Librerías, más que tiendas de libros

Publicado el 16 junio 2016 por Elena Rius @riusele

Ferretería Guinea, Vitoria.

 Como el comercio en general, las librerías han experimentado un gran cambio en las últimas décadas. Recuerdo con algo de nostalgia aquellos abigarrados establecimientos de mi infancia, donde tanto vendían alpargatas como abono para los rosales, llenos hasta el techo de estanterías, armarios y pilas donde se ocultaban mil artículos insospechados. Las librerías de antes también eran así, grandes cuevas de Alibabá, donde escarbar en busca de tesoros (en Barcelona, cerró hace poco uno de los últimos ejemplos de este género, la librería Canuda, ahora sustituida por una tienda de la cadena Mango). Durante un tiempo, la "cadenización" también pareció adueñarse del comercio de libros, con Casas del Libro y Fnacs proliferando en toda nuestra geografía. Igual que ha ocurrido con las tiendas de ropa o zapatos, tanto da hoy que uno esté en Sevilla o en Vigo, el producto y la forma de presentarlo es el mismo en todos lados.   

La desaparecida librería Canuda

 En estas librerías "cadenizadas" no hay selección individual (la personalidad del librero no cuenta, son intercambiables), y el espacio de las mesas y estanterías se otorga siguiendo un estricto criterio comercial: se ve más el que más vende (o el que más ha pagado). A cambio, estas nuevas tiendas de libros son luminosas, amplias y presumen de tener libros de todos los temas y para todos los gustos. Como las mercerías, las ferreterías de barrio o aquellas tiendas que llevaban el curioso rótulo de "Novedades" (que parecían consistir fundamentalmente en camisones, bragas y calcetines), las pequeñas librerías se han ido rindiendo ante el empuje de las nuevas técnicas de marketing. Pero, paralelamente, ha aparecido otra tendencia en el mundo de la librería: librerías donde uno no sólo va a comprar libros, sino que puede también pasar el rato, quedar con amigos, sentarse en un cómodo sillón y hojear el libro que le apetezca (y encima el librero no te mira con mala cara). Algunas ofrecen tés o cafés, otras vinos, y las hay que cuentan con coquetonas terrazas donde dan menús al mediodía. Otras montan -aparte de las usuales presentaciones- clases o clubs de lectura. Aspiran a ser centros de intercambio cultural, no templos del comercio.   

Librería Tipos infames, Madrid.

 Podríamos decir que las viejas librerías se han reinventado. Mejor dicho, han  vuelto a los orígenes. Porque, si rebuscamos en el pasado, veremos que desde antiguo las librerías cumplían un papel que iba mucho más allá de la venta de libros. Así, por ejemplo, hacia 1790 el bibliófilo y erudito Isaac D' Israeli (padre del político y Primer Ministro británico Benjamin Disraeli) decía: 
"...cuando los clubs literarios no existían, y cuando incluso los de cariz poítico eran muy limitados y exclusivos en su naturaleza, las tiendas de los libreros [en Piccadilly] eran centros de reunión social. La de Debrett era el local social principal de los Whigs, mientras que Hatchard lo era de los Tories."*
Joseph Johnson (otro librero de la época) solía ofrecer cenas tempranas a un grupo de amigos, entre los que se contaban William Godwin, Mary Wollstonecraft, Thomas Paine y el artista Henry Fuseli, mientras que la tienda de Debrett era donde se dejaban ver durante el día las personas a la moda. Thomas Payne, que regentó una librería cerca de Leicester Fields, describía su establecimiento como "Café Literario y Librería combinados", una tradición que continuó su asistente John Hatchard cuando se estableció por su cuenta en Piccadilly, con una mesa llena de periódicos junto al fuego (donde a menudo los lectores acababan echando una siestecita), y un banco junto a la puerta de la calle para los cocheros.   

La primera librería de Hatchard abrió en 1797 en Piccadilly.

 Los libreros de hoy, pues, que han redescubierto la librería como lugar de socialización, no hacen más que recuperar una vieja tradición. Y los lectores les estamos muy agradecidos por ello.  *Cita procedente del libro de Margaret Willes Reading Matters.