Bastante tardó, después de varios intentos, la formación de un gabinete que, según el CNT, dirigiría el país hasta la celebración de elecciones en la primera mitad de 2012 para una Asamblea Constituyente que redacte la Carta Magna, además de encargarse del desarme de ex militares y ex insurgentes y emprenda la reconstrucción.
Ni tan siquiera hubo consenso entre los sublevados para elegir como primer ministro a Abdel Rahim El-Keib —académico y empresario que ha pasado la mayor parte de su vida en Estados Unidos—, quien contó apenas con 26 de los 51 votos posibles.
Ahora, la misión del ejecutivo de reconstruir el tejido social libio y traer la paz parece utópica en medio de un escenario de desconfianza entre las propias fuerzas que integran el denominado Consejo. Los grupos que combatieron contra las tropas del coronel Gaddafi piden una representación más amplia en el CNT: un 40 por ciento de su membresía, según trascendió de la reciente conferencia de la denominada Unión de los rebeldes de Libia, una organización que reagrupa al 70 por ciento de quienes se levantaron en armas contra el Gobierno.
La desconfianza también está en las calles. Hace poco, jóvenes activistas de organizaciones de la sociedad civil libia en la ciudad de Bengazi, cuna de la guerra civil que comenzó a mediados de febrero de 2011, exigieron en una movilización el derrocamiento del CNT, a cuyos miembros tildan de «trepadores», y exigen que estos no formen parte de la Constituyente.
Mientras, continúan las vendettas, los ajustes de cuentas, el saqueo de residencias, escudados en la búsqueda de leales a Gaddafi… Una prueba fehaciente de la falta de control que tiene el nuevo gabinete, aunque quiera dar la imagen de un país que intenta levantarse entre las ruinas y los odios dejados por una cruenta guerra.
El CNT no controla siquiera Trípoli, la capital, ni ha logrado el desarme de los grupos y tribus que se sumaron a la cruzada contra Gaddafi. A su interior persisten divisiones entre la corriente liberal, impulsada por libios de la diáspora, figuras prooccidentales y ex colaboradores de Gaddafi, y los islamistas, representados por el Grupo de Combate Islámico, una agrupación de carácter radical. A ello se suman las tradicionales diferencias regionales y étnicas que hoy pugnan más que nunca por lograr una mayor representatividad.
A dos meses y medio del asesinato de Gaddafi, aún impune, continúan las luchas por el poder y el dominio de territorios. Diversos grupos armados controlan áreas de influencia, construyen sus feudos en las principales ciudades, y emplean como base instalaciones utilizadas por el régimen anterior.
Según el periodista Franklin Lamb, de CounterPunch, quien actualmente se encuentra en Libia, solo en Trípoli operan más de 55 milicias, con un total de 30 000 hombres, algunos de ellos protegidos y dirigidos por el propio CNT. Otros andan por su cuenta.
A inicios de este mes, exactamente el 3 de enero, se registraron enfrentamientos en la capital que causaron seis muertos y 18 heridos cuando el Ministerio del Interior trató de recuperar el edificio donde funcionaba el servicio de inteligencia y se encontró con la dura reacción de la milicia que se apoderó del complejo.
Un día después, una coalición de brigadas de ex insurgentes rechazó el nombramiento del jefe del Estado Mayor del futuro ejército libio, Yusef al Mangush, y acusó al CNT de haber ignorado a sus candidatos al cargo.
Los hechos evidencian que aún el CNT sigue sin tener la más remota idea de cómo manejar el complejo crisol político y tribal libio, lo que es fundamental para poder garantizar la estabilidad y la explotación efectiva de la enorme riqueza natural de ese país, que cuenta además con una posición estratégica y neurálgica para Europa.
Las cenizas de la guerra civil, desatada por las grandes potencias, aún se mantienen calientes. El propio presidente del CNT, Mustafa Abdel Jalil, admitió que el país puede precipitarse en ese camino si no logra controlar a las milicias rivales. De continuar este escenario, difícilmente podrían celebrarse las elecciones de 2012.
Por tanto, no sorprendería que pronto nos encontremos ante un nuevo Iraq en el norte de África.
Foto: Getty Images