"(...) la librería como templo donde se albergan ídolos, objetos de culto, como almacén de fetiches eróticos, fuente de placer. La librería como iglesia parcialmente desacralizada y convertida en sex shop. Porque la librería se nutre de una energía objetual que seduce por acumulación, por abundancia de oferta, por dificultad de definir la demanda, que se concreta cuando se encuentra al fin el objeto que excita, que reclama una compra urgente y una posible lectura posterior."
Librerías está dedicado a describir el más noble de los vicios, la más saludable de las enfermedades, el arte de visitar estos establecimientos, aunque el caso de Jorge Carrión es envidiable, porque describe librerías de medio mundo, algunas en lugares tan apetecibles como Buenos Aires o Ciudad de México, en las que seguramente encontraremos una oferta de volúmenes en castellano muy diferente a la ya muy homogeneizada de las que existen en nuestro país. Y ese es el principal problema de una actualidad que solo vive a golpe de novedades y libros más vendidos, hasta el punto de que es difícil encontrar títulos que eran abundantes en las estanterías solo hace un año. Por supuesto, también podría hablarse de bibliotecas, pero en estas magníficas instituciones queda fuera uno de los elementos principales de la placentera ecuación: el fetichismo de la posesión, de la contemplación del volumen y de las anotaciones personales en el mismo.
Si bien las librerías han ganado en espacio y muchas de ellas en espectacularidad, se ha perdido mucha de la diversidad que las hacía atractivas antaño. El último capítulo (el libro es de 2013), está dedicado a analizar superficialmente la presunta amenaza que constituyen los ebooks, que no han hecho descender demasiado las ventas de libros en papel (la crisis económica sí que lo hizo, haciendo además que se cerraran numerosos establecimientos) ni tampoco creo que hayan logrado enganchar a muchos nuevos lectores, independientemente de la indudable utilidad que tienen estos aparatos para los que ya no nos queda apenas espacio en nuestras bibliotecas particulares. En cualquier caso, espero que las librerías tradicionales no mueran nunca, que sigan siendo el lugar ideal para pasar una tarde de verano o de invierno.