Hace unos meses asistí a una especie de performance, dentro del Festival Ñ, en la que el escritor y crítico literario Guillermo Busutil actuaba como médico de los males del alma, por así decir.En un espacio que representaba una consulta, este peculiar doctor, ataviado humorísticamente con bata y estetoscopio, esperaba tras su mesa la llegada de los pacientes. De este modo, los asistentes que lo desearan podían acercarse a la mesa y contarle sus cuitas, qué les preocupaba o de qué mal emocional estaban aquejados. Y entonces el buen doctor echaba mano de sus enciclopédicos conocimientos literarios y le recetaba a cada paciente un libro, o dos, que, según su criterio, podían ayudarle a superar o sobrellevar su dolencia espiritual.
Curiosamente, hace unos días he leído algo que está muy relacionado con la insólita consulta del doctor Busutil. Se trata de un artículo sobre la Piccola farmacia letteraria, una librería que abrió el pasado mes de diciembre en Florencia, en la que los libreros actúan como farmaceúticos que despachan justamente eso: medicina literaria, jarabe de libros; medicamentos de agradable sabor y que además no tienen efectos secundarios ni contraindicaciones.Según se dice en el artículo, la librería-farmacia está teniendo un éxito colosal, y próximamente empezará a funcionar su página web para que se pueda acceder a sus servicios desde cualquier parte del mundo.
Todo esto a mí me resulta muy romántico, y me llena de satisfacción ver que en un mundo que parece enemistado con las emociones, con la cultura, con todo aquello que no produzca un beneficio material e inmediato, no dejan de aparecer iniciativas que tratan precisamente de contrarrestrar esa frialdad, esa frivolidad, ese materialismo que parece haberse adueñado de la sociedad, de los medios de comunicación, de la vida en general. Y también es una satisfacción ver que las personas responden con entusiasmo a estas propuestas, lo cual demuestra que son necesarias y que, quizá sin saberlo, las estábamos esperando.
Además, todo esto me ha hecho pararme a pensar en qué libros han sido curativos para mí alguna vez, y en cuáles podría yo recomendar si alguien me pidiese una de esas recetas literarias.
¿Y ustedes? ¿Creen que la literatura puede ser terapeútica?