Libro El almuerzo en la hierba de Marcel Proust reseñado en el blog En lengua propia

Publicado el 07 noviembre 2013 por Hermidaeditores

Para disfrutar de la lectura de Proust, la reseña completa del libro:

Almuerzo en la hierba con Marcel Proust

NOVIEMBRE 6, 2013tags: "Almuerzo sobre la hierba", "El tiempo recobrado", "Por el camino de Swann", Arthur Schopenhauer, Édouard Manet, Balbec, Bergotte, Charles Swann, Combray, Don Quijote, el barón de Charlus, Elstir, En busca del tiempo perdido, Gustave Flaubert, los duques de Guermantes, Marcel Proust, Vermeer, VinteuilEl día 14 de noviembre se cumple el centenario de la publicación de Por el camino de Swann (Du coté de chez Swann), el  primer volumen de los siete que componen el ciclo novelístico de Marcel Proust (1871-1922) En busca del tiempo perdido (À la recherche du temps perdu). Para celebrar este feliz aniversario Hermida Editores ha publicado una amplia selección de pensamientos extraídos de la novela con el títuloEl almuerzo en la hierba, que remiten a los motivos principales del universo proustiano: el tiempo, la memoria, la costumbre, la amistad, el amor, los celos, las relaciones sociales, el esnobismo social e intelectual, la homosexualidad masculina y femenina, el arte y la creación artística, la literatura, el lenguaje, la imaginación, los sueños, la apariencia y la realidad, la enfermedad, la vejez y la muerte.Portada de “El almuerzo en la hierba”, una amplia selección de pensamientos extraídos de “En busca del tiempo perdido”En el séptimo y último volumen de la novela, El tiempo recobrado, Proust, por boca del Narrador, afirma que seguramente sus libros acabarían un día por morir y que había que resignarse a ese fatal destino:
“Aceptamos la idea de que nosotros dentro de diez años, y nuestros libros dentro de cien, ya no existiremos. Nadie les ha prometido la duración eterna ni a las obras ni a los hombres”.
Sin embargo, cien años después En busca del tiempo perdido sigue viva en nuestra memoria, aunque quizá cada vez la frecuenten menos lectores, una tendencia que sufren otros grandes autores y obras de tiempos pasados. Pero aquellos que se atrevan a internarse en este frondoso bosque de historias y pensamientos es probable que no quieran abandonarlo jamás. Cada vez que vuelvan a él, se encontrarán con algo nuevo que los sorprenderá.Portada de la primera edición de “Du coté de chez Swann” en la editorial GrassetAparentemente En busca del tiempo perdido es una novela de formación en la que el Narrador, Marcel (no confundir con Marcel Proust), en tanto que individualidad predominante, desempeña la doble función de protagonista y observador. Por ello, una de las numerosas peculiaridades de la novela es la alternancia de la fabulación con la reflexión que Proust proyecta sobre su alter ego, el Narrador.El argumento de la obra gira en torno a las peripecias de un joven de la burguesía parisina con raíces en un imaginario pueblo normando, Combray, cuya máxima aspiración es convertirse en escritor, y que relata en primera persona la lucha interior para emprender la obra en la que deberá dar cuenta tanto de su experiencia mundana como de los percances derivados de esa lucha. De ahí que el comienzo de la novela, en el que el Narrador se adentra en los recuerdos de su infancia, coincida con el abandono voluntario de su vida mundana para emprender la escritura de la obra que el lector está leyendo.A raíz de una visita veraniega con su abuela a Balbec, estación turística de la costa normanda en la que veraneaba la alta sociedad parisina, Marcel tendrá ocasión de entablar amistad con un joven aristócrata, Robert de Saint-Loup, sobrino de los duques de Guermantes y del hermano del duque, el barón de Charlus. Sin embargo, no será a través de Saint-Loup como Marcel accederá al salón de la duquesa, Oriane de Guermantes, de la que está enamorado platónicamente. También en Balbec conocerá a la que será su amante, Albertine, entre un grupo de muchachas veraneantes.Marcel Proust a los dieciséis añosYa en la cima de la madurez, y bajo los efectos del asma que le ha perseguido tenazmente desde la infancia, se retira del gran mundo en el que ha transcurrido su larga juventud para entregarse a la escritura de su novela, o sea, En busca del tiempo perdido. De hecho, la composición de la obra constituye el verdadero sentido de su vida. No obstante, Marcel ignora que su ajetreada experiencia mundana, complementada con su atormentada pasión amorosa, vaya a constituir el material sobre el que construya su novela. Él se limita a vivir mientras, casi en secreto, alimenta su propósito de encerrarse algún día para escribir la obra de su vida.Aunque grosso modo éste sea el argumento de la novela, la clave hay que buscarla en dos anécdotas descritas precisamente en Por el camino de Swann. La primera de ellas es el episodio de los celos que sintió el Narrador-niño estando de vacaciones en Combray, en la casa de su anciana y enferma tía Léonie, la noche en que se resistía a dormirse en su cama hasta que la madre, ocupada en atender la visita de Charles Swann, un amigo de la familia, subiera al dormitorio para darle un beso.La otra anécdota es aquella en la que el Narrador toma una infusión de té mezclada con trocitos de una magdalena y en ese instante el sabor de ésta le revela el mundo de los recuerdos de la infancia. Estos dos episodios albergan los temas fundamentales de la novela: los celos y la búsqueda del tiempo perdido a través de las sensaciones.El joven Proust fotografiado en una jocosa puesta en escena junto a unos amigos en ParísEn busca del tiempo perdido comienza con el despertar de la imaginación de un niño sensible y soñador y el desencanto que en la adolescencia y en la juventud le deparará el encuentro con la realidad, donde nada es lo que parece. La salida al mundo adulto del yo plácidamente enfundado en sus fantasías se saldará con un duro aprendizaje en la escuela del desengaño, con el consiguiente desmoronamiento de sentimientos hasta entonces idealizados tales como la amistad, el amor -al que exculpa por su inevitable subjetividad-, la fidelidad y sus derivados: la conversación y el lenguaje que empleamos para comunicarnos. Pero, a cambio, esta experiencia dolorosa reafirmará al Narrador en su vocación literaria, fundada en su creciente confianza en el valor redentor del arte.El título del último volumen, El tiempo recobrado, lo dice todo: ha llegado el momento en que el Narrador tiene que recuperar el “tiempo perdido” mientras vivió como un dandi que frecuentaba los salones aristocráticos, daba sus primeros pasos en la literatura, se enamoraba de una joven de la que sintió unos celos atroces y que pronto moriría en un accidente de caballo, cultivaba algunas amistades y profesaba una sentida admiración hacia los seres más queridos: su madre y su abuela, dos personas muy cultas.A diferencia de otros narradores ficticios, que escriben sus autobiografías (o más bien, pseudobiografías) para justificar algún episodio crucial de su vida ante algún lector concreto de su relato o ante los futuros lectores anónimos de éste, el Narrador de En busca del tiempo perdido se embarca en la redacción de su autobiografía ficticia para escapar de las garras de la muerte que se ha llevado o se llevará próximamente a todos los personajes que participan en ésta. Por tanto, la novedad es que no persigue ninguna justificación moral o moralizante en su labor de cronista.Una de las fotos más conocidas de ProustSimplemente quiere dejar constancia de que, al contrario que los personajes que han compartido con él sus experiencias vitales, no ha vivido éstas en balde; que los placeres y sufrimientos, pero también los conocimientos que ha adquirido después de un largo y complejo periplo vital, no morirán con él, sino que, gracias al milagro de la escritura, permanecerán ahí, a disposición de los futuros lectores. Éstos revivirán en su imaginación las historias que se cuentan en la novela, del mismo modo que el Narrador, ávido lector desde su infancia, revivió en la suya las que leyó en los libros escritos por otros.La metáfora que mejor define la supervivencia de ese testimonio fijado por la escritura, en contra de la ley de la mortalidad, es la del “almuerzo sobre la hierba” citada por el Narrador en las espléndidas últimas páginas de El tiempo recobrado y que le fue sugerida por el cuadro del mismo título de Manet:
“Yo digo que la ley cruel del arte es que las personas mueren y también nosotros moriremos, apurando todos los padecimientos, para que crezca la hierba, no la del olvido, sino la de la vida eterna, la hierba prieta de las obras fecundas a las que las generaciones futuras acudirán, jubilosamente, sin preocupación por los que duerman debajo, a celebrar su “almuerzo en la hierba”".
“El almuerzo sobre la hierba” (1863), de Édouard ManetEl individualismo proustiano arranca de esta primera premisa: su obstinado combate más que contra la muerte, contra sus fatales consecuencias -el olvido, la inanidad, su carácter disolvente-, que en sí mismas la hacen tan absurda. La intervención del artista, mediante la construcción de su obra de arte, destruye el determinismo implícito en el binomio vida-muerte que, justamente por las muertes que acaecen a su alrededor, el Narrador ve cómo se hace realidad.De todos los personajes que pueblan En busca del tiempo perdido los únicos que se redimen de  la muerte, o lo que es lo mismo, de los efectos corrosivos del Tiempo, son los tres artistas que representan a las tres artes: el modesto y oscuro músico Vinteuil, cuya sonata descubierta después de su muerte se erige en un leit-motiv de la novela: el escritor Bergotte, que muere rodeado de sus libros que habrán de auparlo a la inmortalidad literaria, y el pintor impresionista Elstir. El cuarto de estos personajes será el propio Narrador, pero Proust transfiere al lector el privilegio de reconocer su obra, o sea, la novela que está leyendo entre sus manos.Como en cualquier parábola que se precie de serlo, estos modelos se solapan con sus correspondientes contra-modelos. El Narrador reserva esta función a otros tres personajes. El primero de ellos es el atrabiliario, refinado y excéntrico barón de Charlus, un homosexual que prefirió derrochar su ingenio y erudición en los salones aristocráticos y en lo que el Narrador denomina “la novela de su vida”, o sea, en sus tortuosas aventuras eróticas y en la turbia relación sentimental con un joven arribista de un estrato social inferior al suyo.
El conde Robert de Montesquiou-Fezensac fue el modelo principal en el que Proust se inspiró para crear al barón Charlus. Retrato de Giovanni Boldini (1897), París, Musée d’Orsay
El retrato de Charlus es quizá el más imponente de En busca del tiempo perdido por sus múltiples contrastes y matices y, en la última fase de su vida, por su parecido con un Don Quijote espectral enloquecido por sórdidas fantasías eróticas en el sombrío París de la Primera Guerra Mundial y que ha perdido su puesto de honor en los salones ahora regentados por la burguesía del dinero y esnobs vergonzantes.El otro personaje que, como el barón de Charlus, desperdició sus dotes creadoras es el marchante judío Charles Swann quien, en lugar de retirarse a tiempo para escribir el estudio que pensaba dedicar al pintor Vermeer, se deja succionar por el ajetreo de la brillante vida social parisina, hasta que un cáncer galopante acabó con su vida. El tercero de estos personajes es Albert Bloch, el amigo letraherido del Narrador, también de familia judía, obsesionado en su adolescencia con la mitología griega y que después de la Primera Guerra Mundial vio satisfecho su deseo secreto de acceder a los salones aristocráticos bajo el nombre de Jacques de Rozier y luciendo un porte de gentleman.Proust se inspiró principalmente en Charles Hass (1833-1902) para crear a Charles Swann. Haas era un dandi muy culto, de familia judía al igual que Swann, que frecuentó la alta sociedad parisina. El otro modelo real del que tomó algunas características para Swann fue Charles Ephrussi (1849-1905), crítico, historiador del arte y coleccionista de arte, y miembro de una acaudalada familia judíaLos recuerdos evocados por el Narrador surgen de la asociación entre una sensación física que percibe en el presente con otra análoga que sintió en el pasado, portadora del recuerdo. Ese recuerdo no buscado será la llave que le abra las puertas del Tiempo Perdido. Se trata, por tanto, de una evocación involuntaria y fortuita que, al igual que el Narrador, cada uno de nosotros ha sentido en más de una ocasión.El propósito del Narrador es desmenuzar esas sensaciones y mostrar los cambios que los avatares del tiempo han operado en todos y cada uno de los personajes, incluyendo al propio Narrador. Tiene que contarlo todo, recordarlo todo, sometiendo a un análisis minucioso cada sensación o sentimiento rememorado. No quiere abandonar este mundo con la incertidumbre de si se habrá dejado algo en el tintero de la memoria.Proust murió cuando acababa de sellar con un “fin” el último de los cuadernos que escribió para su novela. Al igual que en la cámara mortuoria del escritor Bergotte, junto a su ataúd estaban no los libros publicados –hasta ese momento sólo habían aparecido los dos primeros volúmenes-, pero sí los manuscritos que aguardaban la publicación y de cuya edición habría de encargarse su hermano Robert, médico de profesión.Fotografía de Proust en su lecho de muerte el 18 de noviembre de 1922, firmada por Man RayCon la apelación al mundo de las sensaciones, resistentes al filtro del raciocinio y la inteligencia, a través del relato de sus experiencias vitales, el Narrador trata de demostrar que es en ellas donde reside la única verdad de la vida. Las sensaciones no nos engañan ni tampoco prometen nada. Se revelan a quien esté dispuesto a acogerlas y desentrañarlas. ¿Acaso no son las más despreciadas de las experiencias humanas, y ello pese a la retórica vacua que las envuelve, sobre todo en estos tiempos?Proust vino a decirnos: “Aunque en vuestro presente casi todo os parezca una impostura, no desfallezcáis. Ahí tenéis las sensaciones, ese Nuevo Mundo siempre por descubrir, en el que hallaréis la única verdad insobornable a las falsas promesas. Sólo es preciso que os detengáis un momento para descifrarlas y penetrar en ellas hasta el fondo. Os mostrarán el camino de la verdad del que la inteligencia práctica, que cree saberlo todo y tener soluciones para todo, trata de apartaros”.Manuscrito de “A la sombra de las muchachas en flor”, segundo tomo de “En busca del tiempo perdido”Fueron las sensaciones, la obstinada tentativa de descifrarlas las que, además de abrirle las puertas de la conciencia, le sugirieron una nueva forma de novelar, como ya le ocurriera a Flaubert. Aquellas experiencias más íntimas que los novelistas de “acciones” consideraban superfluas e inútiles para sus historias, Proust las transforma en objeto de observación, ahondando en ellas hasta el máximo de las posibilidades que ofrecen y desmenuzándolas con la exhaustividad del microbiólogo.El estilo ondulante del pensamiento y de la frase proustiana, de la que brotan siempre otras nuevas, nace de la labor concentrada de desmenuzamiento de la sensación, del intento de llegar lo más lejos posible en esa labor con la ayuda del lenguaje.Retrato de Arthur SchopenhauerLa asombrosa similitud entre la filosofía vital de Arthur Schopenhauer y el mundo ideológico de Proust hace pensar que alguna influencia debió de ejercer el pensador alemán en el novelista. Las acendradas reflexiones acerca de la música, ilustradas con la correspondiente historia-parábola, y el papel redentor que Marcel le otorga en el momento en que el oyente se deja llevar por ella, se hallan también en la misma línea del pensamiento de Schopenhauer.Pero donde las similitudes entre el filósofo y el novelista se hacen más patentes es en la función que Proust asigna al arte en relación con la vida. El arte entendido como representación consciente de la instintiva “voluntad de vivir” schopenhauariana tiene su mejor exponente en la propia novela, cuando el Narrador se retira del mundo para traducirlo –no retratarlo- en un libro, invitando al lector a que haga lo mismo e indague en “el libro de signos desconocidos” que cada cual lleva dentro de sí.