De pie, en el centro de la celda, cierra sus ojos y avanza hacia la ventana. Esta desaparece, igual que la pared. Ya en el patio de la prisión, sigue su marcha y se esfuman los muros. Camina por la calle. Se borran los policías y los jueces corruptos que lo condenaron. Continúa, y se evapora el verdadero asesino. Sin detenerse, hace que se esfume la ciudad, que también lo sentenció. Prosigue hasta el borde del acantilado, despliega sus alas y vuela en libertad.
© Sergio Cossa 2012Pie de página del feed