Libro de Buen Amor, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita

Publicado el 07 enero 2011 por Goizeder Lamariano Martín

Título: Libro de Buen Amor

Autor: Juan Ruiz, Arcipreste de Hita

Editorial: Cátedra

Año de la edición: 1996

Páginas: 454

ISBN: 8437610117

He acabado y he empezado el año con un clásico entre las manos. Después de haber leído el Cantar de Mío Cid, el Romancero, Milagros de Nuestra Señora, el Lazarillo de Tormes y La vida es sueño, ahora le ha tocado el turno al Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita. No os voy a mentir, junto con la obra de Gonzalo de Berceo, este es el clásico que menos me ha gustado.

Pero no voy a ponerme melodramática ni pesimista. Porque, si he de ser justa y sincera, esta obra también me ha proporcionado ratos de diversión, entretenimiento y hasta de risas. Sí, de risas y de carcajadas. Especialmente en los capítulos en los que Doña Cuaresma y Don Carnal se enfrentan en una batalla apoyados por sus singulares ejércitos de pescados y carnes.

Pero vayamos por partes. El Libro de Buen Amor comienza y termina de la misma forma. Con alabanzas, oraciones y, sobre todo, ruegos a Dios y a la Virgen María. ¿Y para qué? Pues para que le ayuden al pobre Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, a escribir este singular libro y, ante todo, para que le ayuden a evitar los pecados, especialmente los relacionados con hembras placenteras, como él mismo las define en varias ocasiones.

A lo largo del libro, el autor va hilando las consecuencias negativas para los hombres que conllevan pecados como la codicia, la soberbia, la avaricia, la lujuria, la envidia, la gula, la vanagloria o la pereza con pequeños ejemplos y fábulas que tienen como protagonistas a animales que caen en alguno de estos pecados y que, por supuesto, incluyen una moraleja.

Otro aspecto que me ha gustado mucho de esta obra son los diálogos que el arcipreste mantiene con Don Amor y con su mujer, Doña Venus. Aunque no son exactamente diálogos, sino peleas en toda regla. Me he reído muchísimo viendo cómo el arcipreste les cantaba las cuarenta a Don Amor y Doña Venus. El pobre Juan Ruiz se despachó con ellos a conciencia, pero las pagó muy caras. Eso sí, se tuvo que quedar la mar de a gusto.

También me he reído mucho acompañando al escritor y protagonista de este clásico por las sierras de nuestro país buscando a mujeres serranas a las que conquistar y con las que poner en práctica los consejos y las palabras de Don Amor. Sin embargo, al arcipreste le salió el tiro por la culata y no consiguió precisamente lo que pretendía. Porque el pobre no sabía que las serranas son mujeres de armas tomar. Cualquiera se mete con ellas. Me han encantado estos personajes.

Otro personaje que también me ha encandilado es doña Urraca, más conocida como Trotaconventos. Una vieja alcahueta y metomentodo que siempre intenta sacar partido de todas las situaciones pero que, aun así, me ha parecido entrañable. Ella es la encargada de conseguir que el Arcipreste de Hita tenga por fin una mujer que le ame y le corresponda. Y para lograr su objetivo y haciendo honor a su nombre no duda, entre otras artimañanas, en acudir precisamente a un convento para intentar que al menos una monja ame al arcipreste.

Sin embargo, inesperadamente, Trotaconventos muere y he de decir que esta parte del libro me ha resultado especialmente triste, intensa y sensible. No lo voy a negar, me ha dado mucha pena la muerte de esta pobre mujer. Pero la tristeza me duró poco, ya que me reí mucho con la bronca que el Arcipreste de Hita le echa a la Muerte. La pone verde. No se corta un pelo.

Y al final, el pobre arcipreste, sin haber conseguido el amor por mucho que lo ha buscado, sin que le hayan servido de nada las broncas a Don Amor, Doña Venus o a la Muerte y, por si fuera poco, solo, sin su vieja Trotaconventos, se da por vencido y desiste en su empeño. Al final decide que es mucho más fácil luchar contra el Diablo, el Mundo y la Carne y servir al Buen Amor de Dios que dejarse llevar por los pecados y el mal amor y disfrutar de la compañía de las hembras placenteras. Imagino que esta obra hubiese sido diferente si el arcipreste finalmente hubiese conseguido su objetivo, pero esa es otra historia. Ya se sabe lo que dicen, si no puedes vencerlos, únete a ellos.