Libro católico: Pensamientos de un protestante sobre la Iglesia católica y el protestantismo (Capítulo IV).

Por Diegoserranomx

PENSAMIENTOS DE UN PROTESTANTE SOBRE LA INVITACIÓN DIRIGIDA POR PIO IX A LOS CRISTIANOS DISIDENTES PARA RECONCILIARSE CON LA IGLESIA CATÓLICO-ROMANA.
Por: Rainaldo Baumstark.Índice:Preliminares. I. ¿Qué ofrece a sus adeptos la iglesia evangélico-protestante?
II. ¿Cuál es la vida religiosa de los evangélico-protestantes?
III. ¿Qué ofrece a sus hijos la Iglesia católico-romana?
IV. ¿Cuál es la vida religiosa de los católico-romanos?
V. ¿Qué se sigue de aquí?
IV.
¿Cuál es la vida religiosa de los católico-romanos?


En este punto, francamente, muchos de ellos no les andan en zaga a muchos protestantes. Mas los católicos que se han asociado a las tendencias de la francmasonería, que están persuadidos de que para ir al cielo basta obrar bien, de que la doctrina de la Iglesia y prácticas religiosas son cosas secundarias, esos católicos no pertenecen seguramente a la Iglesia en el sentido en que está lo exige.
Pero ese espíritu de indiferencia y frialdad religiosa no es en manera alguna el predominante entre el pueblo católico. Y aquí debo hacerme cargo de un error que es una de tantas sandeces como hoy privan en el mundo. Gran número de hombres, y en especual de los llamados ilustrados, viven en la convicción de que la Iglesia católica camina con paso apresurado a su destrucción y total ruina. Los que así piensan, alegan principalmente en su apoyo la apurada situación en que en la actualidad se halla el romano Pontífice, y la guerra que al parecer tienen declarada a la Iglesia los Estados y Constituciones modernas, como es de ver, por ejemplo, en Italia, Austria, en el gran ducado de Baden, y recientemente también en España. Mas esto son puras ilusiones.
Por lo que hace al dominio temporal de los Papas, de seguro que aun hoy día descansa sobre base más sólida que el unido reino de Italia. La mano de la imperial Francia no es tan débil, y esa Francia se suicidaría a sí misma el día que abandonase a Roma. El espíritu hostil que contra la Iglesia muestra el Gobierno italiano no puede servir sino para tornar a disolver aquel flamante reino; lo que de seguro logrará cumplidamente.
En Austria los hombres que real y verdaderamente dirigen la nave del Estado, en lo que menos piensan es en declarar una guerra sistemática al Catolicismo. El emperador Francisco José no hubiera otorgado su voto por nada de este mundo; los conflictos que han sobrevenido proceden en parte de necesidades políticas y en parte de malas inteligencias en las relaciones con Roma; y la causa de la Iglesia católica se halla en Austria en buen lugar. Si con el acento de la más profunda convicción pudiera hacerme oír de todos los católicos que en ello toman públicamente parte, exclamaría con la mano puesta en el corazón: ¡No os hagáis ilusiones! Austria es y continúa siendo vuestro sostén y apoyo. ¡Aquella potencia empero que con tanta sagacidad como fortuna ha heredado la política de la Reforma, sería vuestra perdición y ruina!
¡España, en fin! Si el caso no fuera tan serio, me echaba a reír. Cuando los grandes heraldos de la revolución, Serrano, Prim y Topete, vinieron a Zaragoza a recibir a Olózaga, el prohombre del liberalismo y maestro de la ideal constitucional en España, encamináronse ante todo a la catedral para postrarse de hinojos, a vista de la multitud apiñada, ante la milagrosa imagen del Pilar. Quizás procedieron así por pura devoción como verdaderos católicos; y quizás también para no exponerse de ese modo a las iras del pueblo zaragozano. Y en el manifiesto en que el Gobierno provisional proclamaba la libertad religiosa y anunciaba esta y otras novedades a los por él llamados sus representantes en las cortes extranjeras, justificaba el planteamiento de esta libertad, diciendo que por ese medio se arraigaría más y más el sentimiento católico, por dicha siempre vivo y siempre inalterable en aquella magnánima nación. Decís bien: los españoles acabarán con el Catolicismo. Estoy firmemente persuadido de que no hay un solo español que comprenda el concepto alemán de protestantismo. Podrá haber entre ellos individuos ateos y no pocos francmasones, pero protestantes, de ninguna manera; y aun a aquellos ateos y a aquellos francmasones se les cerrará la boca dentro de breve tiempo. –Así ve también las cosas el Nuncio de Su Santidad en Madrid; por eso permanece allí tan tranquilo y se mantiene en relaciones más o menos amistosas con el provisional Gobierno.
Por consiguiente, la situación del Catolicismo respecto de los Estados modernos no es tan apurada como comúnmente se cree. Y, por lo demás, Jesucristo ha dicho: “Mi reino no es de este mundo”; y es todavía una cuestión si sería o no perjudicial a la Iglesia el tener de hoy más que obras por medios puramente espirituales.
Pero dado, que no concedido, que los Estados modernos se hallen respecto de la Iglesia católica en un conflicto sin solución o que apenas la tiene, aun no se habría con eso dicho nada sobre las disposiciones internas del pueblo católico; quedaría aun por resolver la cuestión principal de si el mundo católico pertenece a los modernos Estados o a su Iglesia. Sentiría por los Estados que se resolviera esa cuestión, pues dudo mucho que el fallo les fuese favorable. Salid, si os place, a recorrer un país católico; visitad las montañas y valles, no ya del Tirol, sino del Austria toda; entrad en las iglesias por doquiera en los santos tiempos del año eclesiástico; acercaos a la cama del enfermo y al lecho del moribundo; visitad los hospitales; trasladaos con el capellán de regimiento a un campo de batalla; comparad un auditorio que con corazón palpitante escucha la historia de la Pasión, con los espectadores de un teatro, todos caballeros y damas, a quienes hechica la desenvoltura de una bailarina medio desnuda, seguid a aquellos que suelen frecuentar los lugares de vicio, hasta el momento en que el hombre, gastada la vida, ve cerca de sí el abismo de la eternidad, y busca desesperado un medio de salvación; observad al heraldo del moderno liberalismo cuando le abandona la dicha, el poder, la posición, la fortuna: en todos estos y otros mil casos análogos encontraréis siempre, o al fiel de corazón recto y morigeradas costumbres, o al hombre que, presa de Satanás, se revuelve como vil insecto en el lodo, y junto a él al sacerdote católico que le alienta a dirigir la vista al cielo.
No necesito advertir que estoy lejos de disputar méritos análogos al clero no católico en el desempeño de su ministerio, y de negar la gracia de iguales sentimientos religiosos a las parroquias protestantes. Lo único que digo es que, o eclesiásticos y fieles conservan un conjunto de creencias cristianas, positivo y no expuesto a los caprichos de ninguna razón humana, y entonces bajo este concepto son verdaderos católicos; o no tienen semejante fe, y en ese caso les falta la religión positiva con todas sus gracias.
Pero que en efecto las disposiciones religiosas del pueblo católico sean incomparablemente mejores que las del pueblo protestante, resultado claro para un observador despreocupado con solo considerar por un momento las asociaciones religiosas del Catolicismo. Estas, tales como las del Monte-Casino, San Vicente de Paul, San Carlos Borromeo y otras innumerables, han adquirido un desarrollo extraordinario en los últimos tiempos; fenómeno que debe llamar tanto más nuestra atención, cuanto que esas asociaciones, por el presente y hablando en general, no gozan en manera alguna de especial protección o grandes privilegios de parte del Estado. ¿Por qué no prefiere esa multitud inmensa de hombres asociarse para empresas que puedan reportarles ventajas pecuniarias, goces, comodidades, consideraciones y honores? ¿por qué prefieren los dicterios del mundo, los ultrajes de los periódicos, las sospechas de la policía, con otros perjuicios todavía más graves? Es muy sencillo; porque en su alma viven sentimientos profundamente religiosos cuya satisfacción les importa más que el universo todo.
¡Loor, pues, al hombre de noble corazón! ¡loor al alma de aspiraciones religiosas, cualesquiera que sean sus convicciones! Pero si se consideran en conjunto todos los fenómenos desparramados de la vida espiritual, si se reúnen en un foco común todos los rayos del sentimiento católico, no puedo menos de confesar paladinamente que: La Iglesia católica es el mayor poder espiritual que existe sobre la tierra