ser humano y no en él. Finalmente, la igualdad se dará sólo entre aquellos afiliados a la polis, dentro de las posibilidades que ésta ofrezca.

Por Cristal

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